La frenética aceleración de la locura que sacude al fútbol, envolviéndolo en un proceso de inexorable autodestrucción, obliga al planteamiento urgente de ciertas cuestiones, teniendo en cuenta el carácter absolutamente inédito de los últimos episodios que lo han sacudido. Porque si la violencia responde a una lógica irracional, lo que ha sucedido en el último mes y medio –desde que se inició el Apertura– escapa a toda explicación coherente, porque ya no es necesaria la derrota como disparador de la sinrazón, porque ya ni siquiera importa el resultado para agitar, lastimar, provocar, patotear, amenazar, agredir o sabotear.
A saber:
- El entrenador Carlos Ramacciotti se fue de Belgrano de Córdoba apenas cumplida la primera fecha. ¿Su equipo había perdido? ¡No! ¡Había ganado!
- El presidente de Gimnasia, Juan José Muñoz, patoteó una semana atrás en el entretiempo al árbitro Daniel Giménez, que dirigía a su equipo contra Boca. El partido fue suspendido. ¿Su equipo había perdido? ¡No! ¡Estaba ganando!
- Un hincha de Colón agredió con un encendedor, el sábado, al línea Horacio Herrero, que controlaba el ataque de su equipo en el partido contra Vélez. El partido fue suspendido. ¿Su equipo estaba perdiendo? ¡No! ¡Estaba ganando!
Este del sábado pasado es el tercer partido que se suspende en ocho fechas del campeonato a causa de la violencia: Godoy Cruz-Arsenal sólo duró 17 minutos antes de que barras locales y la brava policía mendocina se enfrentaran. ¿Estaba perdiendo Godoy Cruz? ¡No! ¡Estaba empatando!
La violencia es un mal endémico en la historia de un espectáculo deportivo que ha teñido sus glorias con la sangre de casi 200 víctimas desde que se instauró el profesionalismo. Pero el carácter curioso de estos brotes recientes tendrían que provocar una profunda reflexión.
Porque, aunque no se justifican de ninguna manera, podrían “entenderse” con la particular lógica del fútbol-resultado la agresión de los barrabravas de River a los coches de los jugadores en el estacionamiento del Monumental después de que el equipo cayera 3-1 ante Racing, o los episodios entre hinchas y jugadores de San Lorenzo que siguieron a la goleada 1-7 ante Boca.
El fútbol parece haber superado la etapa que asociaba al juego con un designio doblemente pendular, trazando un paralelismo entre la victoria y la derrota, entre la vida y la muerte. Los últimos episodios demuestran que se ha transformado en una arena de descarga de sentimientos violentos e irracionales que no están directamente relacionados con la linealidad del resultado.
Ante este nuevo fenómeno, no asoman respuestas. El árbitro Giménez propuso parar el fútbol dos semanas: quizá los pliegues del negocio trazaron rápidamente una pátina de olvido sobre la prédica del sargento, quizá ya son muchos los que viven a costillas del fútbol como para detener el corso.
Encerrados por la lógica del fútbol-negocio, desde un lado, y el insoluble drama que genera la relación entre los episodios violentos y los operativos de seguridad que estructura el poder policial (para un partido de la D, que llevó 300 personas a la cancha, se destinó un operativo de 85 policías, y pese a eso se desató una batalla campal: los policías que había a la vista no superaban la docena), desde otro, la AFA no resuelve la situación corriente. ¿Cómo podría hacerlo ahora que la cuestión es inédita?
La novedosa falta de conexión entre violencia y resultados puede producir una interminable ola de interpretaciones que abonen la teoría del origen social de los males (teoría que desde la AFA se suscribe aún desde la época en que eran los resultados los que hacían estallar el descontrol). La cultura tribal (el enfrentamiento como reafirmación de la pertenencia) ahora convive con la impúdica exposición de una violenta efusividad como signo de afirmación que puede ser machista o de tono político, como se sospecha pudo haber sido el reciente caso del hincha de Colón, o directamente con la patética puesta en escena de una tremenda confusión de valores.
Pero también es cierto que, desde el mismo ámbito del fútbol (dirigencia sin medida, futbolistas sin límites, entrenadores sin mesura, periodismo sin vergüenza, hinchas sin control) se alienta a ejercer la impunidad desde el brazo de la violencia, que aleja a los bien intencionados que no poseen ninguna cuota-parte en el fútbol y que comienza a provocar asco ya solo ante el ingenuo rodar de la pelotita.
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