turismo

Domingo, 17 de mayo de 2015

ARGENTINA. DE LA PATAGONIA A LA MESOPOTAMIA

Alma de canoero

Por el canal de Beagle en Tierra del Fuego, un arroyito entrerriano y los ríos y canales del delta de Tigre. Excursiones relajadas en canoa para fluir sobre las aguas, remando por rincones de la geografía inaccesibles de otra manera.

 Por Julián Varsavsky

Versátiles y livianas, las canoas transitan canales comunicantes entre lugares recónditos con una facilidad asombrosa. No se necesitan mayores habilidades para disfrutarlas, salvo un guía versado en los secretos acuáticos de la zona. El otro requisito es remar de a pares, de manera sincronizada: entonces la canoa se desliza con suavidad, como levitando sobre las aguas. Así se llega a rincones muy vírgenes que, gracias al aislamiento del bosque y la falta de caminos, son el refugio de una fauna que se avista con facilidad. A continuación, tres excursiones por la geografía argentina, de la Patagonia a la Mesopotamia.

El canotaje es ideal para internarse en los canales y arroyos del delta de Tigre.

EN EL DELTA DE TIGRE Dejar fluir en canoa por el entramado de ríos, canales y arroyos de Tigre es quizá la forma más relajada y silenciosa de abordar los secretos naturales más íntimos del submundo isleño. Lucas Míguez construye unas lustrosas canoas estilo canadiense y guía viajeros por el delta. Su equipo de artesanos canoeros se completa con Claudio Juan y el luthier de instrumentos barrocos Martín Besada, cuya pasión por la navegación los llevó a estudiar los modelos y técnicas de construcción de embarcaciones que hacían los indígenas norteamericanos. Así nació Selknam, que propone internarse en los vasos capilares de ese gran cuerpo viviente que es el Delta, en canoas artesanales de cedro y pino canadiense.

Al subir a una de esas canoas se las ve tan bien pulidas y lustrosas que da miedo pisarlas, porque pareciera que se van a rayar. El modelo en que se especializaron los artesanos reproduce las estéticas líneas de las canoas creadas por los indígenas de Canadá en el pasado. Su versatilidad de maniobras las hace ideales para transitar arroyos pequeños donde no se puede ingresar con embarcaciones a motor.

En la canoa caben hasta 10 personas, cada cual con su remo, y el guía nos explica que el avance no es una cuestión de fuerza sino de coordinación de movimientos entre el grupo. La silenciosa navegación nos compenetra con el ambiente de manera radical. Algunas gotas nos salpican el rostro y los lagrimones verdes de los sauces acarician nuestro cuerpo al doblar por algún recodo. El cantar de los pájaros delata su omnipresencia camuflada, pero de vez en cuando se nos cruza algún ipacaá, una garza mora y un martín pescador. Los más afortunados llegan a toparse con una tortuga de agua.

La canoa avanza con suavidad por arroyos cada vez más estrechos encerrados entre la vegetación. A los costados desfilan álamos de 30 metros, casuarinas, pinos y un árbol de nuez de pecán, típica de la zona de Mississippi, introducido aquí por Sarmiento. Detrás de los árboles se divisan restos de quintas abandonadas en el siglo XIX y a mediados del XX.

Desembocamos en una lagunita llena de juncos, camalotes y plantas acuáticas, y al rato otro arroyo aún más angosto nos lleva hasta las instalaciones abandonadas del Astillero Cadenaci, donde yacen los restos fantasmales de cascos oxidados de barcos.

En canoa por las inmensidades patagónicas de Tierra del Fuego, al modo de los antiguos selk’nam.

REMAR EN TIERRA DEL FUEGO Una de las formas de abordar la bucólica belleza del Parque Nacional Tierra del Fuego es con una excursión que combina trekking con canoas.

