turismo

Domingo, 6 de abril de 2014

ENTRE RíOS LAS TERMAS DE VICTORIA

El triunfo del agua

En la ciudad de Victoria, un parque termal donde disfrutar masajes flotando en el agua, después de cabalgar por las planicies entrerrianas y jugar con los chicos en toboganes de agua. Y para descubrir la cercana naturaleza, una navegación por el Paraná en busca del irupé.

 Por Julián Varsavsky

Fotos de Julián Varsavsky

¿Alguna vez te hicieron un masaje watsú?

–No sé qué es.

–Entonces entrá al agua, por favor.

La masajista me recuesta boca arriba sobre el agua, coloca un flotador debajo de mi espalda y otro bajo las piernas. Luego me toma en brazos como a un bebé y comienza a trazar lentamente círculos en el agua con mi cuerpo. Con las orejas sumergidas, la cara asomando en la superficie y los ojos cerrados, los sonidos y las imágenes se apagan e ingreso en la dimensión acuática. Mi mundo perceptivo se reduce a leves sensaciones físicas, como si me acariciaran todo el cuerpo a la vez. Y permanezco 30 minutos sumido en un extraño “silencio sonoro” –el mismo que se “oye” al bucear– muy distinto de cualquier otro. La consigna es quedarse “peso muerto” y dejarse llevar por la masajista: el masaje lo hace el agua.

La sesión de watsu transcurre en un piletón de agua termal a 37 grados. La masajista coloca sus manos a cada lado de mi cabeza y comienza a “arrastrarme” suavemente por el agua, haciéndome viborear en la superficie como en el nado del cocodrilo. Luego hace lo mismo pero tomándome de los talones, mientras los brazos sueltos ejecutan una extraña danza con el ir y venir. Otros que experimentaron el watsu dicen que es como volver por un rato al calorcito del vientre materno. Pero la sensación es más bien la de flotar en el aire antes que en el agua, como si hubiera desaparecido la gravedad: el resultado es una relajación absoluta.

A caballo entre las palmeras pindó que se elevan en las instalaciones de Victoria del Agua.

SPA TERMAL Después del watsu es momento de pasar al spa del complejo Victoria del Agua. Hay quien se coloca una máscara de fango facial para suavizar la piel, otro se acuesta en una cama con piedras de jade que se ondula masajeando la columna vertebral, y está el que se coloca en la cara un aparato como el que cubre a los músicos de Daft Punk, que masajea los ojos produciendo hormigueos de placer. Y al que no le alcanzó con el watsu se hace masajes en los pies con las prodigiosas manos de una reflexóloga o un masaje clásico descontracturante.

En el complejo termal Victoria del Agua hay varios bares y un restaurante donde se puede pedir una suculenta hamburguesa con papas fritas, u optar por lo sano con un almuerzo orgánico a base de carnes blancas, infusiones de hierbas, cereales cocidos y jugos cítricos.

Después de bajar la comida y de una siesta al resguardo de una sombrilla de hoja de palma, es hora de activarse con una sesión de aqua-gym en la piscina techada del complejo. Como contrapeso, el atardecer es la hora del yoga en un sector apartado y verde de este complejo de 40 hectáreas. Buen momento para disfrutar una playita de arena junto a un lago artificial. Allí hay sombrillas de palma, sillas, un barcito que ofrece tragos tropicales y una vista espectacular sobre la verde planicie entrerriana, donde los fines de semana, cuando cae el sol, toca un quinteto liderado por un brasileño con su correspondiente cavaquinho y set de percusión. Al menos en la foto, es una postal perfecta de una playa en Brasil.

EL PUEBLO El puente Rosario-Victoria cruza el río Paraná uniendo Entre Ríos con Santa Fe. Y en cuestión de minutos se llega a Victoria, donde se respira una deliciosa calma pueblerina en una geografía verde y ondulada por siete colinas, donde a veces pasan hombres a caballo. Para muchos el mayor punto de interés de la ciudad es su enorme casino, que atrae a miles de jugadores por semana desde ciudades cercanas.

