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Viernes, 27 de noviembre de 2009

El jardín antifascista

 Por Fabián Casas*

El lugar ideal para vivir y crecer es el bar de la Guerra de las Galaxias. Hombres con caras de pescado, mujeres con tres tetas, piratas de Orion y vendedores de chucherías de todo el universo. Cruces de historias, de idiomas. En fin, el jardín antifascista por excelencia. Porque es en los cruces donde la vida se vuelve interesante, donde la diferencia nos potencia y donde el miedo, que nos vuelve esclavos, recula para convertirse en pasión. Detesto la idea de país, el Himno Nacional y todas esas estupideces que lo único que muestran es el patetismo de querer resaltar algo que uno ya es por fatalidad, porque nació acá. Sé que la historia nos muestra que a veces los opresores y los oprimidos están construidos con el mismo barro. Por eso, en ocasiones, antes que a los seres humanos, como decía Ferdinand Céline, prefiero a los animales. Pero sí recuerdo que me sentí muy orgulloso de vivir de este lado del mundo cuando en la Ciudad de Buenos Aires se celebró la primera unión civil entre personas del mismo sexo. Estaba mirando la ceremonia por la tele y me produjo una gran emoción. Crecí en una familia repleta de gente que entraba por las puertas y las ventanas. Y mis padres nos educaron –a mí y a mis hermanos– sin marcar ninguna diferencia especial entre razas y sexos. Mi colegio no era un colegio progre, ni sofisticado. Ahí íbamos todos los del barrio, los de plata y los humildes, el hijo del portero, el hijo del cerrajero y los hijos de un tipo raro y nocturno como mi viejo que trabajaba en el ambiente artístico. Por eso mi casa estaba llena de bailarines del Maipo y del Astros, de locas (como se decían ellos). De personas luminosas, melancólicas y especiales. Me acuerdo de cuando fui a ver Secreto en la montaña, una película hermosa. En un momento, la mujer de uno de los vaqueros los descubre besándose. Y se quiere matar. Me impactó que los espectadores celebraran con aplausos y gritos esa escena. Como si fuera una especie de revancha contra los heterosexuales encarnados en esa pobre mujer. Para mí era un momento triste. Una mujer casada con un hombre que no podía mostrar lo que sentía y que por eso –ambos– se volvían desdichados. El mundo es un lugar hermoso cargado de tristeza.

* Escritor

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