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Viernes, 3 de octubre de 2014

ENTREVISTA

“Aplaudo las victorias lgtb como desde las gradas de una cancha de fútbol”

Acaba de ser reconocido con el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso en Chile y en Buenos Aires, la Universidad de Tres de Febrero le otorga hoy el Doctorado Honoris Causa. El escritor, crítico y curador de arte Silviano Santiago, una de las voces más raras, disidentes y perturbadoras de la literatura brasileña contemporánea, conversa con SOY sobre una posible pista queer en territorio latinoamericano.

 Por Lucas Mertehikian

“El heterosexual es tan poco inventivo, habla la lengua de casi todos... La loca tiene que crear un estilo que termina siendo una manera de encajar sin neurosis y con éxito dentro de la comunidad que es obligatoriamente heterosexual”, dice Marcelo, uno de los personajes de Stella Manhattan, señalada como la primera novela gay brasileña, escrita por Silviano Santiago, publicada en 1985 en Río de Janeiro y traducida al español recién hace diez años. Ambientada en 1969 en Nueva York, a poco del golpe militar brasileño, Marcelo porta dos noms de guerre: el de Caetano, por guerrillero, y el de Marquesa de Santos. Y es amigo del protagonista del libro: Eduardo da Costa, un joven a quien su familia ha mandado a Nueva York porque también tiene su doblez: Stella, justamente.

Que la discusión que la frase implica, así como los personajes del libro, resulten contemporáneos no habla tanto de que no haya habido cambios en el campo de los debates de diversidad sexual, como de la capacidad de Santiago para leerlos tempranamente en su novela. Su propia estadía en Nueva York en los años sesenta y su convivencia en el exilio con artistas como Hélio Oiticica y Lygia Clark le permitieron alejarse de lo que él mismo llamó una “política del cuerpo que aspira a lo eterno”, por otra que buscó “agotar el campo de lo posible”.

Desde los años ochenta, ¿esa nueva política del cuerpo ha crecido como posibilidad estética y política en América latina?

–Sin duda. El cuerpo fue la herencia más terrible y más rica que la dictadura militar nos legó. En el momento en el que el cuerpo del cantor, del actor y el artista plástico se presenta al público se afirma como precario y absoluto, en proceso de transferencia personal y artística para el otro. Así como fue precario y absoluto el cuerpo del martirizado por la represión militar. La resistencia a la dictadura fue, en arte y política, el cuerpo, y por eso se volvió expresión de manifestaciones artísticas en los años siguientes.

Silviano Santiago, nacido en Minas Gerais en 1936, es uno de los escritores brasileños más importantes de los últimos cincuenta años por haber hecho de esa política estética el trabajo de una vida. Junto con Manuel Puig y Néstor Perlongher (por nombrar apenas dos escritores argentinos que pasaron por Brasil) es una parte clave aunque solapada de ese estallido que fue, a la salida de las dictaduras, la década del ochenta: una verdadera revuelta del deseo; un estallido del que todavía nos llega luz.

Pero antes de sacudir el campo literario con Stella Manhattan, Silviano, que ya había publicado la novela En libertad, había hecho una larga carrera académica que lo llevó por Europa y Estados Unidos, cuyos frutos son textos de lectura obligatoria para cualquiera que tenga a América latina por objeto de estudio. En Las raíces y el laberinto de América latina, estudió el desarrollo de dos bloques que durante mucho tiempo permanecieron inexplicablemente alejados: Brasil y la América latina de habla hispana. De hecho, el lugar de lo latinoamericano (y, sobre todo, de los latinoamericanos) en el mundo recorre su obra, junto con una decidida preocupación por las múltiples y cambiantes identidades minoritarias que atraviesan el continente. Es que si algo podemos aportar al mundo, sentenció en 1978 en El entre-lugar del discurso latinoamericano, su ensayo más famoso, es la destrucción de los conceptos de unidad y pureza.

¿Cree que Latinoamérica sigue siendo un lugar privilegiado para pensar en estas cuestiones identitarias?

