turismo

Domingo, 16 de septiembre de 2012

COSTA ATLANTICA. PALPITANDO LA PRIMAVERA

Recuerdos de Ostende

Entre la nostalgia y el sosiego, el balneario pegado a Pinamar invita a descansar, justo cuando los días grises se van yendo y el sol comienza a alumbrar las calles de arena y sus amplias playas. Un buen momento también para descubrir el paso de personajes de la política, la literatura y la cultura.

 Por Pablo Donadio

Fotos de Pablo Donadio

“Me creía rico con una flor única, pero sólo tengo una rosa ordinaria”, le dijo el Principito al zorro, desconsolado. Pero el animal le retrucó: “Es el tiempo que has invertido en ella lo que la hace importante para ti”. Para muchos, Ostende podrá ser apenas un balneario más, pero quienes lo han amado saben –como el Principito con su rosa– que es especial. Esta época del año, cuando se empiezan a perfilar los días más lindos, es ideal para aprovechar a pleno la Costa Atlántica, justamente con ese tiempo que permite disfrutar de la calma de sus calles arboladas y la soledad de la playa. Es un buen momento para reencontrarse con las desventuras de una de las herederas de estas tierras, Felicitas Guerrero, o llegar al viejo hotel que sobrevivió a los médanos y albergó a Antoine de Saint-Exupéry. También para darse una vuelta por la casita donde Arturo Frondizi veraneó y pergeñó sus ideas desarrollistas.

La estatua de Felicitas Guerrero, en un salón del hotel, subraya su aire de nostalgia.

PASIONES Y NOSTALGIA Felicia Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto, conocida como Felicitas Guerrero, fue para el poeta Carlos Guido y Spano “la mujer más hermosa de la República”. Su historia se entrecruza con la de Ostende y su región. En 1862, con apenas 15 años y cuando comenzaba a brillar en los salones de la sociedad porteña, fue obligada por su padre a casarse con el millonario Martín Gregorio de Alzaga, de 60 años. A partir de allí se sucederían las situaciones trágicas que marcaron su vida: la muerte repentina de su esposo, la fortuna heredada, el regreso de su antiguo enamorado y un reencuentro confuso que terminó con su asesinato y el presunto suicidio de su pretendiente en 1872.

¿Qué tiene que ver este drama pasional con Ostende? Tras la muerte de Alzaga, Felicitas heredó campos y estancias entre las que se encontraban estas tierras, que quedaron a cargo de la familia Guerrero. Con los años, el vasto territorio se fue subdividiendo y cobrando nuevos destinos. Así, a principios del siglo XX la compañía belga al mando de Ferdinand Robette y Agustín Poli encaró la ambiciosa idea de dar vida a un nuevo balneario, homónimo de otro situado en su patria, sobre el Mar del Norte: a imagen y semejanza del añorado Ostende original, los belgas quisieron desarrollar un proyecto urbanístico bien europeo sobre 14 kilómetros cuadrados de dunas que habían comprado a los Guerrero, sin lujos pero con cierta elegancia.

El proyecto incluía una avenida central de 50 metros de ancho, un anfiteatro y una rambla con pilares y balcones. Tuvo una épica fundación en medio de un paisaje donde no había nada más que arena. La llegada, además, era una aventura: del Ferrocarril del Sud se debía trasladar a los visitantes en volantas hasta la Colonia Tokio, donde comenzaban las dunas, para transbordar a un pequeño tren de vías móviles hasta destino, y desde allí emprender el tramo final en carruaje. La lucha contra el ecosistema de médanos era otro tema, ya que la “arena viva” tapaba no sólo la forestación sino toda edificación que se levantara, hasta que tiempo después se descubrió la “fijación” de dunas. Con semejante panorama y un viaje agotador a cuestas, se debía contemplar una atención excelente, por lo que se previó un hotel de más de 80 habitaciones, con amplios salones, espacios para juegos, lectura y esgrima, restaurantes, jardines de invierno y hasta repostería y fábrica de pastas: nacía así el Viejo Hotel Ostende.

Hoy, lejos de las modernas construcciones y amenities de la Costa Atlántica, el viejo hotel compensa con calidez cualquier faltante, y cada objeto de la casa tiene un cuento sorprendente, cada foto un epígrafe histórico, y cada rincón un protagonista destacado. “Su historia es la del triunfo frente a las inclemencias, con vientos que movían de tal manera los médanos que ni la antigua capillita de los belgas ni el gran muelle ni la rambla pudieron sobrevivir. Apenas quedó el hotel, al que se llegó a entrar directamente del médano al comedor del primer piso”, cuentan aquí. Alejado lo suficiente de Pinamar y a una cuadra del mar, su tranquilidad es la de todo el balneario, con un clima familiar que sigue cautivando a los amantes de Ostende. Que no es aquella villa belga soñada sino más bien un barrio de casas discretas, con mucha arboleda y sin centro, con playas anchas y mucho para caminar.

Habitación 51, donde descansó el novelista aviador Antoine de Saint-Exupéry.

