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Deportes|Domingo, 27 de julio de 2003
JULIO FRYDENBERG ES UN SERIO Y APASIONADO HISTORIADOR DE FUTBOL ARGENTINO

“De la huelga nace el fútbol profesional”

Futbolero, hincha de Independiente, Julio Frydenberg es un investigador que soslaya los mitos a la hora de aproximarse a la historia de los orígenes del profesionalismo argentino y el papel de los diferentes actores: jugadores, dirigentes, el Estado y los medios.

Por Facundo Martínez
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“El mito y el ritual son sólo una parte de la historia futbolera”, dice el historiador Julio Frydenberg.
Y analiza con particular agudeza qué pasó “en realidad” en los orígenes y el desarrollo del fútbol profesional.
“Es más fácil o más accesible reconstruir la historia del mito, pero saber qué es lo que pasó ‘en realidad’ es más complejo. El ritual es sólo una parte”, afirma el historiador Julio Frydenberg –hincha de Independiente–, quien desde hace varios años investiga, entre otros temas, la popularización y desarrollo del fútbol en la Argentina, la historia social del deporte y las políticas deportivas. El nacimiento del fútbol profesional y la huelga de jugadores de 1931 fueron disparadores de este diálogo con Página/12, en el que se intenta echar luz sobre el momento en el que los clubes se dividieron entre “grandes” y “chicos”.
–¿Cuáles son los principales cambios que se producen en el fútbol argentino a partir de la huelga de 1931?
–Primero, la profesionalización del fútbol. En general, en otras partes del mundo la llegada del profesionalismo se produjo sin huelgas. Y hay que tener en cuenta, además, el proceso del desarrollo del espectáculo. Si uno lo ve desde este punto de vista, ahí sí el cambio hacia el profesionalismo es importante. La huelga no tenía como objeto el profesionalismo, al menos los jugadores no hablaban de eso. Lo que exigían los jugadores era el pase libre al finalizar los campeonatos. Los que querían el profesionalismo eran los dirigentes, aunque a los jugadores los beneficiaba, porque blanqueaba una situación de hecho: el amateurismo marrón.
–¿Qué situación se vivía antes del ‘31?
–En la década del ‘20 el fútbol argentino es un caos total para todos los actores del fenómeno social. Además de la división en ligas y de la cuestión de la violencia –se suspendían muchos partidos–, el otro tema es el falso amateurismo: es ilegal pagarles a los jugadores, pero todos les pagan. En los diarios salía cuánto se le pagaba a tal o cual jugador. Los pases también se pagaban, y los dirigentes empleaban a los jugadores en sus empresas. Si bien todo esto ya aparece antes de los ‘20, durante esta década se acentúa y pasa a ser un escándalo.
–¿Cuál es el papel que juegan en todo esto los diarios y las revistas?
–El papel de los medios es fundamental. Hay tres que son muy importantes: La Nación, El Gráfico y Crítica. El primero le dedica mucho espacio al deporte pero no interpela al gran público. Los otros dos sí van a jugar un papel clave. El Gráfico, a finales de los ‘20, es importante encuanto a su discurso pedagógico y moralizador; con Borocotó y Chantecler, pone el énfasis en la defensa del estilo criollo. Ese discurso va a armar de alguna forma el imaginario popular: la gambeta, el potrero, el origen humilde del fútbol. Si bien no se detiene en los pormenores del caos interno, es moralizador en el sentido de promover el cumplimiento del fair play, las normas de caballerosidad deportiva, y en ese sentido apunta a superar la debacle interna. Era una visión superadora de los problemas internos a través de la creación de una especie de epopeya nacional. En cuanto a Crítica, es decisiva a la hora de armar el espectáculo, en su sentido más amplio, como campo deportivo: la organización clara de los torneos, la situación regular de los jugadores con sus equipos, etcétera. Apoya y organiza la gira de Boca del ‘25 y después es el propulsor principal del profesionalismo, al que antes del ‘25 se oponía. Crítica y Natalio Botana eran actores principales: proponían la fusión de las ligas y eran despiadados contra los que se oponían. Como estrategia editorial, apuntan a la construcción de un mercado de consumo que, por supuesto, iba a potenciar las ventas: el diario tiene un papel muy importante en el tema de las identidades barriales y los clubes. Al contrario de lo que se supone sobre el inicio de los clubes, la rivalidad barrial es posterior.
–¿Cuál es la postura del Estado durante este proceso constructivo?
–A diferencia de lo que pasa en Europa, el rol del Estado en la construcción del campo deportivo acá es casi nulo. Sí se da la presencia de algunos personajes. Durante la huelga del ‘31 los jugadores apelan al presidente Uriburu, quien los manda a hablar con el intendente Guerrico. Algo que tenía antecedentes, porque en el ‘25 el intendente Noel intenta la fusión de las dos ligas: la amateur que lidera Beccar Varela, que tiene un papel importante en el apoyo a la organización del Mundial de Uruguay, y la otra que tiene un pie en la élite criolla gobernante y considera que el fútbol no puede liderarse a sí mismo y necesita de alguien de afuera, que cumpla un papel preponderante en el mundo y además sea dirigente de fútbol. Después, a largo plazo, eso se resolvería. En el medio están las intervenciones de Perón a la AFA, pero después, en los ‘60, a pesar de la enorme desorganización, es la gente del fútbol la que se encarga del fútbol. Y Julio Grondona es el caso por excelencia.
–Volviendo al ‘31, ¿qué es lo hace Guerrico frente a la demanda de los jugadores en huelga y a los dirigentes que quieren la profesionalización?
