turismo

Domingo, 27 de abril de 2008

SAN JUAN > DINOSAURIOS EN EXHIBICIóN

Titanes de Ischigualasto

En la capital sanjuanina, dentro de un galpón que alguna vez fue la vieja estación del ferrocarril Belgrano, un grupo de profesionales y becarios de diversas disciplinas preparan una muestra itinerante sobre los dinosaurios que habitaron la cuenca de Ischigualasto durante el período triásico. Turismo 12 fue testigo de un día de trabajo en un proyecto con grandes expectativas.

 Por Guido Piotrkowski

Centro de la ciudad de San Juan. Media mañana, treinta grados a la sombra. Una vieja estación de ferrocarril reciclada llama la atención del transeúnte. Dentro de los galpones que alguna vez se utilizaron para los trenes que en los viejos tiempos pasaban por aquí, asoma la cabeza de un enorme dinosaurio, que obviamente no es real, pero parece.

En el espacio hay una veintena de jóvenes entusiastas que trabajan en la detallada y muy cuidada construcción –o reconstrucción– de unos treinta dinosaurios, preparando lo que será una muestra itinerante e interactiva sobre estos animales prehistóricos que habitaron Ischigualasto.

El padre de la criatura Muy cerca, a unos pocos metros de allí, se encuentra el Museo de Ciencias Naturales. El doctor en Ciencias Geológicas Oscar Alcober post doctorado en la Universidad de Texas– es el director del museo y, en gran medida, padre de todas estas criaturas a medio hacer. A pesar de todos los pergaminos, parece ser un tipo sencillo. Se lo ve muy entusiasmado con este proyecto, que en la práctica lleva más de un año y en la teoría casi una década.

Recién en 2005 pudieron presentar el primer prototipo, justamente para la inauguración del Centro de Interpretación del Parque Ischigualasto. “Ahí mostramos los esqueletos, las primeras esculturas, y conseguimos la confianza del gobierno provincial para llevar adelante el trabajo”, relata el doctor, orgulloso de demostrar que en San Juan se pueden hacer cosas de tal magnitud: “Nunca soñé que podría hacer esto acá. Esta muestra se distingue de otras que se han hecho en el país en rigor científico. Es la primera que está siendo preparada por una institución, por un equipo armado. Todo lo que se hizo anteriormente, aunque bien intencionado, fue costeado por grupos de privados, pero con mala financiación, lo que desluce mucho el trabajo, por el hecho de hacerlo con materiales que no son los apropiados. Una escultura puede costarte dos mil o veinte mil pesos, ahí radica la diferencia”, explica. “Nosotros, para el dinosaurio más grande, el Lesemsaurus, de diecinueve metros, sólo en silicona, llevamos cuarenta mil pesos gastados”, detalla, y remata: “Esto sólo cierra si se hace como un trabajo institucional, donde la misión no es generar recursos, sino salir a mostrar el trabajo, el patrimonio, y sobre todo promocionar el Parque Ischigualasto”.

En realidad, el proyecto se empezó a gestar hace unos nueve años. “Primero intentamos hacerlo en Estados Unidos –cuando yo vivía allá–, con capitales estadounidenses. Pensar en esa clase de financiamiento acá era bastante difícil en aquel momento”, cuenta el académico. “Luego, en 2001, volví al país, y entonces hubo que esperar que pasara la crisis. Más tarde, y con las cosas más estabilizadas, comenzamos a mostrar la capacidad técnica del equipo, y así fuimos ganando la credibilidad del gobierno de la provincia, que es quien está financiando el proyecto”, dice, entusiasmado.

Hasta el momento, se lleva invertido un millón y medio de pesos, y Alcober estima que necesitarán un millón y medio más para poder finalizarlo. “Cuando volví, no teníamos ni financiación ni capacidad técnica. Venir a hacerlo acá en San Juan era complicado, es como venir a montar un avión de alta tecnología a un pueblito del interior. Hubo que formar un equipo, y lo más largo del proceso hasta el momento fue eso: enseñarles la parte de esculturas, que es vital, porque si no están bien hechas, si la anatomía no está bien controlada, y si no hay un trabajo muy fino, las esculturas pasan a ser muñecos. La diferencia entre un animal creíble y un muñeco es muy sutil, y ese el toque que le da quien sabe mucho de anatomía. Aquello fue un largo trabajo de dos años, de prueba y error.”

Trabajo en equipo Prueba y error parece ser el lema de todos los que aquí trabajan, en su mayoría becarios de la Universidad de San Juan, de carreras tan disímiles como biología, diseño industrial, arquitectura y artes visuales, entre otras. “Es bastante multidisciplinario”, comenta Claudia Díaz, bióloga, encargada del taller y coordinadora de las actividades del personal. “En el equipo inicial somos dos paleontólogos del museo, un técnico preparador de fósiles, un diseñador industrial, un biólogo y yo, que soy docente de biología y también hago el trabajo de técnica paleontológica.”

