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Viernes, 20 de septiembre de 2013

Elogio de la inmadurez

Con la dirección de Adrián Blanco, Historia pone en escena algunos de los puntos más importantes de la obra de Gombrowicz, entre ellos su devoción por la juventud.

Gombrowicz en su vejez (Manuel Bello) dialoga con Witold el joven que fue (Ramón Agüero) y narra, entre otras, dos historias: la historia existencial del escritor polaco exiliado por unos años en Argentina, Witold Gombrowicz, y la de la Polonia de entreguerras, que disecciona críticamente poniendo al desnudo la tragedia de los campos de batalla y la de la crueldad y el despotismo de una sociedad contradictoria que estigmatiza lo diferente.

Ese diálogo sirve a la obra para poner sobre el escenario uno de los tópicos más importantes de la obra de Gombrowicz: los de la supuesta inmadurez de los jóvenes frente a la supuesta madurez de los adultos.

Durante su exilio, el escritor polaco manifestó su fascinación por la belleza del proletariado y el subproleariado argentinos. En su Diario argentino comparó a estos jóvenes obreros con las melodías de Mozart, a los mozos de los bares porteños con Rodolfo Valentino, alabó la belleza indígena de los muchachos santiagueños y llegó a quejarse extasiado de que las espaldas desnudas, la cabella rizada, negra, la mirada y la sonrisa de los efebos argentinos son el veneno que lo intoxica. En búsqueda de ellos, su vida y su obra recorrieron las oscuridades nocturnas de la estación de trenes de Retiro y sus inmediaciones, el puerto y el barrio.

Porque en esa incesante y peligrosa búsqueda se cifraba mucho más que un desmesurado erotismo. En esa juventud masculina e inmadura, en ese “vulgo joven y bajo”, inseguro e incompleto –en el caso de Argentina representada en los jóvenes chonguitos de las provincias– se cifra en cierta forma la esperanza y el destino de Argentina, de Polonia y de la humanidad. Es en los jóvenes que adolecen, en los pobres y en los desclasados en los que se halla la única posibilidad de cambio. Una vez que los jóvenes se politizan, se vuelven peligrosos, “fachos” (tienen “facha” y puede tornarse fascistas) o pierden su potencial subversivo al ser capturados por la estructura partidaria. Su fascinación por lo joven debe entenderse antinitzcheanamente: lo joven no es aquí lo pleno sino lo inmaduro, lo aún no formado, lo todavía insuficiente.

Los supuestos adultos maduros, los que ya eligieron son los que condujeron al mundo al fascismo, son los que llevaron a Polonia a una sociedad dicotómica. Por ello es central la secuencia de la disputa por Polonia y graciosa y a la vez dramática la parodia de Hitler y Stalin dividiéndose al mundo, mientras Polonia y los polacos son mercantilizados y cosificados hasta el paroxismo.

Witold, el joven y el viejo, se encuentran para darse cuenta de que no cambiaron demasiado, que siempre fueron el mismo, demostrando la coherencia de un autor que nunca se dejó encasillar ni seducir por las seguridades de la supuesta madurez.

La dirección de Adrián Blanco resulta excepcional, captando a través de la escenografía las actuaciones farsescas –y realmente muy graciosas– y la desmesura corporal el universo de un autor que puso en juicio las relaciones de poder, las instituciones y aquello que se suele llamar sentido común, y que no es más que fascismo encubierto y que se expuso particularmente al exilio y a la soledad de los poetas solitarios que dicen la verdad.

Historia de Witold Gombrowicz, de Adrián Blanco. Sábados a las 21.30 y miércoles a las 21. Hasta Trilce, Maza 177

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