turismo

Domingo, 18 de mayo de 2003

MADRID MUSEOS

La mayor colección privada

Los Thyssen-Bornemisza amasaron la mayor colección privada de arte del mundo. Hoy se aloja en el palacio de Villahermosa, a metros del Prado y el Reina Sofía, completando como un triángulo de oro un formidable polo de arte que, con buen calzado y dos días enteros, se puede recorrer en carácter de inmersión.

Por Jorge Pinedo

En Madrid, el Museo del Prado reúne lo más preciado del arte occidental producido hasta el siglo XIX; de ahí en más el Centro de Arte Reina Sofía, congrega una impresionante dotación de la obra realizada hasta la actualidad, con preponderancia de la plástica española. El tercer vértice del triángulo de arte lo constituye el Museo Thyssen-Bornemisza que complementa una visión global con maestros primitivos italianos y neerlandeses, renacimiento alemán, holandeses del siglo XVII, impresionismo, expresionismo alemán, constructivismo ruso, surrealismo, abstracción geométrica, hasta el pop norteamericano. De tal modo, con andar unos quinientos metros por los arbolados bulevares del Paseo del Prado, entre la estación de Atocha y la plaza de las Cortes, basta para obtener una amplia perspectiva del arte universal, desde la Grecia antigua hasta ayer nomás. Un abono de 7,66 euros incluso permite acceder a las muestras permanentes de los tres museos, tarea que requiere buen calzado y no menos de dos jornadas completas de exhaustiva dedicación.
Instalado desde hace una década dentro de los muros del siglo XVII del Palacio de Villahermosa, un ejemplo del neoclásico madrileño remodelado para los actuales propósitos por el arquitecto Rafael Moneo, el Museo Thyssen-Bornemisza reúne la colección (que fuera) privada más grande del orbe. En los años veinte del siglo pasado, el barón Heinrich Thyssen-Bornemisza supo reunir clásicos del arte antiguo que fueron por primera vez expuestos en 1930 en los salones del Alte Pinakothek de Munich. Como la colección no cesaba de crecer, dos años más tarde el barón le compró al príncipe Leopoldo de Prusia el chateau Villa Favorita en la localidad suiza de Lugano. A la muerte del aristócrata en 1947, la Colección de 525 obras se dispersó entre los herederos hasta que su hijo Hans Heinrich, el actual barón, las compró a sus parientes con el fin de reunir nuevamente la serie, e incrementarla con más pintura antigua y, en los sixties, inauguró la flamante Colección de Maestros Modernos. Todavía atribulado por las fuertes ráfagas estéticas que en las dos anteriores décadas habían sacudido el ambiente plástico –y el mundo todo–, el nuevo barón concentró su interés en las obras del expresionismo alemán, arte que había sido considerado como “degenerado” y sus obras destruidas por los nazis. Lógicamente, de ahí pasó a los vanguardistas rusos y a los pioneros de la abstracción que derivaron en impresionistas, puntillistas, pintura europea de posguerra, Francis Bacon, Lucien Freud (la sala 48, al final del recorrido, luce un retrato del barón realizado por el sobrino del inventor del psicoanálisis), hasta Andy Warhol.
Los trescientos cuadros que cabían en Villa Favorita fueron excedidos, de manera que el lugar y el predio ofrecido por el gobierno español convenció al barón en llevar su Colección a Madrid, que la adquirió en julio de 1993 por módicos 350 millones de dólares. Duccio, Van Eyck, Carpaccio, Lucas Cranach, Durero, la panorámica Vista del canal Grande... (1780) de Francesco Guardi, Caravaggio, Rubens, Frans Hals, un inquietante autorretrato de Van Gogh, Gauguin, el celeste enturbiado de El Puente de Chering Cross (1883) de Monet que dilata las pupilas en la sala 39, la paradojal calidez del Deshielo de Baseuil (1881) de Renoir, las playas de Gauguin, esa imagen casi delteña que proporciona Sisley en La inundación en Port-Marly (1876), más los juegos y luces de Mondrian, Kirchner, Klee, Hopper y Rauschenberg complementan un raid pictórico que entrecorta el aliento en cada escala.
Instalada según un recorrido histórico, la Colección Permanente se recorre siguiendo la numeración de las salas y, dentro de cada una, la de las obras, a partir de la segunda planta, girando siempre a la derecha en torno de un patio central. Iluminados preferentemente con luz natural, los cuadros muestran su letrero de referencia (autor, año, título, materiales) sobre el lado opuesto al del recorrido. Detalle que, junto con la iluminación artificial reflejada sobre los lienzos, no alcanza a menoscabar la fuerte identidad de la muestra. Renacimiento y Clasicismoocupan los espacios iniciales que abarcan hasta la pintura veneciana del sigo XVIII, con importantes pilares en la pintura flamenca y alemana, que concluyen con las dos primeras salas dedicadas a los holandeses en su estética más italianizante. El resto de los cuadros de este origen se halla en la primera planta que obtiene del realismo un hilo conductor temático: arranca con Frans Hals en el siglo XVII y llega a Max Beckerman en el XX. Punto obligado de detención, este sector guarda un muestrario de impresionistas y posimpresionistas, difícil de hallar en su variedad y representatividad en otro museo europeo, por fuera de los especializados. Allí también reposa la plástica norteamericana del siglo XX y el expresionismo alemán.
Ya en la planta baja, el cubismo y las vanguardias que le sucedieron en la abstracción aportan fuertes estímulos al asombro con obras no del todo conocidas de célebres pinceles, hasta arribar a las formas tridimensionales del pop-art, incluyendo el experimentalismo.
Junto a la cafetería del primer sótano (a precios accesibles, cosa notable en un museo), el auditorium y las salas donde se realizan las exposiciones temporales brindan una calidez que se distingue de la austera arquitectura interior. Con setecientos mil visitantes provenientes de todo el mundo, el Museo Thyssen-Bornemisza depara sorpresas como los ciclos de conferencias y conciertos, movidas hasta la medianoche durante el verano o las muestras “Contextos de la Colección Permanente” en las que se toma una obra y se exhiben sus estudios y objetos relacionados, curados con prodigalidad e inteligencia; actividad que suele ser gratuita. Tal vez, entre los visitantes se distinga una elegantísima señora que, escoltada por un discreto séquito, indique descolgar un Turner de allí, colocar un Degas allá: puede ser la mismísima señora baronesa, que decidió cambiar la decoración de su living e intercambiar dentro de su colección personal. De Federico Klemm, nada.

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El palacio de Villahermosa, tercero del conjunto que forman el Prado, el Reina Sofía y el Thyssen en pleno Madrid.
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