La aventura comienza en una combi que nos pasa a buscar por el hotel para ir a la bahía Zaratiegui, en pleno Parque Nacional. Allí caminamos por la Senda Costera, quizá la más completa e interesante de todo el parque: mide 5,5 kilómetros y es de dificultad media, atravesando bosques de lenga, ñire, guindo y canelo a orillas del canal de Beagle.

En estas costas se encontraron numerosos concheros, que son acumulaciones de restos de cholgas y mejillones dejados por los yámanas, habitantes originarios del canal hasta la llegada del hombre blanco. Los aborígenes cazaban con arpones y vivían gran parte de su vida sobre unas pequeñas canoas construidas con corteza de árbol, donde tenían un fueguito que alimentaban todo el tiempo.

En el camino el guía muestra especies vegetales como la drosera, una planta descubierta por Darwin que se alimenta de insectos. Los árboles son de la familia nothofagus, que también existen en Tasmania, Nueva Zelanda, Borneo y Guinea, tierras que fueron parte de Pangea, el antiguo supercontinente que se despedazó. A lo lejos vemos remontar vuelo a parejas de cauquenes, blanco el macho y marrón la hembra.

El trekking culmina en el camping del lago Acigami, donde almorzamos a la sombra de los árboles en mesitas de madera antes de continuar el paseo en canoa por el lago Roca

En una hora y media remamos cinco kilómetros, principalmente por el río Lapataia. Al fondo vemos el cerro Cóndor, que separa la Argentina de Chile sobre la Cordillera de los Andes.

Finalmente desembocamos en el archipiélago Cormoranes, ya en el famoso canal de Beagle, donde nadan en nuestras cercanías patos como el macá grande, cisnes de cuello negro, albatros ceja negra, skúas –que comen pichones de otras aves– y tres clases de cormoranes: biguá, roquero e imperial. A lo lejos levanta vuelo una bandada de gaviotas cocineras.

La remada termina en la Bahía Lapataia, un lugar extraño donde termina la Ruta Nacional 3. Allí un cartel indica: “Buenos Aires 3063 kilómetros, Alaska 17.848 kilómetros”. Y a dos días de navegación hacia el sur comienza la Antártida.

El silencio del bosque en galería en La Aurora del Palmar, un pequeño universo de bosque y arroyos.

REMO ENTRERRIANO En la provincia de Entre Ríos –cerca del Palmar de Colón– el refugio La Aurora del Palmar tiene un interesante circuito de canoas que se interna por una selva en galería. En el lugar se puede dormir en vagones de tren reciclado o en unas casas de campo en medio de un bosque.

La Aurora del Palmar está ligada a la Fundación Vida Silvestre y es un establecimiento productivo con vacas, plantaciones de cítricos y forestación de pinos y eucaliptos, que además tiene un área de reserva con miles de palmeras yatay.

Al hacer el paseo en canoa recorremos –también por tierra– los cuatro ambientes naturales protegidos aquí: el palmar-pastizal, la selva en galería, el monte xerófilo con espinillos y talas, y los bajos inundables.

Arrancamos en un camión doble tracción de la década del 40, que nos lleva al centro de interpretación en medio de un palmar. Luego caminamos hasta una selva en galería compuesta por ingás, ceibos, laureles, lecherones, ubajayes y guayabos colorados, donde atravesamos un ambiente tupido que no deja pasar los rayos del sol. El sendero termina a orillas de un arroyo y subimos a una canoa.

Al remar por las tranquilas aguas debemos apartar con las manos las ramas que cubren el hilo de agua como un túnel vegetal. En un momento el techo verde se abre y desembarcamos en una playa donde el guía descubre huellas de corzuela, un ciervo nativo. Allí nos damos un chapuzón en las aguas cristalinas para después descansar sobre las arenas blancas protegidas por la selva, sin nadie a la vista, en el más absoluto silencio.

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Aguas virginales de Entre Ríos, para deslizarse silenciosamente entre la naturaleza.
Imagen: Julián Varsavsky
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