turismo

Domingo, 3 de agosto de 2014

ARGENTINA. ESTANCIAS DE PAMPA Y MONTAñA

Descanso campestre

El turismo rural propone en invierno la mágica calma de paisajes infinitos, con tentadoras actividades y las siempre atractivas historias lugareñas. Una ruta imaginaria desde Buenos Aires a Entre Ríos, pasando luego de los ineludibles campos pampeanos a la montaña mendocina.

 Por Pablo Donadio

Fotos de Pablo Donadio

Descansar, disfrutar y recobrar el equilibrio no es una misión imposible. Para ello, una de las mejores alternativas, aun en invierno, sigue siendo el turismo rural. Aquí proponemos una ruta imaginaria por cinco estancias felizmente alejadas de las grandes urbanizaciones, e ideales para bajar un cambio al andar frenético citadino. Salidas cercanas, comidas gourmet, paisajes inabarcables y el silencio para reencontrarse con uno mismo.

SERRANA Y GOURMET La ruta comienza al sur de Buenos Aires, por un empedrado que cobra importancia en el ondulante sendero de las sierras tandilenses. Allí, el despertador matinal de cada día es el sonido del canal que llega de una cascada y da nombre a la posada. Su agua corre desde la reserva aledaña, de piedra granítica, a los ventanales del desayunador, enfrentado a un bosque de eucaliptus que rodea 20 hectáreas. Detrás nace el paredón del macizo de Tandilia, parte de la sierra milenaria por la que ahora merodea un grupo de cabritos. Así recibe La Cascada a sus visitantes, con servicios y paisajes donde distenderse es de veras posible. “Si bien tenemos guías para conocer el cerro Centinela o la Piedra Movediza, y contamos con prestadores turísticos que ofrecen otros atractivos de la ciudad, nuestra propuesta es clara: acá se viene a frenar, a hacer fiaca”, cuentan. Las habitaciones centrales están en la casa, que funciona como una hostería con salones de lectura y livings donde siempre hay a mano un cafecito, una torta y una buena charla. En el predio hay también 11 bungalows, que lejos de ser cabañitas de madera rudimentarias son casitas de lujo con muchos servicios (LCD y televisión satelital, heladera, pava eléctrica, aire acondicionado, salamandra a leña y calefactores), menos cocina: “Si se quiere un descanso pleno, no hay que preocuparse día y noche por la comida. Para eso tenemos nuestras cocineras y un salón donde se sirven platos caseros y exquisitos”, aclaran. Además del restaurante, La Cascada cuenta con bar y vinoteca exclusiva, y una ciudad a mano experta en materia gastronómica.

Para grandes y chicos, paseos en sulky y a caballo por los campos de Don Silvano.

BIEN TRADICIONAL Un poco más al norte, en la localidad de Capilla del Señor, a una hora de Buenos Aires, Don Silvano es uno de los mejores ejemplos para explicar eso de “la tradición” campera bonaerense, reafirmada con un espectáculo gauchesco. Su casco cuenta con 380 hectáreas y la capacidad de hospedar a 70 personas en 25 habitaciones. Para quienes desean ir de visita sin quedarse a dormir, su Día de Campo no escatima en propuestas: excelente gastronomía y varias actividades se disfrutan en las bondades del predio. Si se elige en cambio pasar allí la noche, el servicio de pensión completa incluye desayuno de campo, una media mañana con empanadas, jugo y vino y un almuerzo a puro despliegue con su asado criollo a la llama. Ya por la tarde es el turno de las tortas fritas y los pastelitos, y se finaliza por la noche con una experiencia gastronómica artesanal a manos de su chef. Tanto por la mañana como por la tarde hay salidas a caballo por distintos rincones de la estancia, o paseos más familiares en sulky para quienes eligen contemplar el horizonte más que cabalgar. Tras los almuerzos y cenas se ponen en marcha shows de destrezas criollas y espectáculos musicales en vivo con danzas propias de nuestra tierra, como las chacareras, zambas y gatos.

“Así como cada fin de semana recibimos en nuestra casa muchos visitantes, durante la semana somos anfitriones de distintos grupos, desde cumpleaños a reuniones empresariales, en nuestros salones para 60, 150 y 400 personas. Claro que lo que atrae de Don Silvano es su inigualable campo”, explica uno de los responsables de la visita.

Algunas cuchillas labradas, otras por cosechar, en los campos entrerrianos.

