turismo

Domingo, 15 de noviembre de 2009

ENTRE RIOS > PEQUEñAS POBLACIONES RURALES

Aires de campo

Entre Gualeguay y Villaguay, un encadenado de pueblos y aldeas invita al cambio de ritmo, al sabor de la comida casera y la vida rural. Cómo pasan los días en Paso de la Laguna, en Durazno y Tres Aldeas, ejemplos camperos algo escondidos en la rica diversidad entrerriana, donde siempre hay tiempo para un mate y la charla pueblerina.

 Por Pablo Donadio

Campos hasta el horizonte, siembra y silencio. Lejos del “turismo gringo”, nuestro país ofrece infinidad de espacios donde frenar un poco el ritmo y cargar el alma con algunos bienes escasos, como la sencillez del encuentro con el otro y el sabor de lo hecho a mano. Presente en las razones más profundas del campo adentro entrerriano, la calma lugareña va marcando un camino donde algunos pueblitos aparecen como postas, sin las estridencias de otros destinos top, pero con mucho para compartir. A poco más de 300 kilómetros de Buenos Aires, previo paso por la ciudad carnavalera de Gualeguay, un encadenado de pueblos y aldeas brinda caminatas y paseos por chacras donde no faltan los quesos, chorizos y embutidos regionales, y donde aparecen historias lugareñas a la vera del río. Una propuesta para cambiar el eje clásico de los viajes, y abrirse a la belleza de eso que no reluce, pero deja huella.

HACIA PASO Perteneciente al Departamento de Villaguay (la otra “tranquera grande” del centro de la provincia de Entre Ríos, junto a Gualeguay), y sobre el kilómetro 137 de la Ruta 18, Paso de la Laguna es una localidad donde residen algo más de 200 familias. Y lo de las familias es una singularidad que describe la forma de vida local: son familias, más que habitantes, vecinos o ciudadanos, las que se interrelacionan a diario. Apenas se llega aquí, unos 20 kilómetros antes de Villaguay, hay que cruzar un pequeño puente de madera pintado de blanco, con amplios durmientes que sostienen su estructura para que pasen los pocos automóviles de la zona. Debajo corre un brazo del río cercano, sin nombre, que es el oasis de las ovejas, vacas y perros que andan por ahí en igualdad de condiciones y con categoría de mascota. Allí la pesca del sábalo es el divertimento de los más jóvenes, pero también el sustento alimentario de unos cuantos ávidos pescadores, que dividen sus horas en la elaboración de quesos, el fútbol y la pesca. Además, el agua del río sirve para hacer florecer un importante jardín que da la bienvenida a la cancha de fútbol central, alrededor de la cual gira ese pequeño mundo regional. “Recuerdo los partidos entre la gente de Paso y nosotros, los ‘porteños’, cada año que los visitamos. Esta cancha es una de las formas de recepción, del compartir, que ellos tienen. Aunque no te regalan el triunfo ni loco”, afirma Martín Romero, bonaerense, amigo de dos familias y asiduo visitante del lugar, mientras exhibe una marca en el tobillo que da cuenta de su relato. Basta levantar la vista y ver una cancha siempre colmada de gente, alrededor de la cual cuentan que fue construyéndose el propio pueblo y sus casas.

Cerquita está la escuela, baja pero amplia, donde asisten todos los chicos locales y algunos vecinos de chacras más lejanas. La última novedad del lugar es el galpón multiuso, edificado por la comuna para la celebración de fiestas locales, como la misa con doma, o reuniones personales. Resta entonces probar los quesos caseros, que según los pobladores son de lo mejor que ofrece la provincia: “Están hechos como debe hacerse un buen queso, con lo mejor de la leche y su tiempo de fermentación”, señalan. El sabor cremoso confirma lo dicho, y hay que hacer fuerza para rechazar la amabilidad de los Blanco y los Carlazare, dos familias emblemáticas del pago, que saben combinar esos manjares regionales con mates y las infaltables tortas fritas, hasta que el visitante no da más. Para dormir allí, es más difícil negarse a la invitación que encontrar un lugar disponible, aunque la mayoría de los visitantes suelen llegar a Villaguay, donde hoteles y hostels permiten descansar por costos muy bajos.

