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Mentiroso
por Alfredo Zaiat


¡Ultimo momento! Según cifras oficiales del Indec, la inflación de diciembre fue tan sólo del 40 por ciento –dice un relator.
–Esta cifra se habría obtenido promediando los siguientes aumentos: precios 80 por ciento, salarios 0 por ciento –agrega el otro.
–Matemáticas puras, que le dicen –remata el tercero.
El chiste ilustrado de Sendra resumía la nota principal de una de las tapas que más entusiasmó a un funcionario. En lugar de enojarse, indignarse o reclamar por su buen nombre y honor, a Moisés Ikonicoff, el entonces secretario de Planificación, encargado de difundir los datos de la inflación, y luego actor de teatro de revistas, le encantó aparecer con una larga nariz de Pinocho. El índice de precios de ese diciembre del ‘89, en el comienzo de la hiperinflación de Carlos Menem, se clavó en 40,1 por ciento, mucho menos que la sensación térmica. “Créase o no”, fue el título elegido de tapa.
Doce años después, créase o no, la historia es la misma. Hasta los números, al revés, son idénticos: la inflación de abril de 2002 fue de 10,4, pero en la mayoría de los bolsillos el castigo ha sido más fuerte que ese indicador promedio que elabora con fidelidad el Indec. Igual que en el ‘89. Sin ajuste salarial, la escalada de precios está arrojando a la pobreza a sectores que en forma desesperada intentaron en los últimos años no caer por debajo de esa línea divisoria entre pertenecer o ser un excluido, frontera estadística más que real durante la fantasía del período final de la Convertibilidad.
Resulta desalentador revisar ese archivo, de los inicios de los ‘90, ante la sorprendente similitud con el presente de los fenómenos de una crisis económica de proporciones. Inflación galopante prenunciando la híper, el derrumbe del poder adquisitivo, la carrera del dólar y, créase o no, el Plan Bonex primera versión dominaban la agenda económica. Lo cierto es que en ese momento no hubo reacción de los ahorristas ante la estafa de recibir títulos públicos por los plazos fijos, en australes y a no más de siete días. En cambio, ahora, ese antecedente, la impericia de los responsables de Economía y del Banco Central y la evidente debilidad política han generado el estallido de protesta de los dueños de los plazos fijos atrapados en el corralito.
El transcurrir del tiempo, en última instancia, permite observar con una distancia que relativiza lo que parecía el fin del mundo. Y analizar los hechos con una perspectiva que facilita su digestión y, en verdad, alivia la angustia. Cuando Ikonicoff anunció la inflación de diciembre del ‘89 el horizonte se reducía a casi nada. Era imposible, y con razón, pensar que había vida luego de una segunda hiperinflación. Nadie podía imaginar, lo dijera Ikonicoff o cualquier otro, una salida a semejante atolladero. Pero, créase o no, hubo una, aunque años más tarde se descubriera que era la puerta para descender a otro infierno. Mientras, hubo alivio para una sociedad afligida.
Ahora, créase o no, también habrá un final para esta historia de desesperanza, aunque lo más probable sea que nadie se atreva a afirmarlo. Y quien lo haga recibirá seguramente como respuesta una tapa con su rostro modificado con una prolongada nariz de Pinocho. Lo que sí resulta un enigma es cuál será la poción mágica que terminará con esta crisis. No tendría que descartarse, ante tantos parecidos, que se tropiece dos veces con la misma piedra.