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“La sal de la tierra”, el rescate del mejor cine social y político

Filmado clandestinamente en los EE.UU. de la caza de brujas, el film dirigido por Herbert Biberman es un ejemplo de cine y civismo.

 Por Horacio Bernades

La sal de la tierra es el título de un temazo de los Stones (ese en el que Jagger canta: “Oremos por los que trabajan duro/ Oremos por la sal de la tierra”) y también el de un verdadero hito del cine social y político, que quedó para siempre en la historia como el único caso de una película estadounidense cuyo estreno fue explícitamente impedido en su país. Filmada en la clandestinidad, a mediados de los años ’50, por un grupo de gente incluido en las famosas listas negras del macartismo, el estreno fue saboteado por los sindicatos de la industria y las cadenas de exhibición, yendo a parar a un cajón. Recién diez años más tarde, con las listas negras definitivamente archivadas, La sal de la tierra tuvo un lanzamiento limitado en Estados Unidos. En la Argentina jamás llegó a estrenarse comercialmente y sólo se la pudo ver en ciclos de revisión (Cinemateca Argentina cuenta con una copia, que se proyectó alguna vez en la sala Lugones). Confirmando la relevancia del video, ahora acaba de editarla el sello Epoca, lo cual constituye sin duda un acontecimiento.
“Producida por el Sindicato Internacional de Mineros y Trabajadores de Minas y Fundiciones”, se lee en el cartel inicial, subrayando el carácter de rareza que tiene el film, tanto por sus condiciones de realización como por el contexto en el que se filmó e intentó estrenarse. Corría el año 1953 y el senador McCarthy reinaba a pleno. Seis años antes, un personaje de Hollywood, citado a prestar testimonio ante las comisiones senatoriales de denuncia presididas por McCarthy, tuvo la osadía de no presentarse. Condenado por resistir una intimación oficial, terminó purgando siete meses de cárcel. Ese personaje era Herbert J. Biberman, quien a partir de ese momento pasaría a convertirse en uno de los “Diez de Hollywood”, aquéllos incluidos en las listas negras confeccionadas por el infame McCarthy. A diferencia de otros prohibidos, que tardaron décadas en volver al cine (y cuando lo hicieron, fue bajo seudónimos), Biberman volvería a filmar poco más tarde. La película de su regreso (fallido) fue, justamente, La sal de la tierra, en la que no sólo él sino el productor, guionista y uno de los actores (Will Geer) estaban incluidos en esas listas.
Con el neorrealismo italiano como modelo, Biberman mezcló actores profesionales con otros que no lo eran, para narrar la historia de una huelga en territorio de Nuevo México. Los que la emprenden son mineros de la industria del zinc. Sobre todo, trabajadores de origen mexicano (los actores también lo son, por supuesto) que reclaman las mismas condiciones de trabajo de sus colegas “anglos”. Pero dentro de este levantamiento social y étnico pronto se produce un segundo alzamiento, protagonizado por las mujeres de los mineros, que reclaman su derecho a participar del piquete. Por si no fuera suficientemente insólito que en pleno macartismo una película estadounidense se pusiera del lado de un grupo de huelguistas, el tema de la discriminación de género practicado en el seno de los propios obreros convierte a La sal de la tierra no sólo en un film de inusitado coraje cívico sino adelantado en medio siglo a temáticas y reivindicaciones que recién ahora la sociedad parece más dispuesta a aceptar.
“Tú eres mujer, no sabes lo que significa trabajar en una mina”, se saca de encima Ramón Quintero a su esposa Esperanza, en una de las primeras escenas de la película. De allí en más, los aprietes de las autoridades y enfrentamientos entre huelguistas y la “pesada” del sheriff irán en paralelo con la lucha de las mujeres por salir de la cocina, para ocupar su lugar en la lucha. En este contexto, resulta tan audaz mostrar a los alguaciles diciéndoles guarangadas a las mujeres como a los propios dirigentes sindicales (empezando por Ramón, que es uno de los líderes), intentando acallar a sus esposas. El que no parecía fácil de acallar era Biberman. Después de soportar espionaje por parte del FBI durante el rodaje, al encontrarse con que no querían estrenar su película, les inició juicio a las compañías cinematográficas estadounidenses y a setenta estudios de abogados, perdiéndolo siete años más tarde. Calcando la temática de la propia película, peor le fue a la protagonista, la actriz mexicana Rosaura Revueltas, que inmediatamente después de finalizado el rodaje fue desterrada a su país de origen, bajo la acusación de realizar “actividades comunistas”. Pero ahí está La sal de la tierra, sobreviviendo a sus verdugos, medio siglo más tarde y tan viva como siempre.

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La película, su director y sus actores fueron perseguidos.
 
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