turismo

Domingo, 21 de agosto de 2016

URUGUAY > RECUERDOS DE PROSPERIDAD EN FRAY BENTOS

La cocina del mundo

En algunas esquinas aún se oyen anécdotas de los últimos trabajadores del Frigorífico Anglo, gran proveedor de alimentos hacia Europa durante el siglo XX. Ahora Patrimonio de la Humanidad, es el eje de un ayer donde se apoyan las historias actuales de emprendedores de la región.

 Por Pablo Donadio

Fotos de María Clara Martínez

El pueblo mira desde la costa al gigante dormido. Alguna vez ese complejo recostado sobre el río Uruguay albergó una colosal fábrica, un barrio de estilo inglés y un espíritu desafiante, las bases para dar trabajo a buena parte de la población de Fray Bentos, que alimentó a los soldados de la Gran Guerra mientras Europa se destrozaba a sí misma.

De lejos el muelle de carga deja ver sus maderas podridas, y atrás se notan vidrios rotos en el edificio, acechado por la vegetación salvaje. Nada parece haber cambiado desde su abandono en 1979, cuando el complejo cerró definitivamente. Pero de cerca la realidad cambia, como casi siempre. “Hace justo un año fuimos incluidos como Patrimonio Histórico Cultural de la Humanidad por la Unesco, y desde entonces nos visitan unas 300 personas por mes. Hacemos dos salidas por día, a las 10.00 y a las 15.00, de martes a domingo”, cuenta la guía Cristina Duarte. El recorrido abarca las casas de techo de chapa para los empleados y las residencias de los jefes, el antiguo hospital y la escuela para los funcionarios y sus hijos. Además de la impresionante arquitectura de hierro del frigorífico, el patrimonio incluye muelles, áreas dedicadas al pastoreo, lugares de esparcimiento como el club de golf y de tenis, y el casco viejo de Fray Bentos, conectado con el barrio Anglo por la rambla que bordea el río, sumando 275 hectáreas.

Fray Bentos, derivada de los productos del Anglo, es una marca vigente aún en varias ciudades inglesas.

TODO Y NADA “¿Tú sabes qué era lo único que se desperdiciaba de la vaca?”, pregunta Duarte en el Museo de la Revolución Industrial, ubicado en las antiguas oficinas de la empresa, donde se inicia la visita. “Muuuu”, se escucha al apretar un botón. Así explican que se utilizaba el animal entero, literalmente. “Y todo se exportaba. Hasta los huesos servían para placas de radiografía y rollos de película”, cuenta Miguel García, la referencia de la región de Río Negro para las visitas.

Si bien incluía otros animales, se recuerda al Anglo por la producción que resultaba de los vacunos, que en su tiempo de máximo desarrollo entraba a faena unos 1500 animales para elaborar 200 productos con sus 5000 empleados. El principal, que revolucionó la cocina mundial en su momento, fue el extracto de carne, un polvo similar a los calditos de fácil traslado y que requería sólo agua caliente para ofrecer las propiedades de un bife. Le siguió la marca insignia de la fábrica: el corned beef. Desde el reconocimiento de Unesco, y gracias a una movida del marketing de Fray Bentos, esta versión de la famosa viandada (carne picada envasada) hoy puede comprarse en los supermercados locales.

Fundado como Liebig Extract of Meat Company en 1865 bajo capitales alemanes, el primer gigante industrial del país reclutó obreros de 60 nacionalidades de Europa, Asia y América, además de gran parte de Fray Bentos, que comenzó a vivir del frigorífico. Tras la Primera Guerra Mundial y el cambio de algunos paradigmas económicos, inversores ingleses tomaron el mando y lo llamaron Frigorífico Anglo del Uruguay, dando más fortaleza a la firma y afinando controles de calidad que garantizaban nuevos mercados. La ampliación de productos cárnicos, y la posterior necesidad de la Europa en guerra, lo transformaron en la “cocina del mundo”. En 1943, cuando la humanidad pasaba por uno de sus capítulos más penosos, el frigorífico era puro esplendor: ese año se produjeron unas 16 millones de conservas de corned beef, el alimento de los frentes de batalla. Algunos de esas latas vacías se apilan hoy en el museo apenas arranca la visita, como emblema de una época. Además de las inmensas y oxidadas ruedas de la sala de energía, de cuatro metros de diámetro, los tambores y máquinas que fabricaban el extracto de carne, se recorre también la grasería, donde se procesaba la grasa de segunda calidad con la que se hacía jabón. El sector del óleo, donde se procesaban por día 22.000 kilos de grasa comestible, y finalmente el antiguo almacén de frío, que acumulaba todo lo que provenía desde la fábrica, concluyen el paseo interno.

