turismo

Domingo, 24 de julio de 2005

TURISMO ECOLOGICO VISITA A LA RESERVA OTAMENDI

En la pampa ondulada

La Reserva Otamendi protege una de las últimas regiones bonaerenses donde se puede apreciar el humedal pampeano. Sus senderos entre bosques y pajonales, sobre las barrancas del Paraná, permiten descubrir la valiosa fauna autóctona.

 Por Graciela Cutuli


La agricultura y la ganadería, las dos actividades que hicieron tradicionalmente la riqueza de la provincia de Buenos Aires, contribuyeron sin embargo a arrasar con los ecosistemas naturales de la región, donde siglos antes de la explotación agropecuaria intensiva el paisaje era una larga sucesión de pajonales y bosques espinosos extendidos sin obstáculos hasta donde llegaba la vista. El tiempo y el hombre cambiaron las cosas, hasta tal punto que casi no quedan en la provincia esos paisajes originales: para apreciarlos hoy, hay que visitar lugares como la Reserva Natural Otamendi, situada en el norte de la provincia de Buenos Aires, entre Escobar y Campana, a orillas del Paraná de las Palmas.

La reserva, que lleva el nombre del antiguo dueño de estas tierras, fue creada hace sólo 15 años y abarca unas 3000 hectáreas destinadas a preservar los paisajes y la fauna originarios de estas tierras. Desde el punto de vista de las eco-regiones, pertenece al Delta e Islas del Paraná, con algunos sectores de Pampa (pastizal de la Pampa ondulada) y otros de espinal (talares). Los responsables de Parques Nacionales que reciben a los visitantes en el pequeño centro de interpretación de la Reserva, explican que la eco-región del Delta e Islas del Paraná corresponde a los valles de inundación de los ríos Paraná y Paraguay (trayectos medios e inferiores).

Avifauna del pastizal La Reserva Otamendi es un lugar ideal para caminatas tranquilas entre la naturaleza, y sobre todo para realizar safaris fotográficos de flora y fauna autóctona. Habitantes no faltan: en este ambiente, entre los pajonales y los juncos, las totoras y las cortaderas, viven desde el huidizo ciervo de los pantanos –famoso porque su carta de presentación lo define como el cérvido autóctono más grande de Sudamérica– hasta el carpincho, el roedor más grande del mundo. Cuises, hurones, lobitos de río, coipos y gatos monteses también encuentran refugio en este ecosistema, y para tener la suerte de avistarlos hay que seguir las recomendaciones de las guías: caminatas muy silenciosas, temprano por la mañana, o bien al atardecer. Durante el paseo por los distintos senderos, se ve en abundancia avifauna de toda clase: el boyero negro, una especie típica del monte ribereño que construye nidos colgantes con fibras vegetales, las pavas de monte, el vistoso federal de plumaje negro y capuchón escarlata, el siete colores, las gallinetas o la pajonalera de pico recto. Un buen par de prismáticos es el compañero ideal de quien busque avistar aves, que en el camino disfrutará además de la compañía incesante de coloridas mariposas, y tendrá que prestar atención para no pisar, por ejemplo, las arañas peludas e imponentes que le salen al cruce en los senderos que llevan a la barranca.

Senderos para elegir Al llegar a la Reserva, los visitantes tienen la opción de tomar diversos caminos para conocerla. El más difícil es el sendero Laguna Grande, que sólo puede recorrerse con guías habilitados: este camino agreste comienza en el ambiente de la pampa ondulada, sigue por la zona de los bañados y llega al mirador de la Laguna Grande, en un trayecto que entre ida y vuelta abarca unos 6000 metros. La dificultad del camino es alta, y conviene estar calzado con botas para zonas inundadas, pero es también uno de los itinerarios más interesantes de la Reserva.

La otra opción es internarse por el sendero Historias del Pastizal, que tiene unos 1000 metros y lleva hasta el bosque de talas y a un mirador que ofrece una vista sin obstáculos sobre el bañado. Desde este mirador de la barranca, cuya calma se ve interrumpida a veces por el tren cuyas vías pasan justo al pie, se toma el sendero Guardianas de la Barranca, que tiene apenas 150 metros y se interna en el talar. Este sendero, muy interesante, tiene un relieve algo dificultoso, entre escalones naturales y montículos coronados por un bosquecillo bajo y espinoso, que se considera como la versión empobrecida del bosque chaqueño. Se destacan los talas y los ombúes, y en primavera las flores de saúco y malva ponen untoque de color en los verdes y amarillos predominantes del paisaje. Aquí sólo se oye el parloteo de las cotorras, y en primavera tal vez también el canto del misto. Con mucha suerte, se divisará alguna comadreja huyendo entre las enredaderas, al nivel del suelo, y en el follaje de los árboles la ágil tacuarita azul. Sobre el agua, entretanto, se ven cisnes de cuello negro, patos y gallaretas, mientras en los espejos de agua de la Reserva (muchas veces cubiertos de plantas como los repollitos de agua) nadan tararitas y sábalos.

Un relieve variado Después de recorrer los senderos, quedará clara la topografía de Otamendi. La Reserva tiene dos zonas diferenciadas: los terrenos bajos inundables, nacidos gracias a los sedimentos acumulados por el río, y la terraza alta de la Pampa ondulada, separada de los terrenos anteriores por una considerable barranca. Este es justamente el mirador natural al que lleva uno de los senderos.

Durante el recorrido, algunos carteles interpretativos permiten a grandes y chicos orientarse y saber más sobre las características naturales del paisaje que están recorriendo. Por ejemplo, que las numerosas cardas que se ven por doquier son plantas exóticas que invadieron el pastizal y lo modificaron, desplazando pastos y animales autóctonos. Por eso ahora se intenta controlar su avance mediante quemadas controladas, corte de pastos y desmalezado. Cuando se creó la Reserva, se sacaron las vacas que pastaron durante siglos, con el objetivo de que el pastizal se recuperara; sin embargo, al escaso pastizal superviviente se le sumaron naturalmente otros vegetales autóctonos, como la chilca y la carqueja, además de exóticos como la carda y el ligustro. El resultado es un paisaje definitivamente modificado, donde se pueden ver restos de la explotación ganadera en un antiguo bebedero y un molino, hoy completamente en desuso y casi tapados por la vegetación. También es interesante saber que el ombú, un árbol originario de la selva paranaense, llegó hasta la región cuando sus semillas se dispersaron por las costas del Paraná. Después los gauchos los plantaron tierra adentro para aprovechar su sombra y orientarse en la extensa llanura: pero como en la Pampa este árbol crece solitario, sin tener que competir por la luz, no crece alto y delgado como en la selva, sino más bajo, con un tronco enorme y una copa extensa. Es una revancha sobre el destino de otros árboles nativos, como el tala y el chal chal, que en los bosques de la barranca de Otamendi luchan por su espacio con especies exóticas como el paraíso y la mora.

Para completar la visita de la Reserva, se pueden recorrer los 5,5 kilómetros del sendero vehicular Camino Islas Malvinas, que llega hasta el Paraná de las Palmas desde la estación Ingeniero Rómulo Otamendi. Y siempre a pie, a pocos metros del lugar donde sale el Sendero Historias del Pastizal, se encuentra un vivero de árboles autóctonos (lapachos, ceibos, ombúes, entre otras variedades) destinados a repoblar la Reserva, aunque también se venden al público visitante. Una manera de proteger el ambiente, de difundir nuestras especies, y de promover su uso y recuperación en la propia tierra donde han nacido.

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Las numerosas cardas que se ven por doquier son plantas exóticas que invadieron y modificaron el pastizal.
 
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