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Viernes, 10 de octubre de 2008

ENTREVISTA > JUAN PABLO GERETTO

Llorar de alegría

Desventurando estatuas para que surjan, como en el juego de las muñecas rusas, cada una de las entrañables criaturas con las que Juan Pablo Geretto construye su unipersonal, Como quien oye llover, una especie de ceremonial que siempre termina inundado por las propias lágrimas... de felicidad.

 Por Fernando Noy

¿Entre vos y tus roles hay mucha distancia?

—Al contrario. Eso se debe a que personalmente no puedo considerarlos simplemente personajes sino personas, como hijos adoptados que habitan dentro tuyo y al final terminan de algún modo pareciéndose a sus padres. Ellos ya están ahí, sólo hay que permitirles salir como seres reales, sobre todo cuando te has inspirado como yo en algunas mujeres de mi pueblo natal en Santa Fe, Gálvez. El de la gallega es una imitación de mi propia madre.

Ella es devota, ¿vos también?

—Para mi las vírgenes son todas la misma con diferentes vestidos. Para muchas generaciones, además, fue nuestra primera muñeca, desde Lourdes hasta San Nicolás. Por suerte mi familia es muy histriónica. Nos la pasábamos riendo de algunas tragedias enfrentándolas por medio del humor que surgía a cada momento.

¿Cómo se hace?

—Dejando de lado tanta sugerencia para ser más explícito y que no quede lugar a dudas. Hay que, en la medida que sea posible, concretar las caricias sin pasarse todo el tiempo teorizando sobre lo que seguro al fin no logramos realizar de otra manera. El escenario exige además un fuerte compromiso físico, incluso mayor que en otras disciplinas. Al texto ya lo tenés incorporado y los recuerdos a veces pueden hacerte trastabillar o, al contrario, sentirte más seguro. Modificar una memoria en beneficio propio tampoco significa manipular nada. Uno tiene que procesarla tantas veces que al final se vuelve como un mantra.

Una de tus creaciones afirma que le emociona saber que tantas generaciones de argentinos tengan un mismo texto en la vida.

—Al fin de cuentas las palabras no son demasiadas. Todos fuimos criados casi con las mismas, especialmente por la magia que tienen. También buscando en esas voces que nos unen podríamos al fin reencontrarnos en tantos lugares y situaciones, pero parecemos empeñados en continuar con el desencuentro general.

Base de un sin fin de discriminaciones.

—No voy a negar que existen cuestiones típicamente discriminatorias y demás pero nunca, ante cualquier atisbo de malicia, permanecí cerca. Enseguida me alejo, no soy de poner la otra mejilla ni pierdo el tiempo tratando de enfrentar personas con las que ni siquiera necesito discutir nada. Esta actitud es una elección personal que jamás me generó culpa. Tampoco pienso que deba defender nada a priori. La vida se da así y punto. Cuando dudás, es el momento en que los otros aprovechan para discriminarte.

¿Te sentís diferente?

—Hasta por ahí nomás. Distinto, diría, aunque también éramos muchos parecidos en la misma condición. Un grupo cada vez mayor y con diferencias por otras causas que no significan tan sólo el hecho de ser gay. Jugábamos preferiblemente con muñecas como todos los chicos que quieren vivir el inicio de su homosexualidad. Lo que más me costó fue ir tomando conciencia del propio cuerpo y asumirlo de manera total.

Por eso también decís que la vida es un tire y afloje.

—Por medio de María, que lanza esa frase tan común a todos: “Aquí estoy, tirando”. Tirando de qué, me preguntaba y la frase seguía: “tirando para no aflojar y aflojando para que no se corte”.

Otra afirma que todo lo vivió, nada se lo contaron.

—Es una especie de poema donde hago la comparación de la mujer como muñeca y viceversa. Cuando lográs ver este asunto, que es el modo de hacerte cargo, puede resultar desconcertante pero resulta imposible negarlo.

¿Qué estás leyendo?

—Acabo de terminar Tengo miedo, torero del chileno Pedro Lemebel, que me partió la cabeza. Entre otras causas esto debe haber ocurrido porque también tuve en mi infancia un personaje como la loca travesti de la azotea que aparece en la novela; aunque en mi caso era la vecina de enfrente.

¿Algún icono estilístico?

—La gran Niní Marshall, desde cada una de esa multitud de mujeres que inventó como nadie. Ella se adelantó, hizo todo. Uno apenas va ajironando sus roles para darles una mayor actualidad pero la estructura básica, los cimientos fueron colocados por Niní. No se puede hacer otra cosa más que tomar lo que mejor te parezca y directamente tratar de incorporarlo. Palabras e imágenes reafirmándose entre sí. Además en este unipersonal hay tanto texto...

