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Viernes, 9 de enero de 2015

Las pieles que habito

Palabras como “pionero” y “precoz” están adosadas a la piel de Willy Lemos. Fue la primera drag en una pista principalmente hétero, la de Palladium, a fines de los ’80. Pululó el under porteño junto a divinidades como Divina Gloria, Tino Tinto y Batato Barea. En teatro, fue el primer actor en interpretar a una travesti en una sala oficial. Ha compuesto mujeres cis, trans y hombres gay encontrando tantos grises alrededor de la mariquita y la marimacho como medios para escapar al clisé. Este 2015 parece haber traído para Lemos la posibilidad de soltar, entre gritos y susurros, su propia historia.

 Por Paula Jiménez España

¿Cómo voy a creer en la Iglesia cuando abusó de mí un sacerdote? ¿Cómo voy a creer en la policía cuando solamente me había acostado con mi padre y con un sacerdote, y me violó un policía por ser raro y diferente, y para poder acabar en mi boca dijo que él era normal por estar casado y tener un hijo? Entonces, ¿cómo no voy a abrir esta misma boca para decir lo que tengo ganas?”, dice y remata: “Me lo gané”. Como si con el silencio obligado de los primeros años –el silencio de un sobreviviente– hubiera pagado por adelantado su derecho a ser lo que se le antoja y a mostrarse como quiere. Con la frente alta, mirando el más allá del ventanal de su casa, detrás del cual se levantan torres y torres porteñas que le cercan la vista, Willy Lemos, que empezó a desplegar su enorme brillo en el under porteño de los años ’80, parece estar creando una escena: a punto de arrojarse, el héroe decide darse vuelta por última vez y en el instante final decirlo todo. Pero quienes lo conocemos sabemos que la cosa no es eventual, que él siempre estuvo parado al borde de un precipicio, externo o interno, que lo hizo expresarse con desesperación, con fiebre. Fruto de esa misma pasión por derramarse sin límites en una charla de café o en una discusión trivial, es también la actuación: desde las intervenciones teatrales de Besos de neón –la dupla que hizo con el inolvidable Miguelito Fernández, quien además de coequiper sobre las tablas en tiempos de Batato, Tino Tinto, Gambas al Ajillo, fue su pareja– hasta el personaje masculino que interpreta en el film que rueda actualmente. Para él ha llegado su momento y quizá tenga razón: un libro, suerte de autobiografía que será publicada en 2015 por La mariposa y la iguana, un documental sobre su vida, y una variedad de proyectos por concretar y ya concretados parecen darle, de sobra, la razón. Entre sus más recientes trabajos estuvo el estreno de la película de Diego Schipani, La noche del lobo, y para televisión Cazados, la miniserie donde encarna a una persona trans durante su período de transformación. “Yo me casé con mi carrera –cuenta–, por eso estoy solo también. Igual he tenido amores. Amores que han venido en un cuerpo masculino, en un cuerpo femenino o en cuerpo mixto. Y yo conocí todos esos cuerpos”, dice con el tono de quien ha hecho un camino que, además de añorar, celebra. Confeso enamorado de “personas” –no a la manera de quien se esconde detrás de una enunciación vaga–, para él no ha sido nunca fácil acomodarse a lo unívoco de las definiciones. Y por supuesto que ese sello queer, de movimiento, de no cristalización identitaria, ha acompañado también sus elecciones actorales. Willy Lemos, quien alcanzó su consagración actoral en 1985 con la interpretación de la inolvidable travesti de Tacos Altos, ha creado para teatro, cine y tv, una variedad de personajes cuyas particularidades compositivas lxs hacen únicxs (jamás un latiguillo, jamás un lugar común). Claro que durante muchos años su talento no tuvo la resonancia que le ha llegado, con justicia, en estos últimos. “Creo que todo empezó el día en que Esteban Sapir, que para mí es un genio –dice– me propuso hacer el personaje de la propaganda de un banco que se pasó bastante por televisión. Mucha gente hoy en día no puede creer que esa mujer sea yo. Esta cosa de componer y ser otro u otra, pero con el alma, no de actuar sino ser.

