Fueron cien y cien más los que murieron
fueron doscientos los muertos por el fuego
fueron dos los que murieron en el puente
fueron veinte los muertos en la plaza.
Fueron dos los que murieron en Corrientes.
Fueron cien los que murieron en la Amia.
Fue uno asesinado en una cava.
Qué cifra medirá tantos cadáveres.
Qué lágrimas llorarán tantos cadáveres
Quién imaginará tantos cadáveres
juntos, tendidos en las calles
qué manos sepultarán tantos cadáveres
tantas piernas que no saltan, ni caminan
tantas voces juveniles, que no gritan
tanta andanza callejera, callejeros
la justicia no es el agua de la vida
ni resucita esas manos que ya no agarran nada
la venganza no es el agua de la vida
ni resucita esos ojos que ya no miran nada
callejeros
qué calles contendrán aquellos cuerpos
qué veredas bastarán para ponerlos
uno junto al otro, ennegrecidos
qué morgue los mantendrá sin que se pudran
La tragedia no es heroica aquí
ni en este día
de nuestro país letal, donde se arrastran
criaturas de la noche revolviendo la basura
prostitutas fláccidas en su zona roja
niños muertos de hambre en los graneros
atados a los silos
Un niño, una bengala, la música que atruena,
el sudor y la lejana algarabía
de tribus armándose en lo oscuro
como una jalea espesa y temerosa
que circula sin rumbo hacia el futuro
y contarán los viejos algún día
“aquí murió mi hijo”, “allá mi hermano”
“aquí murieron mis primos, mis vecinos”
“aquí ardieron los niños, asfixiados
por el humo que no tiembla ni perdona”
La muerte no es heroica, ni es sublime:
la muerte es una puta que se vende
por algunas monedas y se entrega
al que quiera tomarla o arrastrarla
hacia el cuerpo y la muerte de los otros
La muerte es nuestra muerte, callejeros.
Y no para.