Pero las vecinas termas son para disfrutar, al menos, por un fin de semana completo, así que regresamos al día siguiente. En el spa hay más placeres para regalarse, como una ducha escocesa a presión, una máscara de nácar, un tratamiento con algas para la piel y sesiones de radiofrecuencia que atenúan arrugas. Hay incluso una técnica llamada “sol pleno”, una aplicación con pistola de aire que “pinta” a las personas dándoles un bronceado perfecto dos horas después, con la promesa de durar tres días (lo suelen usar las novias antes de sus casamientos).

El parque acuático tiene numerosos piletones interconectados con agua termal caliente y salada, y piscinas con aguas frías no termales. El lugar es, por lo tanto, una opción tanto veraniega como invernal. Su eje son diversos pozones diseñados con muy buen criterio por los constructores del parque Temaikén en Escobar, donde hay cascadas para masajearse la espalda, islitas y puentes que cruzan las piscinas. Hay además una sinuosa piscina o “calle de agua” que mide 600 metros y se usa para caminar con un sentido aeróbico, donde la profundidad del agua varía desde los tobillos hasta la cintura.

Las aguas termales del complejo son saladas, con un alto contenido de cloruros y sodio, que alivian los dolores reumáticos y óseos en general, mejoran un poco las afecciones de la piel, tienen un efecto relajante que atenúa el estrés y ayudan en los problemas circulatorios.

Para los chicos hay una piscina con “water-balls”, unas pelotas inflables de plástico transparente donde ellos se introducen y “caminan” por las aguas como un hamster sobre esas rueditas en las que corren sin avanzar.

Mientras tanto, los padres suelen irse de caminata por la Reserva Natural Protegida Victoria del Agua y la laguna Tortuga, para observar un bosque de ombúes, sauces, ceibos, alisos de río, espinillos y palmeras pindó. Entre los árboles se ven a veces aves autóctonas como el martín pescador, el zorzal, la calandria y el benteveo. Nosotros elegimos una salida en bicicleta por senderos de tierra y una cabalgata para disfrutar de los sublimes atardeceres entrerrianos.

La flor del irupé, ese gigantesco “plato” vegetal que se descubre en aguas del Paraná.

LA FLOR DEL IRUPÉEl otro atractivo de Victoria es su delta del Paraná, donde se navega en lanchas de motor y en catamarán. Chulengo Safaris es la empresa que organiza las navegaciones, salidas de pesca y hasta alojamiento en una cabaña flotante. Pero la excursión estrella es la que lleva en lancha a ver la victoria cruziana, más conocida como irupé, por su nombre en guaraní.

La navegación comienza en el antiguo puerto de Victoria, con sus barcos oxidados, que rápidamente quedan atrás, mientras atravesamos un barrio con mansiones junto a la costa. Finalmente ya sólo vemos río y pastizales y aparecen los chajás vigilantes, los aguiluchos y las garzas.

En un recodo del río aparecen las hojas redondas del irupé, que flotan en la superficie sujetas al fondo por un tallo de varios metros. Llegamos sobre el final del verano, así que el espectáculo es perfecto: se abre a pleno la blanca flor del irupé.

Esta planta es un nenúfar que llega a medir más de un metro de diámetro. Tiene la forma de una bandeja perfecta y el guía cuenta que es tan resistente que se podría poner encima una pava llena de agua con un mate. La flor se abre durante el día para cerrarse y sumergirse en la noche. Su dulce fragancia es como la del ananá.

Los poéticos guaraníes le crearon una historia al irupé. Morotí, hija de un cacique, paseaba a orillas del Paraná con su amado Pitá, un valiente guerrero. Ella arrojó su brazalete al fondo del agua y le pidió a Pitá que se lanzara a recuperarlo. Eso hizo el guerrero, pero no volvió a emerger. Desesperada, Morotí fue a pedirle ayuda al chamán, quien le dijo que debía rescatar a su amado ella misma en el fondo del río, donde una hermosa bruja lo retenía en un palacio lleno de tesoros. La joven obedeció, pero pasaron las horas y ninguno de los dos regresó. Apareció en cambio la flor de irupé en la que se fundían las almas de la princesa y el guerrero. Esa gran flor que emerge, solitaria, del agua es blanca el primer día, luego se torna rosada y al cabo de una semana se vuelve fucsia y muere.

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Los piletones de cálida agua termal clorurada, una invitación a la recreación y al descanso.
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