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Dialogos|Lunes, 28 de julio de 2008
Marie-Monique Robin, autora del best seller El mundo según Monsanto que llegará en diciembre a la Argentina

“Un pueblo que se dedica a un solo cultivo se suicida”

El ensayo periodístico más leído de los últimos meses en Francia esta dedicado en gran parte a la Argentina. En esta entrevista, su autora, Marie-Monique Robin se pregunta qué pudo haber ocurrido para que “Eduardo Buzzi cambie de bando en tres años”.

Por Heber Ostroviesky y Enrique Schmukler
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Desde París

–¿Cuáles son los aspectos ligados al modelo de explotación agrícola en Argentina que, según lo que usted pudo investigar en nuestro país, han quedado hasta ahora afuera de la discusión política?

–Si bien es necesario que el Gobierno intente reglamentar las exportaciones debería, sobre todo, limitar la expansión absolutamente demencial de la soja transgénica. Aunque las retenciones contribuyen a limitar la producción indiscriminada, no es suficiente. A mi juicio es urgente analizar el peligro de los organismos genéticamente modificados (OGM) a fondo. En la actualidad la producción cubre un total de 18 millones de hectáreas. ¿Y esto que quiere decir? Una sola cosa: aumento del monocultivo. Se trata de una constatación que, para mí, es inobjetable y confirma lo que había observado hace tres años, en otra visita que hice a la Argentina. La frase “Un pueblo que se dedica al monocultivo se suicida” es evidente en este caso. Lo que hay que entender es que la expansión de la soja transgénica va en detrimento de los pequeños y medianos productores, al verse obligados a abandonar la producción de alimentos para la población. En primer lugar, porque las semillas que suministra la multinacional Monsanto, de nombre Roundup Ready (Soja RR), se fumigan con el herbicida Roundup, de modo que el resto de las tierras queda contaminado, puesto que es un herbicida muy volátil. Es decir, los pequeños agricultores deben abandonar su hacienda porque sus plantaciones son sencillamente destruidas por el herbicida. La soja provoca problemas sanitarios graves. Y esto ha sido confirmado por un informe del Hospital Italiano de Rosario. Pero también constituye un terrible problema social. No regular la producción de soja transgénica es darle la llave de la agricultura del país a unos inversores que nada tienen que ver con la agricultura. Darles todo el poder de maniobra a los “pools de siembra”, como lo describía Eduardo Buzzi en una entrevista que le realicé en 2005, es poner en juego la seguridad alimentaria de la Argentina.

–¿Cómo fue el desembarco de las semillas de Monsanto en la producción agrícola Argentina? ¿Tuvo resistencias este modelo?

–En 2005 Monsanto y el gobierno argentino estaban en medio de un conflicto por el tema de las regalías que la multinacional estadounidense pretendía cobrar por la exportación de la soja, ya que Argentina no reconoce la patente que reclama Monsanto sobre el gen Roundup Ready. Por ese tiempo Monsanto quería cobrarle 15 dólares a cada cargamento de granos o harina de soja a su llegada a los puertos europeos, ante la imposibilidad de cobrar tres dólares a los productores en territorio argentino. Allí Monsanto comenzaba a mostrar su verdadera cara. Pero antes, en la década de 1990, la totalidad de los productores recibieron a esta empresa con entusiasmo, por supuesto. Recuerdo haber entrevistado a agricultores que me dijeron que, al principio, llamaban a las semillas transgénicas “semillas mágicas”. Inclusive Buzzi me había dicho en esa oportunidad: “Nosotros sostuvimos ese modelo, pero caímos en la trampa. Estaba todo calculado”.

–¿De qué se trata el llamado “principio de equivalencia en sustancia”, retomado en Argentina?

–Este principio aceptado inicialmente en los Estados Unidos no tiene ninguna base científica que lo valide. Sin embargo, al impedir que los OGM sean considerados como aditivos alimentarios, las empresas de biotecnología pudieron evadir pruebas toxicológicas y evitar el etiquetado especial de sus productos. La decisión que permitió comercializar los OGM sin ninguna evaluación fue aceptada también en la Argentina. Gracias a estas mentiras los OGM llegaron al país y desde allí invadieron Paraguay y Brasil, donde no estaban autorizados. Como me había dicho Eduardo Buzzi en 2005, se trató de una estrategia planificada por Monsanto para forzar la legalización y generalización de los OGM. Como Brasil no autorizaba los transgénicos, Monsanto se implantó en la Argentina de Menem y desde allí elaboró su estrategia, que terminó contaminando a buena parte de América del Sur.

