turismo

Domingo, 29 de junio de 2008

LA RIOJA > MINERíA, VIñEDOS Y OTRAS PLANTACIONES

Poco ruido y muchas nueces

Una visita a la tranquila ciudad de Chilecito, ubicada en la región centro de la provincia riojana, con el telón de fondo del imponente macizo de Famatina. Un oasis donde se producen nueces, aceitunas y vinos de la mejor calidad. Pero también un lugar cargado de historia minera. La fiebre del oro y el cablecarril de La Mejicana.

 Por Graciela Cutuli

La mejor vista de Chilecito es la que se divisa desde el Mirador de Portezuelo, abriéndose paso entre dos pequeños cerros, donde se levanta una estatua gigante de Cristo. Pero para llegar a este panorama hay que caminar primero por un empinado sendero, sobre la falda de un pequeño cordón montañoso que separa la ciudad de una llanura donde se cultivan viñedos, nogales y olivares. Al pie del Cristo, donde la calle termina, se está levantando un parque que pondrá a Chilecito un poco más en concordancia con el nuevo papel de centro turístico que ahora desempeña, en el centro de la provincia de La Rioja, gracias a sus museos, las bodegas y el cada vez más visitado cablecarril de la Mejicana.

Entretanto, desde arriba la ciudad se muestra como una postal, con sus casas bajas alineadas, el campanario de la iglesia y sobre todo el imponente macizo del Famatina, siempre coronado de nieve, recortado en el horizonte. Las montañas que le sirven de telón son la clave del desarrollo de toda la región. Sin las aguas de sus deshielos, todo el centro de la provincia de La Rioja –del cual Chilecito es la capital– no sería este oasis donde se producen aceitunas y nueces de la mejor calidad, así como vinos de renombre internacional. Sin embargo, el agua no es el único tesoro de los cerros del cordón del Famatina, que es rico en oro y en otros minerales. Varios proyectos mineros en gestación (y en discusión) podrían volver a situar a Chilecito en el centro de una actividad que le aseguró su primer auge, hace más de cien años, y que le dio su nombre definitivo.

FIEBRE MINERA La ciudad fue fundada en 1715 y se conoció primero como Santa Rita y luego Villa Argentina. Durante el siglo XIX, el desarrollo de las actividades mineras impulsó el cruce de los Andes de parte de numerosos chilenos que buscaban trabajo en las minas: fue así que una vez más la localidad cambió de nombre, y tomó la denominación definitiva de Chilecito. Los chilenos, sin embargo, no fueron los únicos atraídos por la fiebre del oro y otras riquezas mineras: también llegaron los mexicanos, que explotaron una mina de oro para la cual fue instalado en 1903 uno de los cablecarriles más extensos del mundo, y una de las mayores obras de ingeniería de los Andes. La Mejicana, tal el nombre del cablecarril, estuvo pocos años en actividad, pero a más de un siglo de distancia sigue fascinando y atrayendo a visitantes de todo el mundo.

En verdad, decepciona un poco que el museo dedicado a una obra de semejante tamaño y tal proeza técnica sea tan pequeño: apenas algunas piezas, con mapas y fotos, cuya economía de recursos contrasta con lo que fue el despliegue para construirlo, allá lejos y hace tiempo. En la entrada del museo están los grandes pórticos de hierro que soportan las ruedas que hacían subir y bajar los cables y las vagonetas. El colosal complejo sigue tan sólido e imponente como en el momento de su construcción, y da la sensación de que podría volver a ponerse en marcha en cualquier momento.

LA OBRA MAS CARA El cablecarril de La Mejicana estaba compuesto por nueve estaciones, a lo largo de un recorrido total de casi 35 kilómetros. Si bien las estaciones están en pie todavía, son de difícil acceso: de todos modos, se ofrecen excursiones que salen desde Chilecito o desde el vecino pueblo de Famatina para seguir el tendido del cable, a pie, a caballo y hasta en algunos tramos en vehículos 4x4. Los vecinos hablan de proyectos de revalorización del cablecarril, que desarrollaría exponencialmente el turismo en Chilecito y todo el centro de La Rioja.

