turismo

Domingo, 3 de marzo de 2013

JUJUY. CARAVANAS DE LLAMAS EN TILCARA

Transporte ancestral

Las caravanas de llamas eran el medio tradicional de transporte de carga de los pueblos originarios andinos. Hoy en día se pueden recrear partiendo desde Tilcara, en diversos trekkings hacia los puntos más hermosos de la Quebrada de Humahuaca.

 Por Guido Piotrkowski

Fotos de Guido Piotrkowski

A las nueve de la mañana el sol pega de lleno en Tilcara. Sin embargo aún no hace tanto calor, y andar por sus callecitas pintorescas, respirando el aire quebradeño, resulta un lindo ejercicio. Voy camino hacia el “Corral del Llamas”, donde me espera Santos Manfredi, amo y señor de este lugar, el hombre de las llamas. Entro a la cocina, y Santos está preparando la vianda para la excursión en medio de un montón de frutillas desparramadas por el suelo. “Yana entró al corral de noche. Mirá, hizo un desastre con las frutillas”, se lamenta y me convida un mate, mientras intenta poner un poco de orden. Menudo trabajo le traen estos animales. Pero Santos es un apasionado y las llamas, al final de cuentas, son bichos adorables.

El hombre viene domesticando estos camélidos hace diez años, y sus travesías y paseos son una de las excursiones más interesantes que existen en toda la Quebrada de Humahuaca. Hoy vamos a hacer el circuito Maimará Corto, un trekking hacia el valle del mismo nombre.

Una parejita oriunda del Gran Buenos Aires viene con nosotros. Antes de partir, Santos nos da unos fardos de alfalfa para que alimentemos a sus animales, una buena forma de ir familiarizándonos. El pibe le da de comer a una mientras le hace caricias. La novia lo imita, un tanto más temerosa, y de paso aprovecha para sacarle unas fotos. “Encima te muerde la oreja, ¿viste?”, comenta él, sorprendido. Y ahí están junto a Yana, la traviesa que se comió todas la frutillas, sus compañeros Pako, Aparente, Puka, Yuraj, Ñaui y Tatín, el cachorrito travieso.

Todos resultan ejemplares simpáticos y amigables, pero cada uno con sus rasgos distintivos. Porque las llamas, según Santos, tienen “personalidad”. “Yuraj es un divino, un llamo para corral. Es un vago, un sibarita, le gusta que le saquen fotos. Pako era bravísimo y ahora quedó un caramelo. Pero por ahí a veces se te planta. Ñawi es un soldado, le mete y le mete, pero no es tan cariñoso. A Pako lo podés agarrar para la foto, pero a éste no”, cuenta, mientras nos aprestamos a partir. Las llamas llevan en unas preciosas alforjas los víveres para la travesía y las mochilas. “Primero los acostumbro al nudo, después al peso. A Tatín, que tiene tres años y es chiquito, recién lo empiezo a cargar un poco”, explica, mientras explica a los curiosos de paso que las llamas no se montan.

BAUTISMO DE LLAMA “Las llamas son domesticables desde su nacimiento hasta que entran en la madurez –explica Juan Pablo Maldonado, guía y amigo de Manfredi–, A la gente le encanta el contacto con la llama, porque es un animal que ya no se ve en libertad.” El guía asegura que cualquiera puede tocarlas, pero que existe una técnica, ya que tienen una reticencia natural. “Al principio desconfían. Son animales que viven a 3000 metros de altura, dentro de las nubes, y el único canal que tienen para saber quién está en el grupo es el auditivo, que es muy sensible. Entonces hay que hablarles mucho en el primer contacto para que reconozcan tu voz, hacerles caricias y repetir el nombre varias veces. Luego, en el camino, hay que ser tolerante.”

Según Santos, la especie pasó a denominarse llama a partir de un malentendido lingüístico con la llegada del español, ya que en realidad tiene más de 80 nombres que dependen de la combinación de colores, y otros veinte para los puros. Por ejemplo: Yuraj significa blanco, Yana negro y Puka rojo. “Los españoles preguntaban todo el tiempo: ¿Cómo se llama, cómo se llama? Había diferentes familias, Kara, Pako, Wari, Alpaku. Es como los perros, éste es un siberiano y aquél es un golden. No existía un nombre genérico y así les quedó llama.”

Manfredi asegura que la domesticación fue un proceso que duró 7000 años, el tiempo que llevó transformar el guanaco en llama, que es una mezcla del primero con la vicuña. “El período de amanse depende de cada animal. Cada cual tiene su carácter, puede durar de diez días a dos meses. Y eso también depende del trabajo que yo le dé.” Apasionado y tozudo, Santos amansó contra la corriente. Los pobladores aseguraban que éste no era un sitio de llamas, sino de caballos y vacas, insistían en que estos animales pertenecían a la Puna. Entonces leyó e investigó, y descubrió muchos corrales. “Por la zona hay unos cuadrados grandes donde llegan a entrar mil llamas, y también están los corrales del Pucará. Además hay un sito arqueológico en la Puna llamado Doncella, que está lleno de bozales. El hecho de haber encontrado tantos bozales me daba un precedente”, explica convencido.