EL SOÑADOR Paisaje ideal para el descanso y la creación, Ostende y el hotel tienen varias anécdotas. El lugar es grande, pero nunca parece aislado o frío, y sobre sus salones con piso de ajedrez se ven las viejas cámaras del inicio de la fotografía, un caja registradora de hierro, aberturas con vitreaux originales, baúles, algunas estatuas y un homenaje al huésped más ilustre, Antoine de Saint-Exupéry. Silvina nos guía hacia el patio y subimos por una escalera pequeña, casi un túnel ascendente y angosto que termina en el balcón de la habitación 51, donde aseguran que el escritor y aviador francés permaneció dos veranos. “Aquí se inspiró, en las arenas de Ostende, cuando hizo aparecer al Principito en el Sahara”, dice Roxana Salpeter, directora y dueña del hotel. Menciona también a Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, y el libro que transcurre en el hotel (Los que aman, odian), rodeado de tormentas de arena. Nosotros nos quedamos contemplando largo rato los dibujos y cuadros pequeños del autor de El Principito, que cuelgan sobre la cama de la “habitación de la torre”, como le llaman aquí, justo en el ángulo que da a la pileta. El cuarto es chico y apenas tiene baño interno, pero ya no está disponible sino como museo, donde se ha recreado todo tal como lo dejó el escritor. Si bien muchos dicen que fue en la Patagonia, en su estadía como director de la Aeroposta Argentina, donde el narrador-aviador recogió las imágenes que inspiraron gran parte de su obra, una versión aquí asegura que Saint-Exupéry habría escrito sus primeros textos sobre papel membretado del propio hotel. De una u otra manera el texto maravilloso de El Principito, traducido a más de 100 lenguas, está relacionado con el hotel y el balneario, por lo que el Concejo Deliberante de Pinamar declaró póstumamente ciudadano ilustre a Saint-Exupéry en el centenario de su nacimiento, en el año 2000.

Abajo, en las paredes del bar, se guardan las copias facsimilares de los bocetos de su obra como un tesoro, y se recuerda la fecha de su muerte, el 31 de julio de 1944, poco más de un año después de haber publicado el libro con las aventuras del Principito.

Testigos nuevamente de la escritura de una novela, en el hotel festejan la reciente publicación de Un poquito tarada, de Dani Umpi, músico y artista uruguayo a quien aseguran haber acompañado varios veranos mientras sacudía las teclas de su computadora.

La Elenita, ahora cobijada por la vegetación, aguantó crudas sudestadas desde 1935.

LA CASITA PLAYERA En medio de la arena, apenas afincada en la verde vegetación playera, la casa de Arturo Frondizi sigue en pie tras 77 años de mareas y cruentas sudestadas. La Elenita es una pequeña cabaña de madera que el mismo Frondizi construyó y llamó así en honor a su esposa Elena Faggionato y a su hija. La casa fue construida en Buenos Aires y trasladada en dos camiones y tren hasta la ya inexistente estación Juancho, adonde llegaban los primeros turistas al pago.

Al llegar, toda la familia colaboró para colocarla y terminar lo que sería el lugar de encuentro frente al mar, donde los Frondizi y los Faggionato pasarían muchos veranos. “Eramos nosotros, las dunas y el mar”, evocó en una oportunidad Román Frondizi, sobrino del ex jefe del Estado. A partir de 1993 Mercedes Faggionato, sobrina del ex presidente, la reestructuró hasta convertirla en un paseo histórico-cultural, pero también para poder vivir allí y resistir las sudestadas invernales que la acecharon desde su nacimiento. Con 30 metros cuadrados completamente de madera, y elevada a un metro del piso, la casita tiene apenas una cocina, una habitación y un baño, pero el mayor espacio es el que queda a la vista cuando se entra, y donde se muestran escritos, vajilla, sillones, cuadros, libros y muchísimas fotos que recorren los tiempos desde su creación hasta hoy. “La Elenita fue una de sus pasiones, sobre todo en los primeros años de su matrimonio con Elena Faggionato”, evocó el entonces vicepresidente de la Fundación de Centro de Estudios Arturo Frondizi, Ernesto Ueltchi, cuando el lugar cumplió 75 años. Para llegar hasta allí hay que enfilar por la calle Estocolmo hasta el mar, y dejarse guiar por el techo a dos aguas y las paredes verdes y blancas. Monumento Histórico Nacional, La Elenita es hoy una de las visitas que puede hacerse en Ostende para conocer aquellos tiempos y un poco más del político radical que pensó aquí sus ideas desarrollistas. Fuera de temporada, cuando el balneario está desolado y apenas los vecinos llegan a la playa en las tardes de sol, Ostende se parece muchos a esos días en que los familiares recordaban al ex presidente leyendo y escribiendo sin parar, mientras los más chicos corrían por los médanos y se deslizaban desde esas montañas sobre la madera de los cajones de frutas.

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El Viejo Hotel Ostende, el más antiguo de la costa, con 99 años de vida y mucha historia.
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