¿Y qué pasaba antes, no te hacían ofrecimientos laborales?

–¡Sí, pero he dicho que no a tanta cosa comercial! Al humor fácil que nunca me gustó, porque considero que en la vida hay que jugarse a pleno. He dicho que no a papeles que después hizo Gianola que ahora tiene materialmente lo que yo, que tengo sólo este departamentito donde vivo, nunca tendré. Pero yo no ridiculizo ni nunca ridiculizaré a los gays o a las mujeres. En mis composiciones uno no ve la figura externa sino el alma. No ves la exacerbación. No me parece que una mariquita o un marimacho sean los únicos prototipos posibles de una mujer lesbiana o un hombre gay. Eso es ridículo, antiguo, horrible, pero es lo estándar. Yo a los papeles que dije que no fue porque no tenían que ver conmigo ni con algo que uno viene a decir como artista, si no, no me considero artista. Hay seres en la tele que han ayudado a destruir generaciones. A mí me gusta el humor inteligente. Cuando vos no tenés un grupo de pertenencia eso te deja muy solo.

¿No te sentís identificado tampoco con la comunidad gay o trans?

–Con la comunidad gay no me identifico mucho. Yo no voy a discotecas. Iba hace mucho a hacer shows cuando trabajaba en el under. Después me iba, por esa cosa superficial que tiene la noche a veces –aunque también la noche pueda ser maravillosa–. Recuerdo que amigos míos decían: “Vamos a montarnos y a bailar”. Y yo no sabía lo que era montarse. ¿Querrán ir a bailar a caballo?, pensaba yo (risas). Después entendí. Pero yo no tenía ropa de mujer en mi casa, porque a mí si no es en un set de filmación jamás se me ocurriría vestirme de mujer.

¿En tu casa jamás?

–Quizá sí cuando era muy chico, pero no ahora. Con respecto a los grupos de pertenencia de los que hablábamos antes, te diré que con las lesbianas sí me siento más identificado, me espejan. Yo tengo un costado femenino muy trabajado –ésa es la diferencia con muchos gays– y muy fuerte porque es lo que me salvó la vida. Soy femenino pero no soy una mujer. En realidad soy como lesbiano porque también me gustan las mujeres. En este cuerpo convivimos un montón de partes. El día de la presentación del libro de Gustavo Pecoraro vi a una chica trans que tocaba la guitarra y cantaba y me enamoré. Effy Beth, con quien hice un corto maravilloso de Shei Cotto, que fue premiado en un festival lésbico de Francia, me enamoró como años atrás me había enamorado Cris Miró. En el corto yo hice de una mujer biológica, la directora de un colegio que discernía si aceptaba a Effy o no como alumna de un colegio por ser trans. Cuando vos de verdad estás conectado hay algo muy fuerte que tiene que ver con ir adelante de los años. Yo hice una película, La bailanta, mi personaje se llamaba “la Mariana” y a los seis años se estrenó El juego de las lágrimas, que era el mismísimo argumento.

¿A quiénes admirás como actores o actrices que hayan podido interpretar personajes trans o queer?

–El otro día vi una película en la que Marilú Marini hace una composición de hombre maravillosa, un señor fino –porque en general cuando una mujer hace un hombre recae en lo burdo y no siempre los hombres son así–. Este era un hombre delicado, buen mozo. El trabajo de esa mujer se merece un premio. Eso me encantó. De golpe cuando ves una novela como la que protagonizaba Muriel Santana, que hacía de la antiheroína por determinadas cosas físicas que la hacían diferente, es un placer. Es ahí, en actuaciones así, donde ves la verdad, donde no se está mintiendo. A mí Fernando Peña, por ejemplo, me encantaba en la radio. Y con poca gente me pasó lo que a Alfredo Alcón le pasó con mi personaje de Los invertidos, de Alberto Ure, que después no podía creer que yo no fuera una mujer. El mismo me lo dijo y yo me caí de espaldas. Ese mismo asombro sentí yo cuando vi en Transamérica a una actriz que componía un varón que era una travesti. No sólo respeto me despertó, sino admiración. Lo mismo que Camila Sosa Villada, qué gran actriz...