La Mejicana, la obra más costosa que se hizo en la Argentina en su momento, allá por 1905, no puede sino recordar al Tren de las Nubes, otra obra faraónica en medio de los Andes. El punto culminante del cablecarril es la novena estación, que se visita mediante expediciones de aventura, a 4600 metros de altura. Desde allí hasta Chilecito, el desnivel total del cable es de 3510 metros, otro dato que explica la fascinación de la obra, olvidada durante mucho tiempo y no mostrada en su debida importancia.

En su esplendor, La Mejicana bajaba minerales a una velocidad de dos metros y medio por segundo. El oro de la mina de La Mejicana, que dio su nombre a toda la obra de ingeniería, fue explotado por una empresa inglesa hasta la Primera Guerra Mundial. Bajaban los minerales y subían los mineros, junto con alimentos y leña para su vida diaria en las frías cumbres de la sierra. Este vaivén terminó totalmente a los pocos años de su construcción, y hubo que esperar hasta los años ‘80 para que el cablecarril fuese declarado Monumento Histórico.

Otro recuerdo de la gran época de la minería en Chilecito se encuentra en Santa Florentina, a unos siete kilómetros del centro. En esta planta, hoy en ruinas, se fundían minerales de oro, cobre y plata que bajaban de La Mejicana. De sus restos emerge una chimenea de los hornos de fundición, que le dan a este pedazo de los Andes una aire de familia con las ciudades mineras del norte de Francia o de Bélgica, erizadas por las chimeneas de las viejas plantas de procesamiento de carbón, otro recuerdo industrial de principios del siglo XX. Finalmente, para terminar con este recorrido por los recuerdos mineros de Chilecito hay que visitar la mina El Oro, con casi tres kilómetros de túneles dentro de la montaña, y su pueblo fantasma.

LETRAS Y VINOS Si bien el pasado de Chilecito está ligado a la minería, su presente lo relaciona cada vez más con la vitivinicultura. La bodega cooperativa La Riojana es el principal actor de esta actividad en Chilecito: se pueden visitar sus instalaciones, para luego pasar a un salón de degustación y compra de sus productos. La bodega se encuentra en el centro mismo de la ciudad, a pocas cuadras de la plaza central.

Ahí nomás, en una esquina, está también la casa de Joaquín V. González. La casona es del siglo XIX, y fue acondicionada como una sala de exposición donde los artistas regionales muestran sus obras, en grandes habitaciones con gruesas paredes de adobe. Joaquín V. González vivió en esta casa parte de su infancia, antes de trasladarse a Córdoba para sus estudios. Además de esta casona y una calle, el ilustre hijo de Chilecito también es recordado –no podía ser de otro modo– por la Escuela Normal que lleva su nombre y ocupa una manzana entera en el centro de la ciudad.

MUNDO CACTUS El museo local, por su parte, no está dedicado a González sino a la historia de la ciudad, y funciona en uno de los tres molinos harineros que existían antiguamente en Chilecito. Vale la visita, aunque también hay que reconocer que el museo menos esperado de Chilecito, y uno de los más interesantes, es en realidad el Chirau Mita, un jardín botánico que atesora una de las mayores colecciones de cactus existente en el mundo. En un jardín de terrazas al pie de la montaña, en los límites de la ciudad, este museo singular muestra más de 1500 cactáceas de todo el mundo y tiene el raro privilegio de compararse con un museo semejante que existe en Mónaco, sobre la Costa Azul. Nacido como el sueño de una pareja de coleccionistas, con el tiempo tomó la forma de un museo al aire libre, que ofrece visitas guiadas para conocer mejor estas curiosas plantas capaces de desarrollarse en los lugares más inhóspitos del planeta. Además de la visita de los jardines, Chirau Mita tiene una sala donde se exponen completas colecciones de objetos y puntas de flechas de las distintas culturas que se desarrollaron en el Noroeste argentino. Mientras tanto en la ladera de la montaña, por encima de las terrazas de Chirau Mita, los cardones parecen vigilar seriamente a estos primos llegados de Africa, del Caribe, del Nordeste de Brasil, de Australia, de Asia y de Estados Unidos, y un poco más lejos todavía el extraordinario paisaje riojano que los vio nacer.

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Panorama de la arbolada ciudad, desde el Mirador de Portezuelo.
 
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