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Viernes, 9 de octubre de 2015

DíA DEL RESPETO POR LA DIVERSIDAD CULTURAL

Documentos de identidad

Con un libro recién publicado sobre historias de parejas del mismo sexo en Bolivia y un proyecto sobre la apertura de un museo travesti en La Paz, David Aruquipa, icono del activismo boliviano, dialogó con Soy sobre las problemáticas actuales y la intromisión de la Iglesia en la región.

 Por Alejandro Dramis

David Aruquipa acaba de publicar su último libro Si tú me dices ven, lo dejo todo, un trabajo de investigación que recoge historias y fotografías de diez parejas del mismo sexo de su país que decidieron mostrarse ante el mundo con el objetivo de hacer visibles sus vivencias y los temas pendientes de las políticas locales sobre sexualidad: el reconocimiento de derechos igualitarios, las uniones legales y el matrimonio entre personas del mismo sexo y, también, como un llamado a la unión y a la participación de la comunidad lgbt boliviana.

¿En qué estado está hoy la lucha por los derechos de las sexualidades en Bolivia?

–Actualmente hay una ley de lucha contra el racismo y toda forma de discriminación, que ha sido un instrumento en donde se ha podido, por ejemplo, operativizar algunos actos de discriminación en las escuelas, pero no ha sido suficiente, porque todavía los instrumentos operativos no son claros ante el sistema judicial. Eso hace a la mirada de la sexualidad integral, porque estamos viendo que hay una pérdida de interés progresiva en América Latina por estos temas, y no solo en Bolivia. También influye la presencia de grupos conservadores como las iglesias evangélicas. En nuestros países la orientación que les guía en políticas es más de un crecimiento económico que llegue a generar competitividad, olvidando sectores que no dan posibilidad de recuperación y renta al Estado: población con discapacidad, población de la diversidad sexual.

¿La presencia de la Iglesia y esa pérdida de interés en políticas de diversidad están en conexión con la figura de Bergoglio?

–La presencia de Francisco ha sido muy fuerte en nuestro país. Ante la inocencia y la ingenuidad de mucha gente que no lo conoce y que recién lo está conociendo desde los discursos “progresistas” que ha estado evocando, pues obviamente que llega a caer muy bien. Pero soy activista desde hace 20 años, conozco todo el recorrido por el que han pasado las agrupaciones en la Argentina, y sé la posición que tenía —el ahora— Francisco respecto a las familias diversas. Y eso no puede borrarse con un cambio de nombre. El Vaticano es un Estado, que tiene un legislador que es Francisco y obviamente genera toda una política discursiva, una política mundial para tener mayor presencia y recobrar, si quieres, a las “ovejas perdidas”. Muchos de nosotros que conocemos la historia decimos: ¿hasta cuándo va a estar con este discurso y cuándo viene el golpe? Entonces esta situación no nos hace bajar la guardia.

¿Cómo está la lucha por el Matrimonio igualitario y la Ley de Identidad de Género en tu país? Hace más de dos años que el proyecto de Unión Civil está paralizado en el Legislativo.

–El proyecto nunca entró como Matrimonio Igualitario ni como Unión Civil. En 2012 lo que presentamos era la interpretación del Artículo 63 de la Constitución de acuerdo a los marcos normativos internacionales, y que de acuerdo a ello no se podría violar los derechos de una colectividad y que el matrimonio o el reconocimiento de dos personas del mismo sexo no sea posible en mi país. La respuesta desde la Asamblea Plurinacional ha sido: “la Constitución dice eso y nosotros somos salvadores de la Constitución y la respetamos, no podemos violentarla, es un tema que no está en discusión”. No hay diálogo, porque ahí sí son defensores de la Constitución. El Artículo 14 prohíbe y sanciona toda forma de discriminación por orientación sexual y de género, pero ahí mismo se plantea que el matrimonio es para un hombre y una mujer. Es una situación contradictoria.