–¿Le parece lógico que durante el conflicto por las retenciones, el presidente de la Federación Agraria Argentina se uniera a los “pools de la siembra”, como él mismo los apodaba?

–Que Eduardo Buzzi en un comienzo haya defendido el modelo de la soja transgénica es posible, porque para él, como para muchos productores, se trataba de “semillas mágicas”. Es decir, se puede entender que los productores, dejándose llevar por la propaganda fraudulenta, hayan creído en lo que Monsanto les prometía. Lo realmente curioso, y que da lugar a sospechas, es que hoy en día Bu-zzi se haya cambiado de bando, por así decirlo, y comulgue con los “pools de la siembra”, que en 2005 le habían tendido una trampa. Me pregunto ¿qué habrá pasado desde 2005 que explique ese cambio abrupto de posición? Yo filmé a Buzzi hace tres años para un documental sobre la soja en Argentina, que transmitió la cadena francoalemana Arte. Allí, Eduardo Buzzi hacía un balance del modelo agrícola sojero, y concluía señalando que lo único que podía garantizar la seguridad alimentaria del país era la pequeña y mediana agricultura, a partir del suministro de cultivos diversificados. En esa oportunidad, Buzzi diferenciaba a los productores nucleados en la Federación Agraria de lo que él llamaba “un modelo agrícola destinado al agrobusiness”. Ahora bien: ¿qué hace hoy en día Buzzi? Está con los “pools de la siembra”. ¿Qué pasó? No sé exactamente, no tengo pruebas. Todo lo que puedo decir es que Monsanto desembarcó en Argentina en 1997, e impuso los OGM en un gobierno corrupto como el de Carlos Menem. Y en esa operación es muy probable que haya habido maniobras oscuras. Monsanto tiene una vasta experiencia en hacer cambiar de opinión a la gente.

–En uno de los capítulos de su libro, usted habla del rol que juegan ciertos medios de comunicación en la difusión y apoyo de los OGM en nuestro país. ¿En que consiste este apoyo concretamente?

–Hay medios de comunicación en Argentina que hacen claramente propaganda de los OGM. Al leer diarios como Clarín vemos perfectamente este tipo de discursos y nos hace por lo menos sospechar que, en ese ámbito, habría también una importante corrupción. Cuando uno lee los artículos de su colega Héctor Huergo de Clarín Rural, no puede más que preguntarse cuál es la relación de este hombre con Monsanto. Lo que escribe es propaganda pura, con informaciones falsas. Se les quiere hacer creer a los lectores que van a terminar con el hambre gracias a los OGM, que no habrá más problemas de malnutrición, pero es mentira. Estas cosas hay que investigarlas en profundidad. Hay que tener en cuenta que Monsanto es capaz de corromper al más fuerte. En Indonesia, por ejemplo, hay casos probados y condenas a Monsanto por corromper a más de cien funcionarios del gobierno.

–En general, los antecedentes non sanctos de Monsanto son poco a nada conocidos, o por lo menos no han sido lo suficientemente difundidos...

–En Argentina los medios no dicen que Monsanto ha sido condenada en Estados Unidos y Francia por publicidad falsa, que no tienen más derecho a marcar en sus productos que no afectan al medioambiente. He verificado en varios países la manera de actuar de Monsanto: compran... En el libro y en el film se demuestra que hubo científicos comprados durante más de 20 años para contar mentiras. Hoy sabemos que el Roundup es cancerígeno. Está claro que en un tiempo será prohibido, como ocurrió con tantos productos de Monsanto en el pasado (el PCB, la dioxina, entre otros) que generaron polución en el planeta por cuarenta años y que finalmente fueron prohibidos. El Roundup es altamente tóxico, en la Argentina más de la mitad de las tierras cultivadas son regadas con un producto que no es biodegradable, que llega a las napas freáticas, que contamina los suelos. Al ritmo actual, a mediano plazo los suelos serán inutilizables. Los OGM manipulados resisten al Roundup y lo absorben. Cuando una madre argentina les da la denominada leche de soja a sus hijos, les está dando un producto regado con una sustancia tóxica. Hoy tienen la oportunidad de hacer un balance y sacar conclusiones, es lo que debería hacer el Parlamento. Hoy los productores ya no pueden decir que no saben. Hoy hay pruebas, tenemos los datos. Sabemos que la soja transgénica va a generar enfermedades y va a disminuir el rendimiento de la tierra. En Argentina hay que hacer una evaluación seria antes de que sea demasiado tarde. Hay que dejar bien claro que esta empresa no quiere ganarle al hambre sino hacer grandes negocios.

–Los países europeos debaten en la actualidad sobre los OGM y estudian los controles a poner en práctica. ¿Cuál es la situación en Francia?

