turismo

Domingo, 13 de diciembre de 2009

CHILE > CERROS DE VALPARAíSO

La joya del Pacífico

Valparaíso es un puerto con alma propia. Ubicado en el norte de Chile, es el punto de llegada para grandes barcos de todo el mundo, morada del poeta Pablo Neruda y próxima sede de un nuevo Congreso de la Lengua. La ciudad está construida sobre cerros que les dan su relieve particular a sus vívidos y coloridos barrios, a los que se llega... en ascensor.

 Por Graciela Cutuli

Valparaíso tiene nombre y tiene apodo. Se cuenta que los navegantes españoles que avistaron por primera vez la bahía de Quintil, allá por el siglo XVI, la bautizaron “Valparaíso” –otras versiones hablan de “Val del Paraíso”– en homenaje a un pueblo de su lejana provincia de Cuenca. Con el tiempo, la primitiva aldea fue ganando importancia y convirtiéndose en la tierra prometida de varias generaciones de inmigrantes que buscaban prosperidad en el comercio y la navegación. Junto con ellos empezaron a brotar, en la irregular superficie junto al mar, edificios, monumentos, iglesias: y una de ellas, la Iglesia de San Francisco, una de las más antiguas y distintivas de la ciudad, se hizo conocida entre los marineros porque su torre se veía desde lejos cuando las naves empezaban a aproximarse a las aguas de Valparaíso. “Ahí está San Francisco”, decían unos, y replicaban otros “Allá está Pancho”. Una y otra vez, hasta que Pancho quedó como apodo y los porteños –que porteños, habitantes de puerto, también son en Valparaíso– lo adoptaron definitivamente junto a la denominación oficial.

DE ARRIBA Y ABAJO Sólo 120 kilómetros separan, en el angosto Chile, a Santiago de Valparaíso. Es un paseo que puede llevar un día tranquilo si antes se hace un alto en Isla Negra, la emblemática casa de Pablo Neruda sobre el Pacífico, o en el balneario de Viña del Mar. Al recién llegado, en todo caso, no le resultará difícil orientarse: la particular geografía de Valparaíso, con sus cerros que descienden hacia el mar, es la mejor brújula. El mapa de Valparaíso termina de armarse, además de los cerros, con la zona llamada el Plan, que a su vez tiene dos sectores: el Puerto, con las instalaciones portuarias pero también numerosos bares, y El Almendral, donde se concentran los servicios administrativos y comerciales.

En cuanto a los cerros, reúnen lo más interesante de la ciudad turística, y basta con conocer algunos de los principales, aunque no se sepa exactamente cuántos son: Barón, Placeres, Larraín, Polanco, La Cruz..., muchos de ellos identificados con sus respectivos ascensores. Porque en Valparaíso siempre se sube y se baja (y felizmente no siempre a pie, sino a través de los funiculares o ascensores que comunican la parte alta y baja de la ciudad). En total son 15, todos parte del patrimonio histórico de la ciudad: el más antiguo, que funcionaba a vapor, se remonta a 1883 y fue construido para el Cerro Concepción. Cuatro años más tarde, llegó el del Cerro Cordillera. Completan la lista el Barón, Polanco, El Peral, Reina Victoria, San Agustín, Florida, Mariposas, Monjas, Artillería, Larraín, Espíritu Santo, Villaseca y Lecheros.

CERRO A CERRO Estos funiculares permiten acceder a la parte de Valparaíso que parece concentrar el color local y el alma de la ciudad: esa cadena de cerros paralelos a la bahía, dueños de una variopinta influencia arquitectónica declinada en casas de colores, escaleras empinadas y callejuelas angostas donde crece la tentación de perderse para descubrir rincones íntimos, inesperados, secretos.

Entre los numerosos inmigrantes instalados en Valparaíso, uno de los pioneros fue el inglés William Bateman, que se construyó una casa en el Cerro Alegre y dio impulso al establecimiento de muchos otros compatriotas, hasta la formación de todo un barrio residencial cuyo colorido le valió el nombre al cerro. La fisonomía del lugar cambió después del terremoto de 1906, que provocó una renovación en las viviendas y le dio mayor uniformidad a todo el panorama. El Cerro Alegre forma un conjunto con el Concepción, que también conoció la instalación de europeos a fines del siglo XIX: quedan como testimonio la Iglesia Anglicana, el Paseo Pierre Loti, la Iglesia Luterana, el Paseo Yugoslavo, todos con vista a la bahía y al Plan. Para el visitante, son como un laberinto de casas y mansiones, de fachadas coloridas, calles empinadas, placitas con curvas ocultas y miradores donde se respira la herencia inglesa.