Más allá de lo laboral, ex trabajadores coinciden en la relación familiar que ofrecía el frigorífico. Había buena relación entre jefes y obreros, y la dedicación de los empleados era ejemplar. Algunos pasaban fines de semana y feriados en plena labor. “Hasta las fiestas de fin de año era moneda corriente festejarlas con marineros de barcos europeos mientras se hacía la carga”, cuenta García. La vida en el barrio del Anglo supo lógicamente de noviazgos y casamientos, de amistades perdurables, grandiosas noches de cartas y partidos de fútbol, y algunas disputas emblemáticas entre sindicalistas y el gerente, ubicado en una casona a unos metros del frigorífico. “Cuentan que reinaba el buen clima, pero en tantos años hubo altercados por reivindicaciones laborales. Ya en 1902 se reconoció a la mujer como trabajadora a la par que el hombre, aunque no cobraban igual. Y en la década del ‘60 se dio una gran marcha a pie hasta Montevideo en reclamo de negociaciones salariales”, relata García. Pero toda luz tiene su sombra, y hacia fines de 1960 comenzó el declive. El desarrollo tecnológico de otras empresas competidoras, sumado a la caída del mercado mundial de la carne por una supuesta epidemia de fiebre tifoidea, le quitaron ventajas al Anglo. En 1971 pasó a manos del Estado de Uruguay como Frigorífico Fray Bentos, y en 1979 cerró sus puertas. El pueblo quedó conmocionado, pese a que se aprobó una ley para jubilar a los empleados, tuvieran o no los años necesarios de trabajo.

El Frigorífico Anglo, recientemente Patrimonio de la Humanidad, visto desde la costa de Fray Bentos.

RENACER La noticia de Unesco revitalizó una ciudad con bajos índices de empleo, animando a algunos emprendedores que ya se piensan como alternativa complementaria para esa visita y ven al turismo como una posibilidad concreta. Junto a Karina Fortete, del programa Apoyo Sector Turístico BID-MinTur, visitamos a Mari Almirón, “la única cervecera mujer del Uruguay” y responsable de producción de Dharma. Hoy elabora dos estilos de cerveza rubia y una negra, que se consiguen en algunos bares y almacenes de Fray Bentos, Mercedes, Cardona, Colonia Suiza y hasta Montevideo y Punta del Este que no aceptaron la condición de la marca local más famosa, que les pedía no comprar producciones artesanales si querían seguir vendiendo su cerveza. “Si pude aguantar ese boicot, ahora nada me detiene”, dice ella. Un día de elaboración le lleva a Almirón unas diez horas, y deja madurar la cerveza unos 25 días más. Las máquinas de Dharma, compradas con la venta del auto de la casa, producen hoy unos mil litros al mes, lo que recién está dejando ganancias a la familia, que vive de eso. “Ahora voy por la colorada, que me encanta”, se autodesafía.

Hacia la ribera, una fachada que podría parecer una casa cualquiera atesora en el fondo una larga reserva. Es La Chacra, sede del Club Observadores de Aves del Uruguay, reconocida como Espacio de Interés por el Ministerio de Educación y Cultura local. Es el hogar de más de 50 especies de aves, unos 40 tipos de mariposas y mucha vegetación de la región. “Al visitante le ofrecemos un recorrido por la naturaleza, el avistaje de nuestras aves y un momento de tranquilidad. Y a nivel técnico trabajamos en conservación de varios modos, destacándose el empleo de cajas nidos, que permitió dos nacimientos por año en algunas especies”, cuenta Sandra Álvarez Lema, su propietaria. Si bien tiene patrocinio de entidades importantes como Aves Uruguay y Bird Life Internacional, no recibe dinero concreto y por eso el lugar trabaja de manera artesanal, con caminatas de reconocimiento y fotografía de juveniles, lo que garantiza esa reproducción de la que habla Álvarez Lema. Abierto todo el año, La Chacra ofrece también un salón de té con tortas caseras, lo que mantiene gran parte de la reserva y los implementos utilizados para la marcación y cuidado, considerando que la entrada es a voluntad.

Ya un poco más lejos de Fray Bentos, media hora al norte por la margen del río, Nuevo Berlín recuerda los tiempos en que sus cereales eran trasladados desde de el manso campo hacia el Anglo para elaborar algunos productos. Esa calma envidiable no parece haber cambiado en nada a sus 2500 habitantes, que ven con alegría la llegada de visitas como coletazo de la puesta en valor patrimonial. “Somos una alternativa más, ya que frente a nuestra localidad el río tiene características únicas, un ancho extraordinario y un gran archipiélago de islas”, aseguran representantes de la Liga de Turismo. El pueblo mismo es parte del Parque Nacional Esteros de Farrapos e Islas del Río Uruguay, y desde él parten caminatas a La Yeguada, sendero madre que se inserta en la vegetación selvática subtropical y su arroyo. Allí se recorren dos kilómetros hasta el río, pasando por una pequeña cascada, un albardón, y un sitio arqueológico. La salida incluye avistaje de aves y la opción del canotaje.

Recorrido a través de las colosales maquinarias y compresores que daban energía al complejo.

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Salidas náuticas concluyen los paseos por Nuevo Berlín, ya sobre las aguas del Uruguay.
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