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Deportes|Jueves, 10 de julio de 2014

Naranjas: menos una

Por Eric Nepomuceno
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Desde Río de Janeiro

No alcanzaron los 120 minutos: fue necesario ir a los penales. Y entonces Argentina supo imponerse y ahora enfrentará a Alemania en la final de la Copa 2014. A Holanda le queda el consuelo de disputar con Brasil el tercer puesto entre los cuatro finalistas.

(Confieso que escribir eso me costó varios minutos de asombro; hasta hace dos días, el martes de la tragedia, estaba listo para escribir sobre la selección que iría enfrentar a Brasil en la final. Claro que desde el principio de esta Copa no había ningún motivo para semejante optimismo. Pero el fútbol es pasión, y las pasiones no siempre tienen lógica o explicación).

Ayer ha sido un día de resaca en Brasil. Medio país trataba de reencontrar un rumbo –cualquier rumbo– mientras la otra mitad trataba de recomponerse del desastre. Claro que sabemos todos que la vida sigue y que no todo se resume en un Mundial de fútbol. Pero una cosa es saberlo y otra es resignarse.

Quizá la circunstancia que mejor explique lo que se siente en Brasil sea lo que vivió Neymar. Recluido con familiares y amigos en su casona de Guarujá, una playa de ricos a unos 60 kilómetros de San Pablo, el niño de oro de la selección, lesionado, reaccionó como todos los brasileños: primero, con incredulidad; luego, con espanto, y, finalmente, con ira. La madre del jugador, la señora Nadine, lloró mucho. Pero ni Neymar padre ni Neymar Jr. lloraron. Durante todo el tiempo en que asistió al partido decía sentir lástima de sus compañeros. Dijo que deberían estar sufriendo mucho. El jugador largó una infinita hilera de palabrotas, parecía no poder creer en lo que sus ojos veían, y a los 34 del segundo tiempo, cuando Alemania metió el séptimo gol, dijo “que se joda todo, ya no quiero ver esa mierda”, y fue a otra sala con algunos amigos para jugar al poker.

No se sabe qué hizo Neymar ayer. Lo que sí se sabe es que mañana volverá a la concentración para estar junto a sus compañeros de infortunio. Y otra cosa que se sabe es que decenas y decenas de millones de brasileños reaccionaron con el mismo espanto de Neymar. Claro que son pocos, poquísimos, los que tienen en casa una elegante y recién estrenada mesa de poker.

Ayer Felipao –que a partir del sábado se junta al batallón de los sin empleo– y toda la comisión técnica concedieron una conferencia de prensa. El futuro desempleado tuvo algunos instantes de integridad. Dijo, por ejemplo, que seguía sin tener idea de lo que ocurrió en aquellos tenebrosos seis minutos en que los alemanes nos metieron cuatro goles. Admitió que lo que pasó en el partido es una mancha, una vergüenza que “no va a salir de mí”. Y agregó: “En aquellos seis minutos hubo un colapso general. Nadie en la cancha, nadie de la comisión técnica lograba entender lo que estaba pasando, y los alemanes supieron sacar provecho”. Bueno: faltó decir que fuera de la cancha tampoco hubo un único brasileño que entendiese algo, excepto que los alemanes, además se sacar provecho, jugaron su fútbol y nos masacraron en una paliza histórica.

Luego, volvió a ser el Felipao de siempre, un primor de prepotencia y de ausencia radical de cualquier vestigio de humildad. Dijo, por ejemplo, que hizo un buen trabajo. Recordó que los alemanes tuvieron ocho años para prepararse y que a él le dieron nada más que año y medio. Aseguró que no habría hecho nada distinto a lo que hizo. Que no faltó planificación ni esquema táctico.

Recordó que por primera vez desde 2002 Brasil llegó a una semifinal. Pero su momento de oro fue cuando dijo que “el trabajo no ha sido malo, lo que ha sido malo fue el resultado”. Vaya a entender qué quiso decir con eso.

Entre argentinos y holandeses, 70 por ciento de los brasileños estaban con Holanda. Ha sido, de cierta forma, otra derrota. El domingo, y una vez más, habrá en la cancha –el mítico Maracaná– una selección europea enfrentando a una sudamericana. Dilma Rousseff entregará el trofeo de campeón del mundo al capitán de uno de los dos equipos.

En el Maracaná estará Thiago Silva, capitán de la selección brasileña. En la platea, no en la cancha.

Pobre Dilma.

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