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Viernes, 19 de septiembre de 2008

ENTREVISTA > BRUNO BORDAS

Bendito tú eres, ora pornos

Dejó el seminario cuando el voto de castidad le quemaba y comenzó a trabajar como actor porno cuando el fuego se volvió irresistible. Testigo del cielo y del infierno, Bruno está hoy en condiciones de demostrar que no hay tanta diferencia entre el claustro y el set.

 Por Patricio Lennard

¿Cuál fue el pecado que más veces confesaste?

—Hubo una época, sobre todo en la adolescencia, en la que masturbarme me generaba mucha culpa. Y hacerlo pensando en chicos le sumaba una carga extra. Pero eso yo no se lo decía al cura. Es raro que un sacerdote le pregunte a un chico de trece o catorce años cuál es su objeto de deseo al masturbarse. Aunque de más grande sí lo hice explícito, y lo paradójico es que el sacerdote muchas veces relativizaba que yo me calentara con chicos, diciendo que quizá se debía a que no había estado con mujeres, o a que la amistad puede confundirse con un deseo hacia el otro... Vueltas propias del discurso eclesiástico para no mirar las cosas de frente, para no llamar a las cosas por su nombre.

¿Y cómo tomaste la decisión de entrar en un seminario?

—Yo hice la primaria y la secundaria en un colegio religioso, y fue un ámbito en el que me sentí siempre muy cómodo. Me pasaba el día entero en el colegio. Salía de clase, iba a casa a comer algo y volvía a la escuela a hacer la tarea con mis compañeros. Y el fin de semana lo mismo: casi todo el sábado metido en la parroquia y el domingo a la mañana animando las misas. Entonces era lógico que me inclinara por una vocación religiosa. Además de que un seminario es el ambiente de mayor contención para un puto. Ahí no sólo yo no tenía que contárselo a nadie sino que el voto de castidad me resguardaba. Fue un sacerdote el que me dijo que la castidad no hace referencia a objeto de deseo sino que implica la sublimación del impulso sexual en otras cosas. Y eso me permitió sobrellevar, el tiempo que pude, mi voto de castidad con entereza.

¿Pero no juzgaste que había algo incompatible entre tu sexualidad y tu vocación religiosa?

—Creo que si hay algo de lo que siempre tuve plena conciencia es que ser gay no me inhabilitaba para prestar un servicio cualificado al prójimo. Me parece una ridiculez que la Iglesia ahora asocie los abusos sexuales a la homosexualidad y bregue porque no haya personas de esa orientación en los seminarios. A mí jamás se me cruzó por la cabeza hacer algo con algún seminarista o con algún chico de los grupos juveniles de la parroquia. La sola idea me causaba rechazo.

Al ser el seminario una institución masculina, el pánico homosexual es algo casi inevitable. ¿Cómo lo veías funcionar estando adentro?

—Hay dos grandes tendencias en los seminarios, que se ven también afuera, y que son: o bien canalizar el miedo a la homosexualidad a través de la homofobia, o bien hacerlo a través de la mariconería y tomársela en broma. En los seminarios hay mucho de ambas cosas. Si bien no se menciona que alguno de los seminaristas pueda ser gay, se hacen chistes de mataputo y se mariconea. Hablando con un amigo, el otro día le decía que las mariconeadas más grandes yo las vi adentro del seminario. Tratarse en femenino, hacer comentarios de loca mala, hablar del otro, cuando le tenés bronca, ridiculizándolo en femenino... Cosas que hacemos los putos. Me acuerdo de que a un compañero le decíamos “la cebra”, porque además de yegua era rayada, y así un montón de otros chistes. En este sentido, la tendencia machista mataputo me parece que está más arraigada en el clero más progre, mientras que la tendencia más maricona se ve en el clero más conservador, el de dorado y puntillas. Porque el dorado y las puntillas te ayudan a mariconear sin que hacerlo esté mal visto socialmente. Después de todo, ¿qué cura no jugó alguna vez a pollerear con la sotana?

¿Y por qué decidiste dejar el seminario? ¿Lo viviste como una liberación o fue más bien la aceptación de un fracaso?

—Yo no lo viví para nada como un fracaso personal, y ser gay no fue el motivo por el cual decidí irme. Cuando entré ya sabía que era gay, y en el seminario estuve nueve años. Si ése hubiera sido el motivo, si el motivo hubiera sido irme detrás de una pija, me habría ido antes, ¿no te parece? El hecho es que en un momento me sinceré conmigo mismo, cuando yo ya había empezado a hacer ciertas cosas por afuera. Entonces, cuando supe que iba a ser difícil sostener el voto de castidad, preferí quedarme con la duda sobre si tenía o no vocación religiosa antes que llevar una doble vida.