AIRES ENTRERRIANOS Al norte, Diamante ofrece otra mirada de Entre Ríos, donde habitan la calma y el aire puro del Litoral. El pueblo, su campo e islas cercanas son la misma paz, alterada apenas por las recientemente alborotadas aguas del Paraná, que son sin embargo uno de sus atractivos permanentes. “Aquí el turismo rural tiene el valor de lo auténtico, donde se disfruta de la cultura relacionándose con los protagonistas y elementos que le dan sustento a diario”, dice Javier Robledo, dueño de El Descanso y encargado de las empanadas al disco. Levantada a unos 15 kilómetros del pueblo y distante de Paraná unos 46 kilómetros al sur, su casa está pensada para brindar un “servicio boutique”: cuenta con tres habitaciones con confort y servicios de alta gama, pero decorado con objetos tradicionales. La cocina, por ejemplo, es un gran ambiente rústico donde se reúne a los huéspedes ante las delicias del pan casero, los dulces regionales y el mate entrerriano, y donde siempre hay lugar para la guitarreada. Afuera, el quincho se rodea de añosas arboledas y un tanque australiano que hace las veces de pileta en primavera-verano, junto a un solarium.

“Actualmente el hombre urbano es impulsado por la búsqueda de sus orígenes, donde lo familiar, lo artesanal y la gastronomía casera cobran una dimensión necesaria”, asegura Robledo. Se hacen caminatas y salidas en bici por las cercanías hasta el pueblo, donde se compran provisiones en sus almacenes de ramos generales. Se visitan también algunas aldeas alemanas del Volga, y está la propuesta (siempre y cuando el río no esté muy crecido) de llegar al Parque Nacional Predelta, donde se puede pescar y realizar excursiones por lagunas y bañados con avistajes de aves.

PAMPEANA Y EUROPEA Trazando una línea al otro lado del país, los sonidos de pájaros nos conducen a La Pampeana, en la provincia de La Pampa, la estancia cuyo slogan propone “empezar a vivir”. De impronta inglesa en lo edilicio y española en la cocina, sus servicios de gran hotel radican en la excelencia gourmet y la enorme pradera pampeana que hace honor a la provincia. Su historia recoge la usanza de aquellas estancias pertenecientes a las familias de alcurnia de principios del siglo pasado, con escenas típicas del ámbito rural argentino, bajo un entorno paisajístico y actividades que nacen y tiene su razón del ser en el campo: cabalgatas, siembra, cosecha, ordeñe. Al entrar se atraviesa una ancha avenida y campos de maíz hasta llegar a la tranquera. Eucaliptos y algunos frutales indican el arribo a “un hotel del siglo XXI con el encanto de una casona de principios del siglo XX”, como lo cataloga Javier Araujo Montes, su chef. Alma mater de la cocina de autor del restaurante, da vida a recetas europeas con modernas fusiones de sabores, aromas y presentaciones propias de la cocina molecular. De su ingenio parten al comedor central morcillas al estilo de Burgos, espárragos blancos gratinados con mouselina de ajo y tomates concassé, calamares envueltos en panceta, madejas de papas rellenas con calabacín al caramelo balsámico, o buñuelos de chocolate con salsa de cítricos. El lugar posee salones ornamentados y restaurados a su estado original, y amplios jardines que llevan al antiguo galpón de trabajo, ahora convertido en el “galpón de asados”. Hacia el frente, la mayor extensión de parque se puede recorrer a pie o a caballo.

Cerca, una laguna invita a la pesca.

Calor de hogar en Seu-Sek, cerca de los principales atractivos de Malargüe.

AL PIE DE LOS ANDES El punto final del recorrido nos lleva a Malargüe, vieja conocida que no por ello deja de asombrar: a un lado el paredón nevado de la cordillera andina; al otro, los volcanes negros y rojos de La Payunia, la inmensa laguna de Llancanelo y las cárcavas misteriosas de la Caverna de las Brujas. Alejada unos cinco kilómetros del casco urbano, un desfiladero de álamos y un campo agreste, teñido ya de blanco por las nevadas de estos días, enmarcan la casa rural Seu-Sek. Allí todo transita con calma y su living compartido y el uso de la cocina al estilo hostel hacen del lugar un punto de intercambio para quien desea una charla al calor del hogar. Si en cambio la idea es la del descanso en silencio y soledad, nada como la lectura en su galería contemplando inigualables atardeceres rosados sobre las montañas. El pueblo, al que se puede ir caminando, invita al cine de ocasión en el Centro de Convenciones, al paseo artesanal de la plaza y a la visita del curioso observatorio de rayos cósmicos Pierre Auger. En estas épocas, además, se impone la llegada al valle de Las Leñas, centro de esquí donde pueden darse los primeros pasos sobre la nieve, o también la visita a la cascada de Manqui-Malal. Eso sí, no hay que irse de Seu-Sek sin probar las delicias del chivo a las brasas con papas fritas, una de las exquisiteces de exportación que esta casa, y esta tierra, saben compartir.

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Chivito al asador, una de las especialidades para degustar en el campo mendocino.
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