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Domingo, 31 de enero de 2010

JUJUY > CARNAVAL DE LA QUEBRADA

Tilcara endiablada

En este mágico pueblo de la Quebrada de Humahuaca, Patrimonio Cultural de la Humanidad, se celebra en febrero uno de los carnavales más auténticos, coloridos y originales del país. Rituales de una cultura ancestral e influencia española se mezclan en esta fiesta desenfrenada en la que todo el pueblo participa.

 Por Guido Piotrkowski

“El carnaval para el quebradeño es sagrado, es alegría y es identidad. Donde encuentres un quebradeño, te va a hablar del carnaval, es algo muy arraigado, muy comprometido con la gente, con el pueblo, y no conoce edades, porque uno comienza a carnavalear desde que es un niño en el vientre de su madre. Cuando nacés, te ponen en la espalda y te llevan a carnavalear.” Así define Walter Apaza, director del Museo de Esculturas de Tilcara, docente de Ciencias Políticas y Jurídicas e investigador en materia carnavalera, este festejo que comienza el 13 de febrero y se extiende por nueve días.

Walter habla con una tranquilidad como sólo la gente de estos pagos puede hacerlo. Frente a su casa, y como todos los años en las vísperas del carnaval, un grupo de jóvenes preparará en un tacho gigante que enfloran con guirnaldas y una chacra (planta de maíz) el saratoga, un trago a base de vino blanco, frutas y quién sabe qué más, que se convida en las “invitaciones”. Apaza dice: “Capaz que ni saben por qué lo hacen, pero están haciendo la fiesta de la abundancia. La juventud no sabe el significado cierto de la celebración, no hay transmisión oral”. Y con la mirada como perdida, pero con una clara atención en cada una de sus definiciones, explica: “Esto históricamente viene de los festejos de la abundancia que tenían los pueblos andinos. Estamos en la época de las cosechas, en el momento de poder disfrutar de las papas, los maíces, que son los frutos andinos. Esas cosechas no se hacían por un salario como ahora. El concepto de trabajo era alegría, diversión, ibas a un campo, ayudabas a levantar la cosecha y después se hacía todo un festejo, luego se trasladaban a otro predio. Con la llegada de la colonia se le impone este otro sentido fijo de la fecha. Hoy el carnaval es una cuestión cristiana, porque se toman cuarenta días de Pascua para acá, se saca cuando es el Miércoles de Ceniza y ahí ya tenés el carnaval propiamente dicho. Es una cuestión lunar y una cuestión religiosa desde el punto de vista cristiano, pero desde el punto de vista andino era una cuestión estacional de las cosechas, es por eso que se juntan las dos vertientes”, sintetiza el docente.

EL DESENTIERRO El sábado es el día marcado para realizar el ritual de desenterrar al diablito, que dará comienzo a una semana agitada. La gente se irá acercando lentamente a los diferentes mojones –cada comparsa tiene el suyo–, montículo de piedras sagrado que se “chaya” (bendice) con cerveza, cigarrillos, coca, entre otras cosas, y de donde “saldrá” el diablito que dará comienzo “oficial” al festejo que todos esperan.

Copleros y copleras se unen a los festejos con sus cantos ancestrales.
Imagen: Guido Piotrkowski.

Y cuando las autoridades de la comparsa dicen algunas palabras alusivas, inaudibles para quien no esté muy cerca, se “desentierra” el diablito y se “decreta” el inicio del carnaval. Cerveza, chicha, talco, espuma, papel picado, serpentina, vino blanco y vino tinto, todo esto y mucho más, cae en forma de bendición sobre el mojón y los que lo rodean, bombos y trompetas suenan con fervor, y la locura se desata.

“El desentierro es el acto de pedir permiso a la madre tierra y al supay (diablo) que está ahí presente para que puedas festejar los días de carnaval con mucha diversión, para que no te pase nada, y por sobre todas las cosas para que tengas un año de alegría. Participás ofrendando a la tierra alcohol, coca, cigarrillos, vino, cerveza, papel picado, serpentina y albahaca en tus manos –señala Apaza–. Ese es el significado: el acto de pedirle a la madre tierra que vas a festejar, porque estamos hablando de los festejos de la abundancia, entonces le vas a agradecer a la tierra, que te da lo más rico y hermoso y suculento, que es el fruto.”

EL DIABLO Pero los personajes principales que se roban el carnaval son los diablitos. Sobre el cerro, del otro lado del río, bajarán por la ladera, ataviados y enmascarados en sus coloridos trajes espejados, en dirección al mojón bailando y saltando bajo una lluvia de espuma, talco y demás implementos carnavalescos, ovacionados y adorados por la multitud; son los reyes del festejo. Sacan a bailar a las mujeres, revolean sus largas colas, beben y hablan impostando la voz. Hay diablitos grandes, chicos y medianos; cualquiera puede ser diablo en tiempos carnavalescos.

“La influencia del diablo es boliviana, viene del ‘tío’, el dios de las profundidades personificado en la forma de diablo. A ese diablo, dueño de la riqueza, se lo venera en esta época de abundancia, por eso es que es gallardo y señorial –dice Apaza–. Lleva sus espejos para reflejar y rechazar las energías negativas que puede sufrir como todo ser humano. Y se pone una máscara porque considera que no hay clase social en carnaval, es por eso que también todos se blanquean con talco, para borrarte de lo que sos y representás en estos días de carnaval, y poder así disfrutar al lado del otro de igual a igual, sin ningún tipo de rango social. En carnaval no hay clases sociales.”

