Entrevisté a Aleida Guevara poco antes de que se anunciara un hecho que parecía imposible: el descongelamiento de la relación Estados Unidos-Cuba. Los temas clave del socialismo cubano –la solidaridad internacional, el hombre nuevo, el derecho inalienable a la salud y a la educación– eran la columna vertebral de su discurso, pero me impresionó su férreo nacionalismo de pequeña isla hostigada por un gigante no muy dado a los buenos modales. No había odio, pero tampoco olvido hacia la gran potencia porque, entre otras cosas, el embargo era responsable de la muerte de sus propios pacientes, niños que no tenían nada que ver con la Guerra Fría.
Aleida Guevara no es sólo la hija mayor de uno de los pocos mitos que han sobrevivido del siglo XX sino, también, hija de la Revolución Cubana. Nacida el 24 de noviembre de 1960, cuando la revolución apenas gateaba, encarna como pocos una fe inconmovible en la aventura socialista de una pequeña isla del Caribe, a pasos no más de Estados Unidos. Si la identidad se construye también como contraste con los otros, vale citar a una legisladora republicana de Texas, Debbie Riddle, quien ante la reforma de la salud de Barack Obama exclamó: “¿De dónde ha salido esta idea peregrina de que todo el mundo merece educación y salud gratis? Ha salido de Moscú. Ha salido del infierno”.
No se trata sólo de una cuestión teórica. Como diría un marxista, la praxis es fundamental. Como pediatra, Aleida Guevara trabajó en Nicaragua, donde realizó su último año de Medicina junto a muchos otros voluntarios a pedido expreso de Fidel Castro, porque allí “faltaban médicos”. En Angola, “la experiencia más fuerte de mi vida”, brindó asistencia médica en medio de la guerra civil y los ataques de Unita, y a su regreso a Cuba trabajó en zonas rurales. En Londres por una conferencia sobre América latina, autora de Chávez, Venezuela y la nueva América latina, optimista sobre el futuro de la región, Aleida Guevara no eludió temas duros de la vida de su padre, como la lucha armada o –aún más para quien esté contra la pena de muerte– los fusilamientos de La Cabaña, donde fue ejecutado un número indeterminado de prisioneros (las cifras van de cientos a 1500), acusados de tortura y genocidio (se calcula que unos 20 mil cubanos desaparecieron durante la dictadura de Batista). El Che Guevara que surge de sus palabras se expresa al mismo tiempo en su propia vida, en sus anécdotas de hija y en los vaivenes de una revolución que ha marcado nuestra época.
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