turismo

Domingo, 10 de noviembre de 2002

MENDOZA RAFTING, ESCALADA, RAPPEL Y MOUNTAIN BIKE EN POTRERILLOS

Aventuras en los Andes

A una hora de Mendoza capital, la localidad de Potrerillos es una de las mecas del turismo de aventura en nuestro país. Rafting y kayac en el río Mendoza, mountain bike entre paisajes espectaculares, escalada, rappel y tirolesa en La Ola del Salto y parapente en el cerro Arco.

Texto: Julian Varsavsky
Fotos: Gustavo Mujica

La ciudad de Mendoza y su vecina localidad de Potrerillos sirven de base para disfrutar de una de las principales zonas de turismo de aventura en nuestro país, en un contexto de belleza paisajística que atenúa todo esfuerzo físico. Las opciones incluyen paseos por la montaña en mountain bike, rafting y kayac por los vertiginosos rápidos del río Mendoza, escalada en la roca y rappel en La Ola del Salto y la posibilidad de ganar el cielo en un parapente.

Paso a paso, grieta a grieta En el sitio conocido como La Ola del Salto –a 10 minutos de Potrerillos– hay una barranca rocosa que parece diseñada por la naturaleza para practicar escalada, rappel y tirolesa. En primer lugar, debe quedar claro que estos deportes son mucho más sencillos y menos riesgosos de lo que parecen a simple vista. Un dato ilustrativo es que grupos de chicos de colegio primario vienen con frecuencia a este lugar a pasar una tarde de aventuras, y no hay uno solo que deje de realizar cada una de estas modalidades.
La especialidad más emocionante –por ser la más compleja– es la escalada en la roca sin otra ayuda que las manos y los pies, pero enfundado en un arnés con una soga doble de seguridad atada a dos pernos clavados en la cima. Ya de entrada, el novato escalador se da cuenta de que la escalada –a estos niveles sencillos– no requiere de mucha fuerza ni habilidad sino de paciencia e inteligencia. La clave está en aplicar la técnica tal cual lo explica el instructor, sin olvidar que cada movimiento se basa en cuatro puntos de apoyo (ambas manos y piernas). Al escalar una pared rocosa, hay que levantar sólo uno de esos puntos por vez, garantizando así que resten tres bases de apoyo. El esfuerzo para subir se hace con las piernas porque los brazos son más débiles. Siguiendo estas instrucciones –practicadas antes en un lugar sencillo–, cualquier persona, aunque nunca se haya trepado siquiera a un árbol, descubrirá que es capaz de trepar a una pared vertical de rocas que mide 20 metros de altura. Si llegado a cierto punto, hay pocas salientes de donde agarrarse o la grieta para poner el pie está más arriba de lo previsto, la clave es pegar bien el cuerpo a la pared para no caerse de espaldas y animarse a dar ese paso. Una vez más, el aventurero comprobará que la teoría aplicada con disciplina rinde los resultados que a simple vista parecen imposibles, y así superará el mal trance segregando una buena dosis de adrenalina, esa extraña sustancia del placer derivada del miedo.

Descenso en rappel Esta técnica de descenso de montañas con la ayuda de una cuerda y un arnés es la que al principio despierta los mayores miedos. La sensación que produce pararse de espaldas a un abismo y dejarse caer lentamente hacia atrás –por mucha soga y mucho arnés bien asegurados que haya– le helará la sangre al turista más valiente. Nadie comienza a descender en el primer intento, ya que todos titubean un buen rato sin poder disimular la innata cobardía. Pero si ya estamos en el “baile”, habrá que “bailar”, así que es momento de inclinar el cuerpo hacia atrás hasta formar un ángulo recto con la pared y comenzar a descender mientras la adrenalina ya nos brota por los poros.
La soga se agarra con las dos manos: con la derecha se la pasa por detrás del cuerpo, a la altura del coxis, y con la izquierda se toma la soga por delante –a una altura encima de la cabeza– sin hacer mayor fuerza. La postura no es por cierto muy cómoda en un principio, y literalmente estamos “con una mano atrás y otra adelante”. En el rappel la técnica no es una cuestión de fuerza sino de habilidad y confianza en sí mismo, y de seguir las instrucciones. Conviene separar bien las piernas al apoyarlas en la pared para no perder el equilibrio y no achicar nunca el ángulo cercano a los 90 grados con la montaña. Para comenzar a descender simplemente hay que ir aflojando la soga que se sostiene detrás del cuerpo. Al llegar a la mitad del descenso, ya liberados de las tensiones iniciales, todo resulta más sencillo, y sobre el final es poco menos queun juego de niños. Para aquellos que agarren confianza de inmediato, hay un sector de 25 metros de altura donde la pared tiene una hendidura que obliga al aventurero a bajar sin siquiera poder apoyar los pies en la montaña (“rappel en el aire”).
Otra de las aventuras que también se practica en los cerros mendocinas es la tirolesa, que consiste en pasar sobre un precipicio colgado de un arnés. Este deporte tiene su historia y proviene de Europa. En el pasado, en la región de los Alpes conocida como El Tirol, algunos monjes cortaban camino entre las montañas cruzando rápidamente de un barranco a otra con esa técnica.