Una vez que empezaste a hacer vida gay, ¿no te reprochaste el tiempo perdido?

—No, para nada. A veces me da un poco de bronca saber que el tiempo que le dediqué a estudiar teología y filosofía me quitó la posibilidad de dedicárselo a otras cosas que hoy me serían más redituables a la hora de buscar un trabajo. Pero sé que la formación que recibí en esos años me enriqueció mucho humanamente. Y en cuanto a la vida gay que no hice en esos años... te diría que el tiempo perdido ya lo recuperé con creces.

¿Y cómo empezaste a actuar en películas porno?

—Me lo propusieron, me calentó la idea y lo hice. Así de fácil. Me acuerdo ahora de un formador mío en el seminario, que me decía que yo me la pasaba seduciendo a los otros. Algo que evidentemente hacía a través de la palabra o de la manera de tratar a las personas, y que cuando me propusieron filmar porno canalicé de una forma mucho más explícita. Por supuesto que también entraron a jugar morbos exhibicionistas que tengo y lo mucho que me excita saber que otro se calienta mirándome. Aunque no tanto el acto concreto de filmar, ya que si tengo que elegir prefiero coger sin una cámara enfrente. Que te estén diciendo cómo te tenés que poner, que levantes una pierna para que se vea mejor, que te pauten hasta el momento de acabar, puede ser bastante molesto. Eso sin contar las veces que te toca estar con alguien que no te gusta o con quien no tenés piel, lo que incrementa obviamente el trabajo.

Pero esos son gajes del oficio, me imagino...

—Sí. Hay días en que trabajás más que otros. Filmar con chongos que se niegan a aceptar que les gusta estar con un flaco y que te remarcan todo el tiempo que lo hacen por la plata dificulta las cosas. El caso más extremo quizá fue una escena en la que me tocó estar con dos chicos, los dos supuestamente heterosexuales, en la que uno de ellos insistía en tratarme en femenino. “A ver putita, abrime la concha”, me decía. Hasta que en un momento estallé y le dije: “No tengo concha, no soy mina. Dejame de romper las pelotas”. Me agarré una bronca que no quise seguir con la escena. “Yo con este tipo no cojo más, me tiene los huevos por el piso tratándome de mina”, le decía al director mientras intentaba calmarme. Era una escena de ambientación árabe, había un canasto con frutas y verduras en la escenografía, y cuando estaba agarrando mi ropa para vestirme no tuve mejor idea que rematarla diciendo: “Prefiero meterme ese zapallo en el culo antes que seguir cogiendo con éste”. ¡Para qué! Ahí nomás al director se le prendió la lamparita y empezó: “Bueno, podemos probar cómo queda. Que él se pajee mientras vos te metés el zapallo, ¿qué te parece?”. ¡Y así me convenció de terminar la escena!

De acuerdo con tu experiencia personal, ¿son muchas las veces en las que el director importuna cuando dice “corten”?

—Sí, sobre todo cuando estás con un chico que te gusta y con el que pegaste buena onda. Pero hay directores que son piolas en ese aspecto y te dejan seguirla. Cuando ven que algo se sale del guión, pero genera buena química, te dejan hacer y ellos después lo editan. Y ésas son las mejores escenas. Las que mejor salen y las que más calientan.

Para muchos, ya el hecho de actuar en una película porno supone cumplir una fantasía. ¿Vos qué fantasías cumpliste actuando?

—En rigor, casi todas mis fantasías las cumplí fuera de cámara. Hace poco me propusieron hacer una escena bisexual y, si la hiciera, sería la primera fantasía que cumplo en un set de filmación. Aunque la verdad es que preferiría cumplirla antes, para que si la cosa con un tipo y una mina no funciona después no haga papelones delante de la cámara.

¿Ser actor porno te significó alguna vez un problema?

—Hace poco me despidieron del trabajo, una editorial de libros religiosos. Y si bien no me dijeron que era por este tema, yo intuyo que algo de eso hubo. Pero otro tipo de problemas, no. Al contrario. Me ha traído muchas satisfacciones. Me ha permitido tener más levante, inclusive. Estar con un actor porno es la fantasía de muchos.

¿Y en qué dirías que se diferencian el seminarista y el actor porno?

—En lo sustancial, en nada. El seminarista peinado a la gomina de hace algunos años es el mismo que ahora se desnuda en cámara. Y si antes yo era una persona más conservadora y prejuiciosa, hoy creo que tengo una mirada mucho más amplia y tolerante. Hasta me atrevería a decir que soy un poco más humano y más comprensivo que cuando quería ser cura. Quizá por eso, si hoy pudieran encontrarse, el actor porno tendría más cosas para reprocharle al seminarista que el seminarista al actor porno. No por nada la gente de la que me rodeo siempre me termina elogiando más el corazón que el culo.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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