Evidentemente, Sócrates es la tumba de los pedantes. ¿Se acuerdan de aquel que reconoció públicamente haber poseído y leído su obra completa? Ahora tenemos a un oscuro y desdibujado juez que considera que su juicio político iguala o supera al martirio del maestro y filósofo. Si no sabe distinguir la diferencia entre aferrarse lloroso a una poltrona (para mostrar versatilidad y ambivalencia) y aceptar serenamente la muerte con respecto a la verdad y la dignidad humana, ¿cómo puede ser juez?