El emprendimiento comenzó casi por casualidad. “Mi cuñado tenía siete llamas, pero peleaban y le comían las flores, era un desborde para él, quien las iba a regalar, así que las heredé. Separé al macho con la hembra y a los otros los castré. Empecé a amansarlos, y a que aceptaran la carga. Eso me llevó un año. Aprendí a prueba y error, empíricamente”, recuerda. Poco después comenzó a acompañar durante los fines de semana a los pobladores que trabajaban en Tilcara y vivían lejos. “La gente se me mataba de risa. Me decían: ¿qué querés hacer con esto, si no se usa? Hasta que me vieron con el bozal y una carga como la de los burros, y se dieron cuenta de que andaba bien. A partir de ahí hubo un feeling con este gringo que llevaba las llamas y así me mostraron muchos caminos”, comenta este hombre nacido en Buenos Aires, tilcareño por opción.

Santos trabajaba en la recepción Posada de Luz, el hotel de su hermana, cuando unas huéspedes se entusiasmaron y le propusieron un paseo. “Me dijeron que les encantaría caminar con las llamas, aunque sea hasta acá a la vuelta. A mí, la verdad, me parecía medio zonzo. Pero fuimos a Juella, acá cerca, y me di cuenta de que había algo, que no hacía falta irse tres días a la montaña, hacer un gran esfuerzo y separarme de la familia. Así que comencé a promocionar las excursiones de medio día. Empecé a adaptarlo a los diferentes tipos de gente, según el nivel, el tiempo y la dificultad. Hoy se pueden hacer caravanas de medio día, un día entero o varios días. Ahora hago también una especie de city tour para la tercera edad y los más chicos.”

EL PASEO Partimos desde el corral a media mañana, cuesta arriba por las calles de Tilcara. Paramos en un kiosco a comprar coca para mitigar los efectos de la altura y Santos le convida a uno de los llamos. “Este es como el hermano, son los únicos llamos que coquean”, dice en referencia a Yana. A nuestro paso, la gente se detiene, las llamas causan una atracción inmediata, todos quieren una foto. Salimos del pueblo y cruzamos el río Huasamayo. Nos detenemos para chayar o bendecir la tierra. “Siempre hacemos una pequeña chayada antes del viaje. Es el chayakuy, que se hacía en el mundo caravanero y yo no lo he perdido. Le pedís protección a la Pachamama y los Apus (montañas sagradas) para los animales, para tener un buen día, para que no te embrome el diablo”. Subimos por un sendero desde donde se ve el Pucará de Tilcara, la Quebrada de Huichaira al fondo, y el camino que lleva a las Salinas Grandes. Vamos con Ñawi, Pako, Aparente. Tatín y la perra Evoli. Seguimos cuesta arriba y entramos en una pampa de altura, la Patapampa, el límite natural entre Tilcara y Maimará. Caminamos un buen rato por allí, pero el viento ahora sopla con fuerza y hay que abrigarse. Luego de un par de horas, llegamos hasta un punto panorámico desde donde se ve el precioso valle de Maimará, con el pueblo y la Paleta del Pintor, el bellísimo cerro bautizado así por su riqueza cromática. Y hacemos entonces un alto para comer. Santos despliega una mesita con sillas, y arma un picnic delicioso con quesos, tarta, frutos secos, pan casero y un tinto fresco. Brindamos y nos quedamos un rato en silencio, contemplando el paisaje antes de pegar la vuelta por otro camino, con los Castillos de Huichaira como telón de fondo.

Tiempo después, ya en verano, volví a visitar a Santos y esta vez me guió hasta Sanjas, un paraje donde vive un poblador llamado Isidro Martínez junto a su mujer, Presentación Calisaya. Ahora somos una decena quienes caminamos junto a los llamos Morgan, Makitu, Puka, Tatín, Churito, Yana y la perra Evoli. Como siempre antes de subir la montaña, chayamos en una apacheta. Luego bordeamos el río Huasamayo y subimos las Siete Vueltas, una cuesta empinadísima que deja sin aliento. Más adelante, caminamos a la vera del río Punta Corral, que ahora está seco pero cada tanto, en verano, puede venir lleno. Luego de unas tres horas de caminata, llegamos a la casa de don Isidro, pero el hombre no está. Santos prepara entonces la mesa, siempre regada de exquisiteces. Charlamos, nos distendemos y aparece don Isidro, quien saluda gentilmente, pica algo y se pierde por ahí. Hacemos una siesta reparadora bajo un árbol, al lado de las llamas que también descansan, antes de emprender la vuelta por otro camino: el del Valle del Alfarcito. Vale destacar que este paseo también tiene la opción de pernoctar en casa de Isidro, pero esta vez no será, hay que regresar. Pasamos por la Garganta Amarilla, repleta de piedras de trilobite, que tienen más de 400 millones de años y fósiles adheridos en su superficie. Estamos extenuados, pero por suerte las llamas cargan con el peso, y llevarlas es una experiencia que bien vale la pena. No es lo mismo andar por los senderos de la quebrada solo que acompañado por un puñado de simpáticas llamas y revivir, de alguna manera y en contacto con la indómita naturaleza del lugar, los viajes de aquellos antiguos pobladores y las viejas caravanas de llamas.

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Vista del Pucará de Tilcara y la quebrada de Huichaira. Paso al frente, los llamos Ñawi, Pako y Aparente.
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