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Viernes, 22 de julio de 2016

TEATRO

Pasión a diario

Maestra de la pluma, defensora del aborto y del amor libre, fue amiga y amante del escritor Henry Miller y su esposa June. Anaïs, la última obra teatral de Eloísa Tarruella, reconstruye todos los ángulos de ese triángulo amoroso, basado en los testimonios de sus diarios íntimos escritos en la década del 30.

 Por Alejandro Dramis

Pocas vidas se encuentran rodeadas de tantas ambigüedades y misterios y, paradójicamente, muy pocas se han registrado en primera persona con semejante detalle y obsesión como en el caso de Anaïs Nin y sus extensos Diarios, concebidos para no ser leídos por nadie e iniciados a sus once años como un particular modo de comunicación con un padre que la había abandonado. La clave está en comprender que para ella misma su vida era un enorme misterio a resolverse en el contacto con lo inesperado y en sus escritos que, como confesaba, eran su vicio y su enfermedad. De adolescente bailarina y modelo, pero siempre apasionada por la escritura, Anaïs tuvo una existencia inabarcable e inconmensurable, tanto o más que las 35000 páginas que componen sus diarios, además de los textos que la consagraron como pionera y una de las más importantes escritoras de literatura erótica, Delta de Venus y Pajaritos.

Los años locos

Nacida en Francia, ciudadana estadounidense y casada en Cuba con el banquero y cineasta experimental norteamericano Hugh "Hugo" Guiler en 1930, Anaïs se trasladó un año después junto a su marido a la bohemia París de entreguerras, donde podía dedicarse libremente a la escritura mientras su esposo continuaba con las tareas en el mundo de las finanzas que tanto la aburrían. Así, entre sus primeros escritos, una curiosidad incontrolable y el deseo de escapar a una vida empalagosa de seguridad y equilibrio descubrió al escritor norteamericano Henry Miller. El encuentro se multiplicó exponencialmente al conocer poco tiempo después a su esposa, la bailarina nocturna, hermosa y temeraria June Mansfield, de quien se enamoró al instante: “Mientras venía hacia mí avanzando desde la oscuridad del jardín hacia la luz de la entrada, vi por primera vez a la mujer más hermosa de la tierra. Su belleza me embargó. Me di cuenta de que sería capaz de hacer cualquier locura por esa mujer, lo que me pidiera. Henry se desvaneció. Ella era el color, la brillantez, lo extraño”, escribe en una entrada de su diario de diciembre de 1931. “Infinitamente deseable, me atraía hacia ella como hacia la muerte.”

El triángulo amoroso entre Anaïs, June y Henry del que se ocupa Anaïs, la obra de Eloísa Tarruella, se encuentra retratado en Henry y June (1931-1932), un diario recién publicado en 1986, para preservar las identidades de algunos de los personajes mencionados en sus páginas. Anaïs continuó su incansable búsqueda y escribió un segundo diario no expurgado, titulado Incesto (1932-1934), en el cual retoma sus observaciones sobre Henry y June pero cambiando ahora el foco hacia el rencuentro con su padre, luego de veinte años de ausencia, y detallando la relación incestuosa que mantuvo con él por un tiempo. Su primer libro de ficción, una novela onírica escrita en clave surrealista titulada La casa del incesto y publicada en 1936, no trata directamente sobre su historia personal, pero destina sus páginas a los diversos modos incestuosos del amor.

Los días en París se sucedieron a pura libertad y desenfreno hasta el final de la década del 30, cuando el matrimonio tuvo que abandonar la región a causa de la inminente guerra que estaba por desatarse en el viejo continente. Recién llegada a Nueva York, en el verano de 1940, Anaïs descubre que estaba embarazada. Quién era el padre sigue siendo materia de contradicciones y especulaciones, y frente a los problemas financieros, la hegemonía de la Segunda Guerra Mundial que todo lo devoraba y las relaciones complejas que mantenía entre su marido y sus amantes, decide realizarse un aborto. En otro de sus diarios recuerda en detalle las experiencias de aquella tarde en un aterrador hospital y escribe: “La maternidad es una vocación como cualquier otra. Debe elegirse libremente y no imponérsele a la mujer”.

Anaïs sobre las tablas

El escenario de Anaïs, como la propia vida de la escritora, se encuentra partido en dos mitades simétricas: a la izquierda, el hogar junto a su esposo y la máquina de escribir, a la derecha, la habitación en la que vive y escribe Henry Miller y ocasionalmente June y Anaïs lo visitan. En el centro, una serie de viejas proyecciones que recorre hitos cinematográficos de la época y pone en contexto los fragmentos de la vida y de los diarios de Anaïs.

Todo comienza en 1931, cuando se prenden las luces y su esposo Hugo le presenta a la joven escritora un desprolijo, sediento de historias y enfurecido de amor Henry Miller, tan pobre como recién llegado a una París que oficiaba de epicentro de la contracultura mundial. Ambos quedan fascinados de inmediato y comienzan los intercambios literarios a la par de una atracción creciente, hasta que en una cena junto a su marido irrumpe por primera vez June desde el jardín. Así comienza el triángulo amoroso y sexual que transformará a Anaïs para siempre y la llevará a escribir con ansiedad los diarios en los que se basa la obra y el sentido de su vida, tal como lo relata en sus apuntes personales de marzo de 1932: “Tanto Henry como June han destruido la lógica y la unidad de mi vida. Eso es bueno, porque las normas no son vida. Ahora vivo. No creo estructuras”. Amores ocultos, celos, peleas violentas, confesiones y encuentros literarios y sexuales entre Anaïs y June, June y Henry y Henry y Anaïs inundan la escena de erotismo y ponen sobre las tablas los escritos privados y sin censura de los años parisinos del trío. Los viajes de negocios de Hugo propiciaban la situación perfecta para que una vida despertada al desenfreno de la pasión por Henry y June encarnara en las letras que poco después la consagrarían a Anaïs como una de las escritoras más importantes del siglo XX y un referente fundamental para la liberación de la mujer.

Orgánica y profunda, Anaïs rompe con ambigüedades y muestra a una escritora decidida a todo, amante intelectual y carnal de una June libre y cruel como la verdad, sensual como la carne que se funde con los besos que borran con la lengua el rímel de sus labios. Las oscuras melodías de jazz que suenan en la obra operan como una metáfora perfecta sobre la improvisación libre en el amor y el sexo, como un acorde fundamental para musicalizar la honestidad incondicional que reflejan los inolvidables pasajes de sus Diarios: "Si me sintiera atraída por una mujer de la calle o por algún hombre con el que hubiera bailado, ¿podría realmente satisfacer mi deseo? La próxima vez que esa sensación se apodere de mí, no me resistiré a ella. He de saberlo". Y así fue.

Sábados, a las 20, en Pan y Arte, Boedo 876.

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Flor Berthold y Florencia Naftulewicz en Anaïs.
 
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