turismo

Domingo, 19 de octubre de 2014

CHILE. TREKKING POR LOS VOLCANES DE ATACAMA

Caminar hasta la cima

En el norte de Chile –pleno desierto de Atacama– hay cerros y volcanes a cuya cima se llega caminando por senderos bien demarcados hasta rozar los 6000 metros de altura. Son el Toco, el Láscar y el Licancabur, cuyas laderas se recorren con guías expertos del lugar.

 Por Julián Varsavsky

Fotos de Julián Varsavsky

Ingresamos en la dimensión rojiza del desierto de Atacama bajo un ocaso de fuego y el viaje adquiere un tinte interplanetario, como si descendiéramos en un planeta rojo. Este es el desierto por excelencia entre todos los demás, el menos apto para la vida y el más reseco, más aún que el Sahara y el Kalahari. Hay aquí sectores donde no ha llovido en siglos y salares en los que no hay más vida que ínfimas bacterias.

La trascendencia del lugar nos envuelve y nos toca. Pero la mayor sustancia viajera en Atacama se alcanza saliendo a la búsqueda del paisaje en el lugar más extremo de este gran cementerio geológico: la cima de los volcanes. Trepar volcanes desde San Pedro de Atacama no es un desafío para aventureros extremos, ya que se trata simplemente de caminar por senderos bien demarcados con la orientación de un guía. Pero tampoco es tan sencillo, ya que hay que caminar en planos inclinados hasta casi los 6000 metros, con la altura latiéndonos en las sienes. Cualquier persona con un estado físico aceptable y unos días de aclimatación puede al menos subir el cerro Toco, de menor complejidad porque una parte del trayecto se hace en auto por la ladera. En cambio, quienes tienen un perfil más deportivo suben a los volcanes Láscar y Licancabur.

ALTURAS DEL TOCO Luego de dos días de aclimatación, partimos a media mañana en busca de la cima del cerro Toco. La camioneta trepa empinadas laderas hasta más de la mitad del cerro y estacionamos junto a un gran radiotelescopio del proyecto multinacional ALMA, que estudia las galaxias.

Comenzamos a caminar en el sector de La Azufrera pisando bolitas amarillas de azufre. El trayecto es bastante regular, aunque en los sectores más empinados nos detenemos a descansar, ya que la altura nos agita. A la izquierda, una ladera completa está cubierta de penitentes, formaciones de hielo de hasta dos metros de alto, filosas como cuchillas.

En una planicie lejana vemos un wara, un remolino de tierra en la lengua aborigen local, que según la creencia es el alma de un ancestro que vaga por el desierto.

En una hora y cuarenta minutos alcanzamos la cima. El último tramo se hace difícil por la falta de aire: el GPS de nuestro guía Juan Pablo marca 5519 metros de altura y 1,4 kilómetro de avance. La deslumbrante panorámica desde el punto más alto tiene 360 grados y uno siente que ha llegado a una pequeña cima, como si fuera un gran escalador. Aunque la verdad es que el esfuerzo fue mediano: niños desde los 11 años suben sin problemas y el 90 por ciento de los viajeros llega hasta la cima sin sentir molestias importantes del mal de altura.

Hacia el sudeste la mirada se corta recién a los 300 kilómetros de distancia con el volcán salteño Llullaillaco, donde se encontraron las tres famosas momias incas. Hacia el este vemos el perfil de la cordillera Domeiko, a 100 kilómetros. Y en el horizonte norte se erige el volcán Putana. El paisaje andino está coloreado con el rojo del óxido de hierro, el amarillo del azufre, el verde del cobre también oxidado y el negro de la piedra basáltica.

Muy abajo distinguimos coladas basálticas donde los volcanes vaciaron por completo su contenido, derramándolo por los valles como ríos de lava convertidos hoy en negruzcos escoriales. Esto ocurrió hace 80 millones de años, cuando la zona era un infierno en erupción al surgir la Cordillera de los Andes desde el fondo del mar.

En la cima del Toco, a nuestros pies, se levanta una apacheta, un altar de piedras donde flamea la Wipala, la bandera de los pueblos aborígenes de los Andes. Y a lo lejos se divisa el pueblo de San Pedro de Atacama.

EL MAGNETISMO DEL LASCAR La segunda cima que buscan los caminantes en San Pedro de Atacama es la del volcán Láscar, a 5592 metros. La caminata insume unas tres horas y arranca bajo la oscuridad de la noche, a las seis de la mañana. Cuando comienza a clarear se pasa junto al pueblo abandonado de Taladre, trasladado a otro sector desde su ubicación en la parte baja de un cañón, donde sería imposible una evacuación. Ocurre que el Láscar es un volcán activo y cada tanto arroja cenizas: más de una vez los excursionistas tuvieron que dar marcha atrás de improviso. Del pueblo abandonado quedan casas de piedra volcánica y una capilla ya sin techo.

Una vez en la cima se ve el gran cráter de 800 metros de diámetro con sus fumarolas sulfurosas y una laguna amarilla en el centro. A veces se sienten microterremotos. De un lado del paisaje está la laguna Elegía con su color mostaza, y del otro el salar de Atacama.

EL VOLCAN TUTELAR El Licancabur es un volcán omnipresente que se ve casi desde cada rincón de San Pedro de Atacama. Tiene un carácter tutelar para los aborígenes locales, que desde hace milenios lo consideran sagrado. Su rojiza belleza coronada por estrías blancas es la más difícil de alcanzar a pie y la más preciada.

La excursión parte en vehículo un día antes por la tarde para cruzar del lado boliviano de la frontera. La primera noche se pasa en la base del volcán, en el refugio Laguna Blanca, que tiene un generador eléctrico. Pero la idea es irse a dormir muy temprano, porque la caminata comienza al día siguiente a las tres de la mañana.

El trekking arranca en plena noche y con la ayuda de linternas se llega hasta los restos arqueológicos de un tambo inca. Al clarear el alba aparece a espaldas de los caminantes la hermosa laguna Verde. Llegar a la cima lleva entre siete y diez de horas, el tiempo máximo recomendable por razones de seguridad. La cima del Licancabur –a 5950 metros– tiene un cráter de siete metros de diámetro, con una laguna transparente que se congela en el invierno, pero el viento y el frío son intensos en la cumbre y por eso hay que descender temprano, poniendo punto final al viaje.

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Una siestita en la cima del cerro Toco, después de alcanzar los 5519 metros de altura.
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