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Viernes, 24 de agosto de 2012

OPINIóN

La gran Markova: el resbalón

Ser viejo no tiene nada de bueno. Cuando te dicen que sí, te engrupen. Cuando los putos nos ponemos viejos no servimos para nada, y lo peor es que a nosotras las locas la vejez nos llega demasiado pronto. Imaginate que en el colegio cuando tus compañeritos juntaban figuritas, peinaban a las muñecas, qué sé yo, jugaban a la bolita, vos ya estabas paradita en la puerta de la escuela esperando para subirte al auto del chongo que pasara primero.

Justo antes de atender este llamado de Soy me había resbalado y caído en la calle. Los chonguitos del barrio –que, ahora, mientras nosotrxs chamuyamos, me están acá cebando mate– me entraron a la rastra y me tiraron en el sillón. “¡¡El andador!!”, les grité, sacadísima. Porque ahora, que me escapé del Fernández, voy para todos lados con el andador, rengueando. Estuve cinco meses internada, me sacaron tres litros de bilis de la panza de tanto escabio. Estoy tomando anticoagulante ahora porque tengo tapadas las arterias que van al corazón, por tanto pucho. Tuve que mermar con los vicios. No me quedó otra. Pero aflojé con todo menos la pija.

A mí volverme vieja me parece una mierda. Porque quiero ser hermosa para siempre. Digan lo que digan, todas queremos, mil veces, ser la Coca Sarli antes que Simone de Beauvoir. En el Fernández me encontraron de todo. Lo único que no tengo en sífilis. Así que bien: enfermedades menores, no. Pero todo lo demás, sí. Me atendieron para la mierda en el hospital. Me escapé dos veces de ahí. Decí que por lo menos vinieron a verme mis amigxs: Fito Páez, la Noy, la Roth, Kuitka. Ellos son los únicos que me ayudan a salir del sarcófago. Vino Dalila Puzzovio y nos pusimos a charlar justamente de los años y los achaques. Coincidimos: en realidad nadie se banca ponerse chotx, sólo que ningunx se anima a decirlo. Y es así: caminás peor, ya no bailás bien. Ahora no puedo ni comer un huevo frito, ni tomarme un vaso de vodka tranquila. No me puedo clavar una raya en paz (bueno, lo hago igual pero las consecuencias son fatales). Y lo peor de lo peor es que ahora cuando me pasa por al lado algún chonguito y yo le digo “Hola, papi”, ellos ya no me dicen “¡Venus!”, me contestan: “¿Cómo anda, don?”.

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