Sobre las travestis que se convierten en fenómenos televisivos como Flor de la V o Lizy Tagliani, ¿qué pensás?

–Como bien vos decís, Florencia de la V me parece un fenómeno. Lo bueno de eso para ella es que cumplió con su sueño: ser una diva. ¿Por qué fue apoyada por la prensa? Porque a todos ellos les vino bárbaro: era un exponente de una manera casi te diría de la derecha. Lizy Tagliani, que empezó de la misma manera, dice que hay diez mil chicas como ellas en los boliches y le vienen bien a la cosa consumista, a Tinelli. La adoro a Lizy pero lo que la gente compra no es solamente eso. A mí la gente me adora, pero no tengo la aprobación de los empresarios, porque desde el vamos yo dije que la cargada, la cámara oculta, el humor barato, no me gustan. Yo decidí no aceptar eso y tiene un precio. Tengo el respeto de la gente y sobre todo de la gente joven. Se nota cuando uno no transó nunca, y no sabés lo difícil que es. Cuando la mayoría de los críticos son gays, que son los que más crudos han sido conmigo.

¿Y qué opinión te merece que tantos actores que son hombres biológicos interpreten papeles de trans, siendo que existen actrices trans que lo hubieran podido hacer?

–Creo que así como una mujer puede estar interpretada por un actor, ¿por qué no una travesti? Si me molestara, pienso que también las mujeres deberían estar enojadas conmigo por hacer papeles de mujeres biológicas como el que hice en Las hermanas L o en el corto Ella/El. Lo importante es que haya verdad en esa interpretación y que esa interpretación llegue. En mi caso hubo un director que cuando fue cuestionado por la prensa acerca de por qué ponerme en el rol de una madre biológica contestó que en ese momento consideraba que ninguna mujer podía lograr ese papel como lo lograba yo.

Ahora volvés a la tele con un personaje trans, protagónico, ¿verdad?

–Sí. Es una miniserie con Ximena Fassi y Damián De Santo. Y desde que empieza la miniserie ya estoy de mujer. Hago de una persona que está casada en el momento en que decide transicionar. Es un personaje divino. Lo que se va a ver en ésta es el proceso que convive con la transexualidad, que es la etapa de cambios, el proceso hormonal cuando esta decisión es física. Es un tiempo difícil y mostrarlo para mí fue muy interesante. Pero el otro día se me clavó un puñal cuando vi una escena de la serie y le pregunté al director: ¿Por qué dejaron esto? Era una escena en la que dicen de mi personaje que “es puto”, ¡y mi personaje no es puto! Es un tipo que decide ser mujer después de haber tenido un hijo. ¡Así la gente sigue creciendo pero en la ignorancia!

Se puede decir que vos componés mujeres o trans que no son arquetípicos...

–Yo, por ejemplo, no uso tetas, excepto que sea un pedido expreso del director. En Primicias, para televisión, al principio me hicieron poner tetas y yo me las fui sacando, ya en las últimas imágenes no tenía más. Y me decían: ¡pero si yo te veía el nacimiento de las tetas! Y no, ¿no ves que no? Para componer una mujer no se necesita tener tetas, sí muchos ovarios y desde mí mucho huevo. Oggy Junco fue tapa de Soy –un suplemento que amo– sólo porque se puso tetas. Evidentemente, lo que sigue siendo noticia no es lo que yo coincido que debe ser.

Para vos, entonces, una subjetividad trans se puede construir sin necesidad de intervenciones corporales...