Otra parte de la historia porteña se escribió en el cerro Santo Domingo, sobre el antiguamente llamado Valle de Aliampau. Aquí están la iglesia de Santo Domingo y la Iglesia Matriz, en el lugar donde antiguamente se habían establecido los jesuitas: antiguos grabados lo muestran como un sitio agreste y descampado, cuando la ciudad no era el impresionante puerto de hoy, sino apenas un muelle por explorar junto al Pacífico. Antiguo y pintoresco, Santo Domingo se conoce también como “el corazón del puerto”, porque a partir de aquí comenzó uno de los núcleos originarios de la población de Valparaíso. El recorrido sigue por el cerro Artillería, que tiene varios edificios de interés –el Museo Naval y Marítimo en particular es interesante para quienes quieren conocer la historia del puerto y la vinculación de su desarrollo con la navegación– y el cerro Barón, donde se levanta la iglesia de San Francisco, aquella justamente del famoso Pancho.

Valparaíso tiene otros cerros para visitar: el Cordillera, en el centro, con los restos de la fortaleza del Castillo San José; el Florida, con su antiguo ascensor; el Playa Ancha y el Bellavista, cuyo nombre lo dice todo, y al que sin dudas hay que llegar. Situado en el sector central de los cerros porteños, tiene una amplia vista panorámica sobre la bahía de Valparaíso, que sin duda apreciaba uno de sus habitantes más ilustres: Pablo Neruda, que aquí construyó una de sus casas, La Sebastiana.

CASA DE NERUDA “Siento el cansancio de Santiago. Quiero hallar en Valparaíso una casita para vivir y escribir tranquilo. Tiene que poseer algunas condiciones. No puede estar ni muy arriba ni muy abajo. Debe ser solitaria, pero no en exceso. Vecinos, ojalá invisibles. No deben verse ni escucharse. Original, pero no incómoda. Muy alada, pero firme. Ni muy grande ni muy chica. Lejos de todo pero cerca de la movilización. Independiente, pero con comercio cerca. Además tiene que ser muy barata. ¿Crees que podré encontrar una casa así en Valparaíso?” Lo que probablemente parecía imposible se hizo realidad en esta casa que Pablo Neruda inauguró, a lo grande, en 1961.

La visita completa el panorama del itinerario vital del poeta al que es posible asomarse desde la recorrida de La Chascona, en Santiago, y la bellísima Isla Negra. Es imposible no enamorarse de esta casona de cuatro pisos, a la que Neruda añadió un altillo, donde aparece su extravagante y romántico gusto decorativo pero sobre todo la visible y creciente presencia del mar. ¿Qué rareza falta aquí? Prácticamente ninguna... Cuadros, platos con globos, mapas, claraboyas, una sinfonía de colores a descubrir a cada paso a medida que se sube y que más luz va entrando por los ventanales de una auténtica casa de poeta. La Sebastiana está abierta al público como museo nerudiano desde 1992, y además de la muestra permanente de la casa organiza exhibiciones temáticas temporarias.

La Sebastiana, como Valparaíso toda, está muchos días del año envuelta en neblinas que llegan del Pacífico. Pero los días de sol, las casas pintadas de la ciudad forman como un arco iris que se desprende de cada cerro. Y sobre todo, desde hace algunos años y en vista del Bicentenario y de eventos como el Congreso de la Lengua que se realizará el próximo marzo, Valparaíso hizo un gran esfuerzo para restaurar su patrimonio histórico y muchas de sus casas fueron pintadas a nuevo. Como para relucir mejor frente al nuevo siglo de vida que le espera, mostrándose más bella en las fotos que se llevan de recuerdo sus visitantes desde sus numerosos puntos panorámicos, siempre mirando hacia el puerto y las playas de Viña del Mar.


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Literalmente trepada al cerro, una casa tradicional al borde de los rieles de un funicular.
 
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