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Gengis Khan

 Por Leonardo Oyola

El cuento por su autor

Escribí a pedido este relato en el 2008. Fue fundamental en el tono el aporte que le dieron Santiago Llach y Juan Diego Incardona; colegas y antologadores de Los días que vivimos en peligro, el libro donde finalmente fue publicado. La consigna pasaba por contar una historia que transcurriera en una fecha específica en la que políticamente se atentó contra la democracia. Narrar algo que fuera lateral a los sucesos que estaban en boca de todos durante esas horas. Me dejaron hacer mi show para la primera versión de este cuento. Y después focalizamos, sobre todo con Santi, en el tema de las elecciones personales.

Nos juntamos un par de veces en un bar de Almagro que se llama El Banderín. Y entre esperas y charlas no dejaba de ver a esas viejas glorias del fútbol de tantos clubes locales que adornan las paredes del bar y así fue como empecé a preguntarme qué habrá sido de sus vidas. Primero. Porque después apareció el verdadero interrogante devenido en motor de mi búsqueda: ¿cómo siguieron, muchachos, cuando se acabó lo que se daba?

Cuando uno labura con el cuerpo inevitablemente la pulseada que va a terminar perdiendo es con el paso del tiempo. Y cuando llega ese momento, ¿cómo se lo encara? No me imagino algo tan duro como el retiro. Colgar los botines. Literal y metafóricamente. Dejar de ser. Perder lo que se tuvo. Extrañar. ¡Mierda! ¡Lo que debe ser extrañar!

A la vida entendida como rutina aparentemente inalterable, por lo general, le falta épica. Esa que aparece de forma muy escasa en pinceladas de las carreras de nuestros ídolos deportivos; y también, ¿por qué no?, en la de músicos y actores. En la de los otros... que sangran igual que nosotros. La idea de “Gengis Khan” definitivamente puso primera cuando me di cuenta de que no tenía que concentrarme en la historia de alguno de esos cracks sino en la de un grupo. Y si bien en el fútbol hay equipos me pareció más familia un clan de luchadores de catch. Y el emblemático por excelencia para nosotros fueron, son y serán Los Titanes de Martín Karadagian.

Arriba y abajo del ring, en los personajes y en los espectadores, había elecciones. La principal: la de creer. Creer que eso que estaba pasando ante nuestros ojos era verdad. Que el bien y el mal se podían enfrentar en un cuadrilátero y que al final del torneo siempre se iba a hacer justicia por más que existieran los árbitros bomberos.

Me gusta leer en público. Nunca lo pude hacer con “Gengis Khan”. Ni mientras lo escribía ni después. Porque tengo miedo de no poder terminarlo. De que se me quiebre la voz. Porque al evocar a los Titanes preferiría recordar a esa troupe que salía en la televisión y no a esta gente de bien que hoy sobrevive como puede. Me niego a pensar que son de otra época. Quisiera inmortalizarlos en su esplendor. Como están posando esos ídolos en las fotos de El Banderín. Pero me salió esto.

Usamos trajes. Disfraces. Looks. Pilchas que ayudan a identificarnos públicamente dentro de la fauna en la que nos toca movernos. Pero cuando nos vamos a dormir, o cuando nos levantamos, desnudos sabemos muy bien quienes somos y que no podemos dejar de ser. En las buenas y en las malas. Elegimos. Porque fue una elección. Propia. Y el precio que se pague por ahí será alto. Pero esta gente se podrá jactar de que jamás dijo “si yo hubiera...”. Lo hizo. Y ésa es una forma de estar en paz.

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