–En Francia, al igual que en el resto de los países, hay sectores que proponen legalizarlos. Conozco bien al sector del campo francés porque soy hija de agricultores. Estamos en lo que yo llamaría una guerra de información. Hay agricultores que durante encuentros de discusión me dicen que los OGM les permitirían usar menos pesticidas. ¡Cómo menos pesticidas! Si se trata de plantas que producen tóxicos y que desarrollan una resistencia cada vez mayor a los pesticidas utilizados. Cuando la discusión es profunda se entiende, pero hay una enorme propaganda. Claro que los agricultores, no los pools de siembra que son industriales y especuladores, tienen problemas en todo el mundo. Los verdaderos agricultores son víctimas de estos nuevos modelos, no les alcanza para vivir y se los inunda con la publicidad de estas “semillas mágicas”. En Francia también existe un lobby muy fuerte de los grandes agricultores que militan por la introducción de los OGM. También hay diputados franceses que mienten en la Asamblea Nacional en defensa de los intereses de estas empresas. En Francia, algunos senadores tuvieron el coraje de denunciar que los legisladores son presionados por Monsanto. El aspecto esencial de esta disputa es controlar las semillas, que son el primer eslabón de la cadena alimentaría. Lo que le interesa a Monsanto es vender el Roundup y tener las patentes sobre las semillas para luego cobrar las regalías sobre la producción ajena. Hoy, en países como la India, sólo hay semillas transgénicas. Monsanto compró todas las empresas semilleras, y los campesinos que comienzan a ver los efectos negativos ya no tienen cómo volver atrás. Peor aún, los agricultores deben pagarle regalías a Monsanto al utilizar las semillas o les mandan la policía. Es un negocio redondo. Lo mismo intentó Monsanto en la Argentina. Primero dijeron que no cobrarían regalías, pero en 2005 cambiaron el discurso por el de o nos pagan o vamos a un conflicto fuerte.

–¿Cómo puede salir Argentina de este chantaje que usted describe?

–Todavía es posible. Recordemos que Monsanto tuvo mucha suerte, porque Argentina no era un país productor de soja. El primer productor de soja en América latina era Brasil. Si Argentina hoy es un enorme productor se debe a una circunstancia particular: la gran crisis del 2001. Argentina necesitaba encontrar una salida, y al mismo tiempo la crisis de la vaca loca en Europa generó la prohibición de harinas animales y la necesidad de soja. Esta doble coincidencia benefició a Monsanto. Pero en la actualidad la mitad de los campos de la Argentina están contaminados de OGM, y ésta es una lógica muy cercana a la de tener un país endeudado. Continuar con este modelo sin regulaciones importantes sería pensar a cortísimo plazo. Ya no se trata de la salida de una crisis extrema sino de la viabilidad de un modelo a largo plazo. Esto significa analizar todos los datos y actuar en consecuencia con una visión clara. No hay que olvidar que por el momento Argentina no reconoce la patente sobre el gen Roundup Ready, pero las presiones en la Organización Mundial de Comercio son enormes. Si se llega a la uniformización del sistema de patentes, es decir a la imposición del sistema norteamericano, los problemas de Argentina serán mayores. El debate ciudadano sobre estos temas es fundamental, el debate político en el Parlamento es esencial aunque genere manifestaciones. En Europa, los movimientos de resistencia a los OGM son cada vez más fuertes, debemos alentar la agricultura natural que es la única salida. La pregunta es cómo volver a estos modelos naturales cuando Argentina tiene 18 millones de hectáreas regadas con Roundup.

–¿Está al tanto de que el sector que se opone a las retenciones subraya que, con el avance de la producción de la soja se ganará la guerra contra el hambre?

–Sí, lo sé, y es completamente falso. Los OGM son todo lo contrario, reproducen el hambre a largo plazo justamente porque condenan a los países al monocultivo, como señalaba antes. La prueba está en que, con el avance de la soja, en la Argentina un alto porcentaje de los tambos se están cerrando, por culpa del Roundup desperdigado por los pastizales. La soja se cultiva cerca de donde pastan los animales. Una vez que las vacas se alimentan de las hierbas contaminadas con herbicida quedan afuera del proceso de producción de productos lácteos. Lo mismo ocurre con la producción de arroz y lentejas, que están en la base de la cultura alimentaria argentina, que también ha disminuido considerablemente, sin contar el hecho de las grandes superficies de árboles que fueron arrancados para cultivar soja, sobre todo en el norte del país. Todo un desastre ecológico destinado a producir alimento para vacunos, bobinos y pollos de Europa.

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