UNIVERSIDAD

“Se ha establecido un irritativo sistema piramidal en la universidad”

 Por Javier Lorca

Los estudiantes tomaron la universidad e impidieron la elección de un rector al que consideraban reaccionario. “Antes de que la iniquidad fuera un acto jurídico irrevocable... nos apoderamos del salón de actos y arrojamos a la canalla”, manifestaron luego los alumnos. La escena parece calcada del conflictivo presente de la Universidad de Buenos Aires, pero no: ocurrió en 1918 en la Universidad de Córdoba. Fue el estallido de la Reforma Universitaria –que ayer cumplió 88 años–, la revuelta estudiantil que propagaría por el país y Latinoamérica principios como el cogobierno, el ingreso libre, la autonomía, la periodicidad de cátedra, los concursos docentes. Sobre la relación entre aquellas protestas y las actuales, Página/12 consultó al profesor Hugo Biagini, doctor en Filosofía, autor de La Reforma Universitaria y, entre otros libros, del reciente El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX.

–¿Cuál es la actualidad de los principios reformistas?

–Perentoria, por la astronómica distancia ético-intelectual existente entre los millares de páginas originales escritas, entre desvelos y persecuciones, por el estudiantado sudamericano –a veces con el apoyo de grandes maestros– y la mayoría de las representaciones burocráticas actuales. Me refiero a una concepción participativa de la vida universitaria junto a una exclaustración genuinamente comprometida con las demandas populares.

–¿La reforma tiene vigencia real en la universidad argentina? En universidades como la UBA, muchos docentes y profesores no tienen derecho a voto.

–La mayoría de los postulados reformistas no pueden encajar con una universidad que atraviesa por una crisis que ha supeditado lo académico a la negociación por el poder, donde se improvisan investigadores, nadie puede hacer verdadera profesión docente y se ha establecido un irritativo sistema piramidal. Los mismos dirigentes estudiantiles han puesto en evidencia esa situación, donde conviven elites profesorales bien remuneradas y masas de docentes sin voz ni voto y con relaciones laborales equivalentes a los contratos basura del capitalismo financiero; una universidad mercado incompatible con los grandes avances del ’18, tan incompatible como pueden ser el neoliberalismo y el espíritu posesivo frente a la democracia y a la ética de la solidaridad.

–¿Qué se reencarna de las protestas de 1918 en la crisis que hoy viven la UBA y otras universidades, como la del Comahue?

–La lucha por la democratización y la legitimidad institucional, el repudio a liderazgos poco transparentes y a la injerencia de dudosos organismos ministeriales que no contribuyen a garantizar la debida autonomía académica, tal como se ha puesto de manifiesto a través de las medidas de resistencia adoptadas en los últimos tiempos por los universitarios del Comahue frente a un medio oficial adverso, pero con el respaldo de los nuevos movimientos sociales y sus emprendimientos.

–Los reclamos referidos al cogobierno tienen mucha similitud.

–La brega para que los alumnos elijan por cuenta propia y tomen decisiones en las casas de estudio no implica ninguna novedad. Sin ir mucho más atrás, en el Congreso de Estudiantes Americanos celebrado en Montevideo hacia 1908, un tibio antecedente del grito de Córdoba y del movimiento reformista organizado, hubo voces que exigieron un íntegro control estudiantil del gobierno universitario y que sus propias asociaciones gremiales fuesen reconocidas como Consejos Universitarios. La insistencia en la necesidad de aumentar la representación del alumnado –al igual que la ampliación del ingreso tal como ocurre al fin de cuentas en los idealizados países del primer mundo– sería una manera de consolidar la eutopía reformista de una universidad sin puertas ni paredes, al servicio de los sectores más perjudicados por el establishment y donde los estudiantes resulten los principales artífices de ese pensamiento transfigurador.

–¿Qué diferencias observa? En 1918 había cierta unidad obrero-estudiantil que hoy no parece darse, aunque los alumnos se manifiestan a favor del ingreso obrero en la universidad.

–Desde un punto de vista más abarcativo, no creo demasiado en esa supuesta brecha histórica, dentro y fuera de nuestro país. Hoy podemos ver cómo se ha renovado la tónica combativa de un heterogéneo movimiento estudiantil que, lejos de haberse dejado llevar por las promesas de bienaventuranza lanzadas por la Revolución Conservadora, le ha salido al cruce a la misma y a sus políticas de ajuste estructural. Me refiero a innumerables acciones y campañas de apoyo a crecientes grupos carenciados, llevadas a cabo únicamente por nuestra juventud ilustrada o en operativos junto con otros actores populares: obreros, campesinos, desocupados, indígenas, activistas por los derechos humanos, comerciantes, etcétera. Por lo contrario, en realidad el que mayor indiferencia ha demostrado frente a la problemática social ha sido el propio aparato académico con su estructura jerárquica y profundamente asimétrica, pues las llamadas autoridades universitarias sólo han abandonado su larga pasividad para pronunciarse ante los conflictos mundanos cuando el agua llegó al cuello de los mismos sectores pudientes, como fue la tardía declaración del Consejo Interuniversitario en medio de la debacle del 2001.

–Una segunda reforma, hoy, ¿debería profundizar aquellos principios o crear otros nuevos, diferentes?

–Nada de nueva o segunda reforma como se planteó bajo el menemismo y su séquito de influencias y superprivilegios, con modernizadores a la violeta. Todas las finalidades básicas que la Unesco sustenta hoy como metas para la universidad fueron adelantadas por nuestras juventudes idealistas: formación de personal altamente calificado (enseñanza y comunicación), prestación de servicios a la sociedad (extensión civil), función ética (crítica social). ¿En dónde reside el mentado anacronismo de la Reforma si sus planteamientos cardinales han obtenido tanta validación teórica y tanto ascendiente mundial, no precisamente por entidades crematísticas como las que han regido nuestra existencia y nuestra educación (FMI o Banco Mundial), sino por el citado organismo rector en la materia? El clima de contrarreforma que se fue generando ha procedido especialmente de una política remisa al gasto social, partidaria de la concentración de capitales y conocimiento junto con una universidad recluida y tecnocrática que depone el discurso autonómico y la contestación.

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En el aniversario de la Reforma, Hugo Biagini analiza la vigencia de sus principios y su relación con la actual crisis de la UBA.
 
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