El hincha enmascarado encaró primero a Carlos Arano, que se lo sacó de encima con un manotazo, y luego a Adalberto Román, el propietario de la mano que derivó en el único penal de la noche. El paraguayo estaba conmocionado y ni reaccionó al desafío, de manera que el enmascarado le pegó un empujón. Fue un hecho insólito, increíble en un partido de esta magnitud. Acababa de producirse el segundo gol de Belgrano y el ingreso de una veintena de barras al campo de juego, a través de un boquete en el alambrado, parecía destinado a impedir que el encuentro continuara, como si hubieran olido una goleada inevitable. Un bochorno para el fútbol profesional.
Habían arrastrado un cartel de publicidad, de esos largos que se ponen al costado del campo, casi hasta el círculo central, como si quisieran golpear a los jugadores con semejante objeto contundente. Los más eaxltados les reclamaban huevos a los desorientados futbolistas, que todavía no habían encajado el segundo gol cordobés cuando comenzaron a sufrir el reclamo directo.
En circunstancias normales, invasión de campo e intento de agresión suelen derivar en la suspensión del partido. El árbitro Néstor Pitana, tan sorprendido como los protagonistas del encuentro, intentó alejar a los hinchas del campo, mientras la policía cordobesa trazaba un cerco para desalojar a los intrusos. Pero no decidió la suspensión del encuentro: esperó que las fuerzas policiales le dieran garantías para poder continuar el encuentro. Acaso para atenuar posibles consecuencias de gravedad, en un momento en que la animosidad de los hinchas de River contra sus jugadores había alcanzado un paroxismo pocas veces visto, el árbitro actuó sin ser demasiado estricto.
J. J. López aprovechó el parate para conversar con Almeyda y ordenar al equipo, todavía shockeado. De hecho, terminó ordenando el cambio de Maidana por Pereyra, una modificación defensiva que pretendía, también, conjurar la chance de una goleada en contra.
Del otro lado, Ricardo Zielinski empezó a mirar con impaciencia el reloj: la detención del partido frenaba el momento arrollador de Belgrano. Terminó siendo como una bisagra: tras 21 minutos de interrupción, River reaccionó para terminar dando su cara más combativa; a los futbolistas cordobeses les pesó el parate, como si hubieran tomado cautelosa conciencia de la diferencia que habían sacado. Lo que vino después fue muy distinto de lo que se había visto en la cancha.
Un grupo de 25 policías se interpuso entre el alambrado boqueteado y el campo de juego. Pitana avisó a los capitanes Almeyda y Turus que una nueva interrupción por parte de los hinchas “y nos vamos”. Los hinchas, en definitiva, habían logrado su objetivo.
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