Que vos mismo escribiste.

—Sí, aunque siempre de algún modo el público participa y hace que el libreto se vaya transformando. En cada función hay cambios que sólo aquellos capaces de verlo más de una vez podrían detectar.

Como en la propia vida...

—Al vivir continúo buscando un espacio más gris para lograr pasarla mejor. Eso de estar siempre entre opuestos te hace llevar todo más difícil y alocadamente. Negro y blanco, alegría versus tristeza, a veces me dramatizo de manera tan intensa...

¿Quién podría contar con vos para siempre?

—Además de ellas, mi constelación de muñecas rotas, hay tantas personas. Incluso cada uno de mis ex amores.

Como cuando el tango dice que nadie escupe en lo que ayer amó.

—Exacto. Justamente anoche estábamos hablando de esto con un amigo. Le comentaba lo difícil que me resulta pelearme definitivamente con alguien que haya tenido en mi vida una presencia importante. Un amor es como un amigo con el que se arriba a otra intimidad. Además, ambas palabras comienzan igual: amor y amigo.

Es evidente tu fascinación por el lenguaje...

—Me encanta. Esto proviene de Chiqui González, en realidad. Además ella hizo tanto por difundir ternura en Rosario... De hecho, las frases más potentes y varias situaciones clave del espectáculo provienen de Chiqui. Soy apenas un discípulo que trata de ser fiel. En Rosario había que armarlo todo, desde convencer a los dueños de bares para que pusieran un escenario hasta terminar inaugurando tu propio café concert con dos grandes amigos que se llamó La traición de Rita Hayworth. El nombre surgió al azar cuando entramos para buscarlo en una librería y apareció el libro de Puig en el momento exacto.

Rosario sería la reserva de cierta sensibilidad casi inhallable en las grandes ciudades.

—Tal vez por eso la gente se sorprenda tanto. En el aplauso puedo constatar cómo se quedan observando algo que está más allá de mí. Sobre todo trato de descubrir dónde están metidas ciertas frases en cada historia, ya que casi a todos, de una forma u otra, seguro le sucedió algo similar, por no decir lo mismo. Es un permanente ida y vuelta. Además ya vengo arrastrando años de experiencia. Igual nunca podría estar esperando que me llamen para trabajar. Siempre tendré en la valija algún trabajo listo, por si acaso. Es difícil llegar a tener talento sin dolor. Son energías extrañas liberándose. Con ese mismo dolor uno podría salir literalmente a matar gente o si no, como hago yo, a matarlos pero de risa. Con un cuchillo en la mano cortás carne seguro y se puede ser cirujano o carnicero. En eso tiene mucho que ver la buena leche con que te alimentó la vida, la buena madera de donde uno logra salvarse en las inundaciones. No creo en la infancia solamente feliz ni ese tipo de mandatos heredados. Si me visto de mujer es porque verdaderamente busco la energía femenina, no sólo por una cuestión de imagen. Lo femenino es pura fuerza amorosa, capaz de florecer incluso donde encuentra la mínima fertilidad y, en el fondo, ¿qué importa ser hombre o mujer? Hay mucho hombre que sin saberlo tiene un toque femenino muy poderoso y atractivo. Si debemos poner tantos límites es porque los otros necesitan de ellos para no sentirse confundidos.

¿Cómo es tu relación con la televisión?

—Si mi aparato tuviera brazos ya nos habríamos abrazado en más de una oportunidad. Para mí fue como otra madre. Durante horas interminables me la pasaba embobado mirando la tele con la espalda apoyada sobre la baldosa fría. No creo que nada sea definitivamente malo en sí mismo, mucho menos cuando se vuelve popular. Tuve la suerte de ser convocado por Guinzburg, Nico y Tinelli, nombres que cambiaron el rumbo de la televisión en su momento además de tantos otros colaboradores que acompañaron este proceso. Cuando Tinelli me llamó, la verdad es que hasta entonces nunca había jugado con tanta libertad. El me daba los pases y yo hacía los goles. Incluso el hecho de estar ahí a veces me resultaba casi increíble. Igual siento que si debiera vivir exclusivamente de ese medio no sería tan feliz.

¿Por qué?

—Es como estar viendo los secretos de tu mago favorito al realizar sus trucos. Prefiero que me siga engañando y a veces pierde ese encanto porque se notan demasiado los hilos; tanto, que en muchas oportunidades no me dan ganas de encenderla.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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