En el viejo galpón se respira un aire de trabajo inmejorable. Una soldadora saca chispas al esqueleto de un dinosaurio; enfrente, un pedazo de telgopor es tallado y convertido en el molde de una cabeza prehistórica; más allá, el hombre de la pintura rocía un dinosaurio con un potente aerosol, mientras otros tres jóvenes acoplan con extremo cuidado la huesuda cabeza de un Lesemsaurus al resto del esqueleto.

El galpón es amplio, unos mil metros de caos prehistórico, con restos de materiales como plastilinas, siliconas, telgopores, pinturas y pedazos de cabezas, esqueletos, manos y pies de dinosaurios desperdigados por todos lados. Al fondo, una réplica ya lista me mira amenazante, y a mi lado hay un Dicinodonte que ya está casi listo. Parecen tan reales, que pienso que si fuera niño estaría un tanto asustado, imaginándome perdido en medio de todos esos bichos con cara de pocos amigos. Pero la voz del locutor de la FM a todo volumen me trae de vuelta al presente.

Claudia, la encargada del taller, explica cómo es la reconstrucción de los Titanes de Ischigualasto, en una parte del trabajo que tiene más de artes plásticas que de ciencias naturales: “En las esculturas, se parte de un volumen y se llega a la pieza final. Aquí es al revés, partimos del interior, haciendo el montaje del esqueleto, y sobre él, trabajamos en el volumen de los músculos. Así no perdemos la dimensión del tamaño real”, aclara, y acto seguido pasa a detallar, en resumen, el proceso creativo: “El primer paso, fundamental, es la investigación bibliográfica. Tomamos una especie y vemos qué material fósil y con qué bibliografía contamos, y lo volcamos en el tallado de la matriz. En algunos casos, excepcionales, tenemos el original y hacemos el molde directamente. Pero si no tenemos el fósil, reconstruimos la pieza en un tallado en telgopor. Después, se realiza la textura, simulada en una técnica artesanal en la que se mezcla papel y cola. Una vez listo, se empieza a copiar en fibra de vidrio y resina, y se hace el montaje: poner las piezas en un soporte de hierro que va a dar el sostén a todo el esqueleto. Teniendo el esqueleto, empezamos a trabajar con los volúmenes de la masa muscular. Primero hacemos un acercamiento con bloques de telgopor y después se termina con plastilina. Se marcan los volúmenes y cuando lo tenemos definido hacemos el texturado, el molde, y la posterior copia en resina y fibra de vidrio. Y tenemos la pieza lista para pintar”, dice, como si resultara muy fácil.

Otra de las partes importantes en la reconstrucción son las llamadas “partes blandas”, es decir, los ojos, la boca, la lengua. “La boca se copia en el mismo material que se utiliza para mecánica dental, y con membranas hechas en látex para darle más realismo. Los ojos, en principio, los traíamos de Estados Unidos, de un lugar donde fabrican para taxidermistas, pero no dábamos nunca con los tamaños y colores, así que empezamos a investigar cómo se hacían, y ahora los hacemos acá, al tamaño y colores que nos parecen”, cuenta Claudia, e introduce a Juan Carlos Martínez, el especialista en efectos especiales que se dedica a esta parte del trabajo. “Tratamos de trabajar las pupilas verticales para los animales más agresivos, como los carnívoros o cocodrilos, y las redondeadas para los herbívoros. Todo basado en la fauna actual, ya que las partes blandas de los animales no se preservan”, aclara. Claudia, atenta a la charla, agrega: “De los colores tampoco tenemos datos, trabajamos en referencia a lo que sabemos de cómo era el ambiente en aquellos tiempos, que pudo haber sido parecido a una sabana africana actual, con épocas de sequía en las que bajaba mucho la vegetación, y después, con alternancia de períodos de mucha lluvia. Si el animal era una presa, seguramente intentaba ocultarse, si era un depredador no. También seguimos un poco el comportamiento de la fauna actual”.

La coordinadora explica que la muestra tendrá una parte explícitamente informativa y otra que será interactiva, en la que se mostrarán las luchas y la interacción que existían entre las especies. Dice que les interesa mostrar cómo fue el Triásico en su totalidad: “La idea es mostrar la diversidad que existió en Ischigualsto hace 220 millones de años, no sólo el dinosaurio, sino cómo fue el paisaje, la interacción entre el ambiente y la diversidad. Aquel fue un momento evolutivo muy importante, porque si bien existían reptiles y anfibios, es en el triásico cuando surgen los primeros dinosaurios, los prototipos de los mamíferos actuales y los primeros cocodrilos. Tenemos uno de los registros más grandes de muchas colecciones de muchos museos, y queremos volcar toda esa investigación en esta muestra, que no tiene comparación con otras”.

Se estima que estará lista entre fines de julio y septiembre, aunque el doctor Alcober insiste en declarar que resulta imposible dar una fecha exacta, dada la complejidad del trabajo y los imprevistos que puedan surgir en el medio. “No podemos poner un plazo riguroso porque estamos experimentando con cada bicho que armamos, y no sabemos las complicaciones que puedan surgir en el proceso, cualquier cosita puede atrasar, esto es prueba y error.”

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El equipo de trabajo multidisciplinario en el galpón donde preparan la muestra del Triásico.
Imagen: Guido Piotrkowski
 
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