–Si no privilegiado es por lo menos un espacio estimulante. Véase, por ejemplo, ya en la época colonial, el trabajo del Tribunal del Santo Oficio en Brasil. La intolerancia jesuita estaba enfocada en diversas formas de “desvío” de las buenas costumbres de algunos europeos aclimatados en los trópicos. Fue a ellos, y no a los cristianos nuevos, a quienes los inquisidores más persiguieron. La intolerancia es uno de los productos importados por la elite latinoamericana que sobrevive en exigencias de puritanismo y asepsia sexual: es trágico que, en nuestros días, la intolerancia haya llegado hasta manos de los pastores evangélicos.

Pero no sólo el discurso religioso ha hecho su parte por invisibilizar la disidencia sexual. También la crítica literaria y el discurso escolar decidieron qué zonas de ciertos textos que pudiesen perturbar ciertos lugares comunes no leer. Aquello que aquí Sylvia Molloy llamó “el closet de la crítica” también fue un efectivo dispositivo de silenciamiento en Brasil.

Existe ya un canon de la literatura queer del siglo XX. ¿Esa institucionalización le quita potencial a estas escrituras?

–Desde el siglo XIX tenemos narrativas brasileñas que anteceden al actual canon queer. Me refiero a libros escolares como O ateneu, de Raul Pompéia o Bom crioulo, de Adolfo Caminha. Esas narrativas, aunque ocuparon espacios de privilegio, no fueron apreciadas por la escuela o los profesores en su abordaje de la homosexualidad de los personajes. Nuestros mejores críticos leyeron esas novelas sin leerlas realmente. Se salteaban escenas y hasta la trama general, tal vez por algún escrúpulo moral o religioso, o por vergüenza. En el pasado de la literatura latinoamericana homosexual, la censura institucional fue siempre más general y nociva que la censura del lector común, siempre más curioso que el profesor o el crítico.

En realidad, casi todos los libros de Silviano parecen haber sido escritos contra ese silencio: libros sobre los cuales hubiese resultado imposible echar ese manto puritano sin acallarlos por completo, escritos siempre (y explícitamente) como testimonios. No tanto por lo que en ellos haya de verdadero, como por la relación que el texto establece con quien lo escribe y quien lo lee. Una auténtica comunión, para Silviano: “El novelista llega al diálogo con el lector a través de la rareza de la experiencia de vida que los une. Explora su rareza, escribiendo y, al mismo tiempo, por haber pocos trazos confesionales en la trama que elabora, puede compartirla con el lector que puede entrometer su propio relato confesional en el texto autobiográfico ajeno”. Desde los cuentos (aún no traducidos al español) de Keith Jarrett no Blue Note –en los que narra las relaciones de hombres latinoamericanos que deambulan por Estados Unidos en los noventa– hasta su última novela publicada en Brasil, Mil rosas roubadas –donde el narrador escribe la biografía de un antiguo amante–, Silviano se ha entregado a una verdadera exploración de su propia rareza.

De ahí tal vez que muchos de sus relatos se sitúen en territorios de frontera, que sus personajes estén en permanente tránsito y que sus relaciones afectivas sean ambivalentes. Como es ambivalente su propia relación con los movimientos de liberación. En una polémica intervención de 1998, El homosexual astuto, Silviano criticó la política del outing como exigencia representacional políticamente correcta impuesta por el modelo norteamericano.

¿Sigue pensando eso hoy, en el nuevo contexto de logros de los movimientos lgtb?

–La cuestión homosexual siempre fue para mí emocional y sentimental, rica en nuevas e inesperadas experiencias, contradictorias e inquietantes. Al transformarla en colectiva tengo recelo de perder su sentido anárquico de deseo y placer. Puede, sin duda, interceder a favor de la mejora en la autoestima individual y colectiva, pero también puede llevar a intercambios mercantilizados. Aplaudo las victorias de los movimientos lgtb, pero como si estuviese en las gradas de una cancha de fútbol. Tengo 78 años y el juego juvenil en la cancha no llega a rescatar lo que la memoria del viejo segrega y murmura.

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Desde el siglo XIX tenemos narrativas brasileñas que anteceden al actual canon queer. Nuestros mejores críticos leyeron esas novelas sin leerlas realmente. Se salteaban escenas y hasta la trama general, tal vez por algún escrúpulo moral o religioso, o por vergüenza.
 
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