Carlitos Cabrera es músico, dueño de una de las peñas más concurridas de Tilcara, la Peña de Carlitos. Este personaje nacido y criado aquí echa un poco más de luz sobre el endiablado asunto: “Viste que los diablos impostan la voz, es como que uno toma otra personalidad, saca lo que tiene guardado. En el desentierro nos arrodillamos mirando la salida del sol, se saca un muñeco con forma de diablo simbólico y es el que rige durante el carnaval en toda la Quebrada. Una vez que está afuera, tenés que rendirle pleitesía, culto al diablo, no hay otro ser que reine durante estos nueve días”.

¡SOLTAME, CARNAVAL! La frase se repite como una muletilla en cada rincón tilcareño por los poseídos del carnaval, que siguen a su comparsa al calor del sol o bajo un diluvio, tras la ruta etílica de las “invitaciones”, al son de carnavalitos y huaynos ejecutados por las bandas de trompetas, saxos, trombones, bombos y platillos. Algunas comparsas aún conservan a los anateros, quienes ejecutan la anata, especie de quena cuadrada. En general la hacen sonar como señal de traslado de una “invitación” a otra, ya que de otra manera sería imposible escucharlos.

Las comparsas reciben diversas “invitaciones” a lo largo del día, que consisten en bailar frente a una casa entalcados, a pura cumbia, y beber todo el contenido alcohólico (saratoga o chicha en general) que la familia en cuestión haya preparado en un tonel gigante enflorado para la ocasión, custodiado por los padrinos de las comparsas y las banderas alusivas. Rechazar un trago es considerado mala educación y descortesía, y hasta que todo el brebaje no se acabe, la comparsa no puede desplazarse hacia la siguiente “invitación”.

En el mojón de una de las comparsas, se prepara el desentierro.
Imagen: Guido Piotrkowski.

Hay alrededor de una decena de comparsas en Tilcara, y muchas de ellas nacieron como desprendimientos de otras. Los Caprichosos –cabeza a cabeza en nivel de popularidad con los Pocos pero Locos–, Los Pecha Pecha, una de las más antiguas, Los Gozairas, Los Ahijaditos, El Puente de la Diversión, Viejos Choclos, Flor de Cortaderas, entre otras. Cada una tiene su propio himno, que es coreado el unísono por sus seguidores durante las interminables procesiones carnavaleras, que llegan a su fin bien entrada la madrugada en tinglados como el de Los Caprichosos, donde se arma la fiesta con banda en vivo tocando cumbia sobre todo, pero también carnavalitos, huaynos, takiraris y demás ritmos carnavaleros.

Los fortines son otro de los componentes del carnaval. Antiguamente se hacían dentro de las casas de familias que invitaban unas cien personas a carnavalear. Hoy son más multitudinarios. Carlitos sintetiza su origen y actualidad. “En Tilcara hay un lugar donde se juega con mucha tempera, que son los fortines, y que existen hace unos cincuenta años. Empezaron como invitaciones de vecinos, la gente trabajaba todo el año y al final hacía sus ofrendas. Luego se fueron dejando de hacer en sus casas por diversos motivos, y hoy se hacen en locales donde se llegan a juntar unas trescientas personas. Allí podés comer asado guateado al horno de barro, guiso o picante de pollo y de panza. Ahora debe haber unas diez familias que organizan cada fortín, y hace unos diez años se empezó a cobrar la entrada.”

ENTIERRO Luego de una semana de carnavalear duro y parejo, llega el carnaval chico, que comienza en sábado y culmina en domingo, día señalado para el entierro, el momento más emotivo de todos. “A los ocho días volvés al mismo sitio, al mojón, en idéntica situación, a agradecer al carnaval, a decir que querés el año con alegría, y a enterrar todo tu festejo. Es por eso que se quema al diablito que salió en el desentierro, y el año que viene tiene que volver a nacer renovado, vigoroso, si no tendríamos un diablito viejo”, explica Walter Apaza.

“Desde muy chicos nuestros padres nos han enseñado que cuando se desentierra hay que volver a enterrar, porque si no uno después queda endiablado, con algo adentro pendiente. Es por eso que hay que volver para los entierros y si es posible donde se ha desenterrado, en la misma comparsa o mojón”, agrega Carlitos.

El domingo de entierro los diablitos arman una ronda frente al mojón ardiente, se desenmascaran y, tomados de las manos, dan vueltas alrededor de la hoguera. A algunos se les cae un lagrimón, en tanto la gente los insta a llorar: “¡Lloren, diablitos, que se acaba el carnaval!”. El diablito simbólico se quema en la gran hoguera, los diablitos de carne y hueso, ya desenmascarados pero aún en sus trajes multicolores, se arrodillan y el resto de los mortales presentes van lentamente quemando algunas pertenencias en señal de ofrenda.

El carnaval llega a su fin, rompiendo en llanto tras tantos días de alegría, júbilo y desenfreno endiablado.

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Imagen: Guido Piotrkowski
 
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