–Unió ambos temas. Citó a los dirigentes y les planteó que el profesionalismo era una solución para el problema de la huelga, porque creía que algo del malestar de los jugadores venía de allí, y en parte era cierto: “Si resolvemos la parte económica, resolvemos el problema del fútbol”. Esa era la visión de Guerrico. Después de reunirse con el funcionario, la mayoría de los dirigentes de los 38 clubes de la primera división de la Asociación Amateur Argentina de Football (AAAF) estaban a favor del profesionalismo, aunque surgieron diferencias en el cómo.
–¿Cuáles eran esas diferencias?
–Con la idea de que el desarrollo del espectáculo necesitaba de una liga de pocos y grandes, los clubes más poderosos, por su caudal societario y de boletería, tomaron la iniciativa y formaron su propia federación: la Liga Argentina de Football (LAF), que no es reconocida por la FIFA, que sólo reconoce a la liga amateur. La LAF, armada por unos 15 clubes, impuso el profesionalismo sin pase libre, elaboró un contrato tipo para los jugadores avalado por sus propios abogados, y puso en marcha el nuevo sistema. Mientras, la vieja asociación, la amateur, en la que se quedaron los clubes más chicos y con menos recursos, abolió la cláusula candado que impedía el pase libre, con lo que los jugadores dieron por ganada la huelga. Hay un dato muy importante: cuando se resuelve el conflicto, la liga profesional se organiza ya sin el pase libre, aunque hay un lapso de pase libre porque les convenía a los clubes para contratar a los jugadores. Cuando empieza el campeonato se acaba y no vuelve nunca más.
–Salvando las distancias, eso parece la denominada “acumulación originaria” que Marx describe en el capítulo XIV de El Capital...
–Totalmente. Cuando se dividen las dos ligas, los dirigentes quedan con las manos libres como para contratar a cualquier jugador, especialmente a los cracks de los clubes amateurs. Eso generó una especie de beneficio económico extraordinario para los clubes más ricos, porque no pagaban el pase de los jugadores por primera vez contratados. Ese plus originario tuvo lugar por las condiciones de ilegalidad en las que se generó el profesionalismo. Después, por otra parte, aparece el temor de los dirigentes sobre cuánto debían pagar. Quedan expuestos a las leyes del mercado y temen, aunque los jugadores finalmente no exigen demasiado. Así nace la liga profesional, nuestro fútbol de hoy. Paralelamente existe una enorme cantidad de pequeños clubes que quedan como amateurs, pero que no eran menos profesionalistas que los otros, sólo que permanecieron fuera del gran juego.
–¿Ahí se establece la división entre grandes y chicos?
–Desde el punto de vista de la organización del espectáculo masivo del deporte la existencia de esos clubes chicos es inconcebible y todo lo que tienda a seleccionar y a dejarlos de lado es lógico, racional. La profesionalización, en definitiva, era eso: que haya relativamente pocos equipos ricos y grandes. Y los cinco grandes son los cinco grandes desde fines de los ‘10. Entonces la tendencia del espectáculo fue a concentrar todo en los más importantes. En los ‘20 estaban todos los equipos mezclados, en los ‘30, con el profesionalismo, se separan y en el ‘34 se vuelven a unir las dos ligas, ya en lo que es la AFA, pero no vuelven a mezclarse sino que se escalonan: se arman las otras categorías y si querés ascender, arreglate.
–¿No hay reacciones de los socios contra la tendencia al profesionalismo?
–Ni de los socios de los clubes ni de los jugadores. Sí se ven algunos discursos que atacan al profesionalismo por la compraventa de mercancía humana. Pero la noticia de que jugador se iba poner la casaca de Boca terminaba siendo más importante. Por un lado se criticaba el fenómeno, haciendo pedagogía, pero por otro lado se lo potenciaba titulando, por ejemplo: “Bernabé a River”. Los medios apuntaban a vender más, aunque se hacían eco de temas de violencia, desorganización, sobornos, etcétera.
–¿Cómo se produce la concentración de hinchas?
–En la captación de fidelidad hacia los clubes es importante el trabajo de los medios y, en particular, la aparición de las radios, con las que este fenómeno de lealtades y pasiones, base del espectáculo, se potencia enormemente. Los clubes grandes van en esa dirección y los chicos comienzan a desaparecer, porque con la profesionalización termina la gran cantidad de ligas independientes. Una de las lógicas del deporte es la competencia entre iguales. Boca no podía jugar contra un equipito porque eso no era atractivo.
–¿Esto también produce la concentración de talentos en los equipos más poderosos?
–Durante las décadas de los ‘20 y los ‘30 había una sobreoferta de jugadores, pero la mayoría se iba a probar a los clubes grandes. Cuando escasean los jugadores comienza la competencia entre los clubes por ir a buscarlos a sus lugares de origen. Aparecen los “delegados” que van al interior y que por dos mangos se traían a los jugadores para Buenos Aires.
–¿El contexto social contribuye también al desarrollo de espectáculo?
–En este largo proceso, la gente va teniendo más tiempo libre. En los ‘20 el nivel de vida mejora, especialmente en Buenos Aires, y cada vez más gente va a ser público de fútbol y consumidora de la prensa. Es una época de bonanza económica. También hay mejoras en la infraestructura: aparecen el colectivo y las bañaderas, y hay toda una discusión en la prensa sobre la necesidad de construir estadios. Ahí vuelve a aparecer el Estado con el tema de los subsidios, los créditos blandos y todo eso. Los lazos políticos son importantes para la obtención de los créditos y también está el tema de la cesión de terrenos de la ciudad. La mayoría de las canchas que tenemos hoy ya están en los ‘40. Esto que cada club tenga su estadio es un fenómeno para estudiar. Hay dos ciudades que tienen más estadios que las demás: Buenos Aires y Londres, y Buenos Aires tiene más.

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