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Contratapa|Viernes, 4 de junio de 2004

¿Cuál familia es la familia?

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Por Alicia Oliveira

Hay una larga discusión acerca de si la familia nuclear es la base de la sociedad y una forma de organización universal. Algunos quieren convertirla en dogma y cercenar la palabra a quienes piensan diferente o tienen una forma distinta de familia.
Allá en la era de las luces, Cesare Beccaria escribió un libro que se ocupaba del sistema penal, Tratado de los Delitos y de las Penas. En uno de sus capítulos se ocupa del espíritu de la familia y dice, palabras más palabras menos, que hay una injusticia autorizada –aun por los iluminados– que es considerar a la sociedad no como una unión de hombres sino como una unión de familias. Y afirma que si la sociedad está constituida por familias, el número de personas que la compongan serán esclavos. En cambio si lo está por hombres, éstos no serán esclavos sino ciudadanos. Por supuesto el libro fue puesto en el Index por el Vaticano y prohibido por la Inquisición española.
San Ignacio de Loyola constituye una de las figuras más notorias del poder personal del amor. Por ello sufrió varios juicios episcopales. En el primero, el proceso de Alcalá en 1526, donde se lo sospechaba de “alumbradismo” y “erasmismo”, por Erasmo de Rotterdam, la pena consistió en que Ignacio y sus compañeros tiñeran sus ropas por no tener derecho a usar hábitos iguales. Es decir, fueron declarados diferentes. A pesar de ello siguió su lucha. Entre sus acciones estaba enseñar “la palabra” a las mujeres; por esta y otras acciones fue perseguido por el poder burocrático punitivo, que reprimía el lenguaje usado para acercarse a los desplazados sociales.
Aún hoy este poder burocrático y corporativo es el que se ejerce para impedir el poder del amor y, así, poder permanecer incólume.
Vale recordar que en Europa en la etapa preindustrial la familia era múltiple y estaba cargada de funciones sociales, pero ya en el paso a la etapa industrial se imponía pasar de la familia extensa a la familia nuclear. De esta manera se simplificaban las relaciones sociales, desaparecía la solidaridad del grupo doméstico y aparecía una familia en pequeña escala que fortalecía el individualismo. La biología se convertía, simultáneamente, en la explicación del parentesco.
Para algunos pensadores, el concepto de familia nuclear tiene su origen en el matrimonio, está formado por marido, esposa e hijos; y todos están ligados por vínculos legales, económicos y religiosos, y por derechos y prohibiciones sexuales.
Hay también afirmaciones científicas que dicen que “la vida, los cuerpos, los destinos de los padres, permanecen sujetados en el silencioso pero evidente código genético que posee el hijo”. Ante la lectura de tal aseveración se me conmovió el espíritu y pensé: “¡Que Dios ampare a los padres de Videla!”.
El concepto de familia al que nos estamos refiriendo se corresponde al lugar de refugio que buscan grupos –de origen europeo– de clase media o de clase media alta. Desde allí discriminan a todos los que no sean iguales a ellos. Pero el mundo no se encierra en este pequeño núcleo sino que existe –y han existido a lo largo de toda la historia y las geografías– otro tipo de familias, muchas de ellas formadas no por pautas rígidas de carácter individualista sino por valores sociales diferentes que en muchas de ellas son la solidaridad y el amor.
Intentar imponer el modelo de familia nuclear como único es abandonar a su suerte a muchísimas familias que deben ser reconocidas y respetadas por el Estado. Por ejemplo las familias ampliadas tan comunes en los sectores más pobres de la sociedad. En estos sectores el poder del amor y la solidaridad ayudan a sobrevivir a los más indefensos. Existen muchos ejemplos. Cuando por razones diversas desaparecen de la familia los padres, los chicos son criados, como hijos propios, por vecinos o amigos que así les evitan el terrible destino de la internación en institutos demenores. Son estas mismas familias las que reciben a personas con capacidades diferentes, a los ancianos y a los enfermos.
Esta historia es real: un cura tenía una capilla en una villa de emergencia. Un día la Justicia llevó a la cárcel a una madre soltera que tenía cuatro hijos. Inmediatamente el poder burocrático pretendió institucionalizar a los niños por encontrarlos en estado de “abandono material y moral”. El cura peleó para que le entregaran a los niños. Después de una larga lucha consiguió que se los dieran en guarda y, allí, constituyó una familia diferente: cuidó y crió a los chicos hasta que su madre recuperó la libertad. Hoy esos chicos son estudiantes universitarios y viven con su madre a la que cuidan y quieren. Pero también quieren, cuidan y preocupan a su padre-cura.
Después de todo, también José el carpintero crió como propio al niño Jesús como su hijo, no por lazos genéticos sino por amor. Y lo hizo en una sociedad en que las mujeres podían ser lapidadas y las familias, como aquélla, al igual que hoy, sometidas al escarnio. José privilegió la responsabilidad a la hipocresía. Es un buen ejemplo.

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