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Contratapa|Miércoles, 27 de julio de 2005

El fundamentalismo cristiano

Por Tato Pavlovsky *

Decía Edward Said, ese gran intelectual palestino, en Cultura e imperialismo, que no hay estudios sistemáticos de los imperialismos. No se permite informarse y estudiar la barbarie. No hay cursos universitarios sobre el tema de la historia concreta del imperialismo norteamericano y sus aliados.
Una cifra escalofriante. Entre 1945 y 1967 se produjo cada año una intervención militar estadounidense en el Tercer Mundo y siempre con la concomitante complicidad civil del pueblo norteamericano.
Las 200.000 víctimas civiles inocentes de la primera invasión a Irak y las 25.000 de ahora dan una pauta del poder destructivo del terrorismo norteamericano. Pero podrá haber 150.000 civiles iraquíes muertos y 30.000 soldados norteamericanos en el futuro.
Es un cálculo previo dentro del negocio calculado. El objetivo fundamental es el petróleo y la posición estratégica en Oriente Medio. Sin contar el gran negocio de la reconstrucción del país por las grandes empresas constructoras norteamericanas. A quién le importan los muertos de ambos lados si el negocio de la invasión es redondo.
Los supermercados siempre cuentan para su negocio una parte de la mercadería que va a ser robada por la clientela. Los robos en los supermercados –o los muertos en la invasión en este caso– están incluidos de antemano como parte del negocio. Ya están computados previamente.
Es un pequeño precio a pagar dentro de la gran ganancia. No importan los muertos. Importa el negocio. El fundamentalismo cristiano norteamericano es la textura intrínseca –el gran soporte– que les facilita los crímenes atroces del terrorismo.
“Tenemos un legado y una obligación que seguir. A nosotros nos toca decidir por el mundo. Nadie lo va a hacer por nosotros. Lo hacemos en nombre de Dios por el bien de ellos, por nuestros hijos, nuestros soldados, el mundo libre y la patria” (de un personaje de una obra de Sam Sheppard, que resume la subjetividad de ese fundamentalismo cristiano encarnado en Bush).
Del fundamentalismo islámico se nos informa siempre que son terroristas peligrosos que quieren destruir Occidente, “no por lo que hacemos sino por lo que somos”. ¿Qué somos? Una raza superior? “Son envidiosos” de nosotros, dice el psiquiatra inglés kleiniano Dr. Berke, cuando intenta en un libro explicar el odio y envidia del Tercer Mundo contra el primero.
Se ignora por ejemplo –no se informa– que el terrorismo fundamentalista norteamericano ha destruido en Irak parte importante de la cultura islámica. Se desconoce que Bagdad es un verdadero monumento al arte islámico, que Irak es la sede de la civilización abásida que tuvo el gran florecimiento de la cultura árabe entre el siglo IX y XIII. Gran parte de esas maravillas del arte han sido arrasadas en nombre de la democracia de liberación.
Un informe del diario inglés The Guardian revela que en el Saddam Hussein Children’s Hospital, en el sur de Irak –y según declaraciones del Dr. Ashahin, jefe de neonatología–, nacen tres veces más niños con deformaciones congénitas que antes de los bombardeos. Las causas de las deformaciones se explican porque el uranio deprimido atraviesa la placenta hacia el feto en las madres expuestas a la radiación. “Niños sin cerebro, cabezas gigantes, brazos deformados, corazones sin válvulas, etc. Todas son deformaciones congénitas según el Dr. Samial Arajick, director de las investigaciones.”
El informe del diario inglés muestra que el número de niños con síndrome de Down se ha triplicado después de los bombardeos (antes y ahora). Luego de dos días de conferencias médicas en Bagdad, donde concurrieron pediatras occidentales, las agencias iraquíes denuncian la casi nula información de los medios en EE.UU. e Inglaterra de este evento internacional.
La escritora vietnamita Duang Thu Huong –que formó parte del Partido Comunista Norvietnamita y que hoy, exiliada en París, es una profunda crítica al régimen comunista de su país– hace el siguiente relato: “Cuando los survietnamitas arribaron prisioneros a la zona comunista donde yo vivía, descubrí que estábamos peleando entre vietnamitas. Eramos bombardeados las 24 horas del día por los norteamericanos, pero ellos volaban muy alto en el cielo y yo nunca los pude ver. Yo sólo veía vietnamitas. Lo que sí veía era el efecto de los bombardeos entre nosotros y su gran capacidad destructora. Murieron 3.000.000 de vietnamitas en esa horrible guerra”.
Esto me hace recordar un relato que me hizo mi padre en 1955 cuando estaba exiliado en Montevideo por su “activa” militancia antiperonista. Me contaba que cuando los aviadores argentinos arribaron a Carrasco, bajaban de sus aviones como “héroes de la patria” después de lanzar las bombas contra el pueblo indefenso en Plaza de Mayo. Decía que le daba vergüenza ajena que los aviadores relataran el éxito de la operación. Bombardeaban sin combatir y se exiliaban en Uruguay orgullosos de su proeza.
Por eso cuando se habla de fundamentalismo hoy parece que los medios internacionales y nacionales se refirieran siempre al fundamentalismo islámico. Yo nunca escuché hablar del fundamentalismo cristiano, que es el más peligroso en el mundo por su poderío militar.
El ultimátum de Al Qaida produce en Europa un nuevo tipo de subjetividad en la población: el terror diario en la vida cotidiana. Ya nadie puede desprevenirse en ningún lado. En las principales ciudades europeas se vive aterrorizado. A aquellos que aportaron con tropas y armas al terrorismo norteamericano Al Qaida les da un mes de tiempo para retirarse. El Consejo de Seguridad afirmaba que no había armas de destrucción masiva en Irak y sin embargo el terrorismo norteamericano invadió Irak seguido de sus secuaces ingleses (por no decir alcahuetes). Como dice en estos días el propio alcalde de Londres, Ken Livingstone: “La guerra de Irak y todas las intervenciones de países occidentales en Oriente Medio constituyen un terrible legado que inspiró a quienes perpetraron los atentados del 7 de julio”. Contradice así las declaraciones de Tony Blair que trata de desligar la invasión a Irak de los atentados de Londres. Lo mismo que hizo Aznar con el atentado en Atocha, culpando a ETA en lugar de asumir la responsabilidad de la intervención vergonzosa de España en Irak, para entrar en el negocio bélico. ¿O no fue así?
Que no se queje más el fundamentalismo cristiano terrorista de sus víctimas y que asuma la autocrítica de su responsabilidad en los hechos que están ocurriendo hoy en Europa. El negocio les está saliendo caro. Muy caro.

* Psicoterapeuta, autor, director y actor teatral. Entre sus numerosas obras se encuentran El Señor Galíndez, Potestad y La muerte de Marguerite Duras.

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