¿Es en este contexto que surge tu último libro Si tú me dices ven, lo dejo todo?

–Hicimos el libro con la intención de que otras familias pudieran conectarse con esas historias de amor y en algunos casos identificarse con las mismas, enfocarse en ese derecho a la felicidad, como un derecho legítimo que buscamos todos. El título viene de un bolero de Los Panchos que una de las parejas, Hans y Víctor, me dicen cuando les pregunto un título, porque para ser feliz puedes dejar todo, hasta la familia, tu territorio, tus creencias. Las historias del libro son cinco de parejas lesbianas y cinco de parejas gays, que se traducen en este compilado de memorias fotográficas, que visibiliza no solo las historias sino también las corporalidades y las existencias de estas familias.

¿Y la población trans e intersex?

–Es complejo todavía conectar estas dos agendas. Ha habido una separación de la Ley de identidad de género y La ley de acuerdo de vida en familia por las mismas compañeras trans. En ese caso no han querido subirse a la agenda de vida en familia, sí de apoyarla. Aún falta la segunda parte del libro, que es una deuda que asumimos con la misma presidenta del colectivo lgbt de Bolivia, que es una trans, Laura Álvarez. Ella planteó esa necesidad, de abrir el debate ya con las parejas y familias de compañeras trans. Y mucho menos con respecto a la presencia intersexual: no hay una presencia siquiera de un movimiento intersexual en Bolivia, que en algún momento demandamos como movimiento lgbt, porque ni siquiera la “i” está en nuestras siglas. Hemos abierto el tema de la intersexualidad como un tema del derecho a la autonomía del cuerpo, pero ni en estos casos la población intersexual se pone al frente de esta lucha.

Contame sobre el plan del museo travesti que estás armando.

–He sido director del Patrimonio Cultural por cuatro años en la primera gestión de Evo Morales y ahí vamos instalando el que no podemos mirar el patrimonio cultural sin hacer una recuperación de las memorias de nuestros pueblos. Entonces hicimos un gran esfuerzo para que estos sectores en los que el Estado nos da una desventaja histórica tengamos la posibilidad de reescribir la historia desde nuestras presencias. ¿Quienes estuvieron antes de nosotros, quienes han muerto por mostrarse como eran? Y ahí fue.

¿En qué consiste el museo?

–Recuperar esas memorias no es solamente recuperar voces, fotografías, libros. También se recuperan bienes, los primeros sombreros y trajes relacionados con los carnavales de Oruro, con la fiesta nacional de la chichería en Sucre, con las fiestas bohemias de la marginalidad en La Paz, con la historia del feminismo y con la crisis del VIH/Sida y los primeros mensajes que se dan. No viendo al museo como un repositorio de bienes, sino como un espacio de diálogo, de adentrarte en la historia del otro. Tenemos un lugar como repositorio: está en La Paz, en Obrajes, al lado de la Iglesia de la Exaltación. Bien al lado (risas). No podría haber mejor lugar. El museo todavía es un proyecto, pero es ya mencionarlo. Hay una necesidad de plantear la urgencia de tener este museo, que en América Latina sería uno de los primeros.

¿Cómo se va a llamar?

–Eso está en discusión. Creo que tenemos que recuperar el “q’ewa”, el Museo Q’Ewa de Bolivia, que es como lo queer, lo raro, que muchos le han dado la conceptualización de lo maricón, pero en realidad significa el conector de dos mundos: la necesidad de que haya un q’ewa en un tema musical es conectar el agudo con el grave, porque el agudo y el grave traspasa por el q’ewa y hace que eso sea armonioso. Creo que especialmente en Bolivia no puede hablarse de la diversidad sexual desde un satélite de género o sexualidad. Tiene que dialogar desde lo más sensible que tenemos los seres humanos, y eso es la cultura. Esas conexiones y contar las historias que no se han dicho hace que esas sexualidades se vean como una parte propia de la comunidad y de su construcción.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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