–Podría ser. Igual es tan personal, y hay que ser respetuoso, porque para cada uno lo de uno es tan difícil que ¿quién tiene el derecho de qué? Hay que ser más bueno y luminoso y mirar con generosidad. Cuando yo hablo de mi soledad no tiene que ver con todo lo que me quiere la gente, que siente por mí un gran cariño, sino con la soledad de la no aprobación familiar, lo no sanguíneo, la soledad que da el no tener grupo de pertenencia y convivir con eso es fuerte. Es muy rara la vida no siendo mimado. Yo en mi familia era una oveja negra.

Una oveja negra que recibió reconocimientos como el Cóndor de Plata...

–Cuando recibí el Cóndor de Plata miré al cielo y dije ¿vieron que yo no era sólo una oveja negra? En la entrega de ese premio aplaudieron mis pares, pero aplaudieron esa diferencia, la que me había dejado solo tiempo atrás. Esa diferencia que en la luz sigue siendo fuerte. Yo escucho a niños en la plaza gritar “eh, no seas maricón”. Y sigue doliendo. Porque desde primero inferior a segundo año fui víctima de lo que ahora se llama bullying. En este sentido lo que se hizo en esta década es maravilloso, aunque todavía falta la ley de aborto.

¿Fuiste objeto de bullying, eras un niño claramente gay?

–No. Estaba el mariconcito, el gordito y yo, que era suave y emocional, y me verían como un boludo. Yo de chiquito era como una consejera, escuchaba y trataba de ayudar a las demás personas con lo que tenían que hacer. Y además tenía esa llama de la creación con la que nací. Con esa llama inicié a mis cinco años un vínculo con mi padre a través de un juego a la hora de la siesta. El juego se llamaba el supermercado y el supermercado era su cuerpo en el que yo compraba cosas. Yo sentí mucho placer, me enamoré y sentía que estaba no con mi príncipe sino con el rey. Un día me crucé con mi madre al salir del cuarto de mi padre y me dijo: Yo no entiendo qué tenés que hacer vos en el cuarto de tu padre. Pasaron los años y ese ser, que delante de la gente se mostraba como un dandy y que me regaló un teatro de títeres cuando tuve sarampión, me mostró otra cara pegándole a mi madre, atando a su propia madre a la cama porque no lo dejaba dormir, y yo me hacía pis en la cama porque me daba miedo. Estas cosas se perdonan pero tuve que entender. Hasta que en un momento me preocupé por entender sólo lo mío en todo esto. De chiquito debía tener todo muy elaborado por la vida que tuve. Si yo ya a los cinco años fui pareja de mi padre y competí con mi madre y después con su amante, el cura, que también se acostó conmigo porque ella lo pidió...

¿Cómo que ella lo pidió?

–Ella me dijo que le pidió al cura, del cual yo era monaguillo, que me ayudara porque pensaba que tal vez yo era..., que tenía dudas de algo que no terminaba de enunciar sobre mi sexualidad. Y el cura decidió que fuera a dormir con él y nos bañamos juntos. Cuando nos estábamos bañando yo pensé: ¿pero todos los hombres grandes tienen el pito parado? Cuando me preguntan si mi mamá sabía sobre todo esto, te diría: qué sé yo... Con ella la charla sobre mi padre llegó cuando yo tenía veintipico de años, cuando llevábamos a mi hermana a las charlas de familia en el instituto de salud mental –ella estaba empezando a enloquecer–. En esas reuniones mi hermana largaba cosas, por eso está tan ligada a mi carrera, me decía “vos y yo nos tenemos que ir a la Panamericana de levante”, que era lo que yo hacía en Tacos Altos con Susú. Ella confundía ficción y realidad, y a mí me pasa algo parecido: las ficciones que hice siempre coincidieron con lo que me estaba pasando en la vida. Como si hubiera una correspondencia, un empuje a expresar a través de la actuación lo que me ocurría en otros planos. Para mi madre era importante callar todo lo que pasaba, para mí no. Y yo por eso hablo. Ahora, hablo.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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