DE DURAZNO A TRES ALDEAS El día siguiente llega con el interrogante de un cartel que dice “Durazno”. A unos 15 kilómetros de Paso de la Laguna, supo ser una de las estaciones del ramal ferroviario que salía de Ceibas y cruzaba la provincia por el centro. Hoy, su viejo casco inglés está algo deteriorado, pero allí nos recibe Piedrabuena, un gaucho auténtico de boina y alpargatas, ex ferroviario y actual criador de animales. “Desde que mi mujer me dejó a las cinco menos cuarto de hace 26 años, estoy acá. Con mis animales y el chango más chico, enseñándole lo que es ser del campo”, dice con tono acentuado y meneando la cabeza. “¿Que no ha comido aún? Ah, no puede ser m’hijo. Siéntese ahí que le voy a traer algo.” Rodeado de soja y con muchos campos en venta, el lugar es hoy un imán para los inversionistas del agro, por la buena calidad de la tierra y valores que no son los de la Pampa Húmeda, pero rinden sobremanera. “El lugar prosperó mucho estos años, si se ven camionetas que antes no sabía que existían”, confirma Piedrabuena, actual propietario de la franja que le correspondía al viejo ramal de tren. Durazno posee, según registros del Ministerio del Interior, 553 habitantes, pero hay que hacer fuerza para ver apenas un puñado de ellos. Sus callecitas de tierra bien decoradas están casi desiertas, y sólo brillan los jardines de abuelos, cálidos y entrañables. Perteneciente al partido de Tala, el centro-centro de Entre Ríos, posee una entrada auxiliar entre el kilómetro 126 y 127 de la Ruta 18, al cual se llega mediante la combinación de caminos de ripio y tierra. Desde una de las esquinas se ve el tanque de agua del Consorcio de Agua Potable (CAP), construido en la década del 40 en una segunda planta de una casa: y con eso le alcanza para ser el edificio más imponente del pueblo, proveedor de agua para toda la localidad.

Camino arriba, a unos 20 minutos de Durazno aguardan las aldeas Farías, Díaz y Pérez. Las Tres Aldeas, como se las conoce, aportan paisajes camperos interminables, con algunos cascos que se pierden entre los campos. Allí la carne de jabalí está haciendo furor, y sus chorizos nada deben envidiar a los famosos tandilenses. En las aldeas nos recibe “El Corrientes”, de sonrisa imborrable y amabilidad comprobable. Mientras su esposa prepara el mate, cuenta algunos detalles de su trabajo en el reciente programa agrario familiar: “Acabamos de conseguir luz para la tercera aldea, y ahora el objetivo es terminar los trabajos de mejora en el camino de entrada, desde la ruta hasta la última casa”. Su hijo, experto cazador, muestra su fusil y algunas de sus presas, mientras comenta la novedad del jabalí como alimento de creciente difusión en el mercado. “Su carne es muy magra y de rico sabor. Por eso estamos criando algunos animales para vender en la ciudad y proveernos entre todos”, explica.

GUALEGUAY Y VILLAGUAY Hecha de bloques de plazas, monumentos y edificios, y primera posta importante en el camino para quien llega desde Buenos Aires, Gualeguay es conocida como la “Capital de la Cordialidad”. Los escasos 220 kilómetros que la separan de la Capital Federal la tornan un excelente destino para los amantes de la pesca, y cuenta con todos los servicios hoteleros, gastronómicos y culturales de una ciudad importante, pero sin una pizca de estrés. De apariencia antigua, añosos árboles, veredas angostas, faroles y calles de adoquines, la historia transcurre entre los relatos, la vida carnavalera y su restaurada arquitectura. La RN N° 12 divide el casco urbano, donde es posible realizar numerosas actividades, en especial relacionadas con el agua: pesca, playa y deportes náuticos. Bordeada por el río Gualeguay, cruzada por el arroyo Clé, mojada por el arroyo Nogoyá, alimentada por el río Victoria, y tocada por los ríos Ibicuy y Paraná Pavón, los pescadores saben que aquí está su lugar. A nivel de festejos locales se destaca el baile con las comparsas, que desfilan en uno de los corsódromos más destacados del país.

En el otro extremo de este viaje, pero en el centro de Entre Ríos, se encuentra Villaguay, cabecera del departamento del mismo nombre. Rebosante de rasgos mestizos, producto del progresivo asentamiento de colonias inmigrantes en la región desde 1880, su pueblo es un crisol de tradiciones belgas, israelitas, italianas, alemanas y españolas entre otras, que se manifiesta también en la completa cartelera de actividades, fiestas tradicionales y sitios históricos. Todo esto se fusiona con la vida rural, que ofrece además de la pesca el moderno turismo de estancias: aquí, por ejemplo, se crían algunos de los mejores caballos criollos del país. Pese a la cierta lejanía con la costa del Paraná, así como del Uruguay, sus balnearios de río y arroyos son ideales para los deportes y el descanso, y también el punto de final de un paseo rural tan tranquilo como intenso por los verdes entrerrianos.

Cómo llegar: Desde Buenos Aires, por RN Nº 9 a Zárate, complejo vial-ferroviario a Brazo Largo. Allí hay que tomar la RN Nº 14, y la Nº 18. Se atraviesa la ciudad de Gualeguay, los poblados de Durazno, Paso de la Laguna y Tres Aldeas. Unos 25 kilómetros arriba espera Villaguay.

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La antigua estación de Durazno, perteneciente al ferrocarril que cruzaba la provincia por el centro.
Imagen: Pablo Donadio
 
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