Vertigo en el rio El caudaloso río Mendoza, que parece segregar adrenalina a borbotones, es el escenario perfecto para emprender un vertiginoso rafting. A esta modalidad se la considera un deporte en equipo de entre 6 y 8 integrantes que navegan por un río caudaloso sobre una balsa inflable. Antes de partir, el guía y conductor del gomón le entrega un remo a cada uno y explica las voces de mando: “alto”, “derecha”, “izquierda”, “adelante” y “atrás”. Los preparativos llevan su tiempo: hay que colocarse un traje completo de neoprén, botas de goma, casco y un chaleco salvavidas. Para mayor precaución, una combi de rescate perseguirá todo el tiempo al gomón desde la carretera al borde del río.
El Mendoza es un río ciclotímico que por momentos explota de furia en concéntricos remolinos, y al instante se apacigua en felices remansos. ¿Qué pasa si nos damos vuelta? La posibilidad siempre existe, aunque en verdad depende de los viajeros. El guía suele preguntar de antemano, y si todos están de acuerdo seguramente ocurrirá el vuelco (con una sola persona que se oponga el “accidente” no será provocado). Pero si esto ocurriese –adrede o no– no hay nada que temer. El río no es profundo ni el caudal, incontrolable. La orilla está a pocos metros y el casco y el chaleco protegen de las rocas. Además, un kayac con un ayudante persigue todo el tiempo al gomón para mayor seguridad. La recomendación en este caso es colocarse boca arriba o sentado con los pies hacia adelante. Una vez con todos nuevamente sobre el gomón, la travesía continúa como si nada hubiera pasado. El río Mendoza está catalogado como Nivel II, apto para que puedan realizar rafting chicos desde los 6 años en adelante que sepan nadar. Una bajada de rafting dura un promedio de una hora, el tiempo que lleva recorrer los 12 kilómetros.
Aquellos que deseen exigir al máximo el trabajo de la glándula suprarrenal (la que segrega adrenalina) optarán por bajar el río en un kayac doble, conducido por un guía.

Montañas a pedal En los alrededores de Potrerillos están algunos de los mejores circuitos de mountain bike de la provincia, al pie del cordón montañoso Del Plata. La belleza y variedad de paisajes son un impulso especial para pedalear con más fuerza, aunque en verdad los ciclistas tienen que estar mucho más atentos al camino que a los idílicos panoramas. El mountain bike es una disciplina que consiste en recorrer senderos muy estrechos, sembrados de rocas y con subidas y bajadas muy pronunciadas. Según la jerga ciclista, el primer tramo del circuito está catalogado como “muy trabado”. Se trata de una bajada arenosa y pronunciada con obstáculos rocosos y un sendero muy estrecho lleno de arbustos espinosos (se recomienda llevar pantalón largo). La tarea de avanzar no es nada sencilla, y por momentos la precaución indica que lo mejor es bajarse de la bicicleta para no terminar de bruces sobre un cactus. Una vez sorteada la etapa inicial, se llega a un terreno más plano que permite levantar la mirada y descubrir la presencia descomunal del Cerro del Plata, con su pico nevado a 6100 metros de altura. El circuito incluye el cruce de un arroyo a toda velocidad para llegar a duras penas hasta la otra orilla sin meter los pies en el agua (no todos lo consiguen). La excursión a pedal por este circuito de 10 kilómetros se hace en unas dos horas.

A las nubes en parapente Quien desee imitar el arte de los pájaros y ganar el cielo desafiando la gravedad podrá poner a prueba su valentía en el cerro Arco, vecino a la ciudad de Mendoza, a 1700 metros de altura. Hasta allí se llega en una camioneta 4x4 a través de un complicado camino de cornisas que caracolea en la ladera montañosa. Los preparativos son largos y rigurosos y se requiere un exhaustivo análisis meteorológico para poder despegar. Pero los “legos” en la ciencia de volar –cuyo precursor fue Leonardo Da Vinci– no deben preocuparse por nada, ya que todo está en manos del instructor Alejo Moiso, un experimentado parapentista local.
Ya en el aire, con los pies meciéndose suavemente sobre un precipicio de 650 metros, el instructor estudia y pasea por todos esos vericuetos invisibles que pueblan el vacío (térmicas, dinámicas y vientos sonda). No se puede negar que la experiencia despierta cierto temor, sobre todo si pensamos que nuestras vidas penden de unos hilos muy finos (pero resistentes). La tensión cede cuando descubrimos que el vuelo es distendido y a poca velocidad. La sensación no es tanto la de volar como un pájaro, sino la de estar flotando liberados de la fuerza de gravedad. El instructor hace que el parapente comience a avanzar dando largas vueltas en “U”, y a lo lejos se ve toda la ciudad de Mendoza, el parque y su lago, la precordillera y el cerro Blanco (5500 metros). Un viento sonda nos sirve para ganar altura mientras conversamos indiferentes al descomunal precipicio sobre la envidia que el género humano les tiene a los pájaros. El cerro del cual hemos partido queda muy abajo y la distancia hasta el suelo es de cerca de un kilómetro. A los 25 minutos de vuelo realizamos la aproximación a la pista y descendemos suavemente en el mismo punto de partida. Cuando todo ha terminado nos invade un extraño éxtasis; una última dosis de adrenalina derivada de haber estado, por unos instantes, colgados del cielo.

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En la imponente belleza de los Andes mendocinos, un momento de calma para admirar las altas cumbres.
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