La invasión estadounidense de Irak está empezando a rendir sus primeros resultados regionales? Por cinco noches consecutivas, los estudiantes de la Universidad de Teherán protagonizaron masivas protestas contra Alí Jamenei, líder religioso de Irán y verdadero poder detrás del trono del presidente Mohamed Jatami. Irán es una especie de extraña “teocracia parlamentaria” –si se permite el oxímoron–, donde las elecciones son más o menos libres, hay más o menos disenso, las autoridades son más o menos electas, existen distintos bloques de representación parlamentaria, pero los poderes de policía, ejército, política exterior y justicia –que son el alma de acero de cualquier Estado– están en las manos del clero. Desde la elección del más o menos reformista ayatola Jatami en 1998, esa dualidad de poderes ha resultado en inestabilidad: aperturas reformistas son sucedidas por vendavales represivos, que dan lugar después a nuevas aperturas reformistas. Pero lo significativo en este turno se traduce en la paradoja de que ahora Irán tiene frontera con el Ejército norteamericano, mientras el Ejército norteamericano debe controlar en Irak a una mayoría chiíta cuya ideología sigue más o menos los dictados de la de sus hermanos iraníes.
Para Washington, Irán es el principal Estado patrocinador del terrorismo. Apoya sin disimulos a Hezbolá, la milicia integrista chiíta del Líbano, que apoya y sirve de canal de suministros a su vez de organizaciones fundamentalistas palestinas como Hamas y Jihad Islámica. Los contrabandos de armas hacia Cisjordania y Gaza provienen generalmente del Líbano, que a su vez es una especie de protectorado de Siria, que tiene estacionada allí una división de entre 30 y 40.000 soldados, y que vive parcialmente del tráfico de heroína. Por lo demás, Irán tiene un programa nuclear serio, ayudado por Rusia. Cuando les preguntan sobre sus aplicaciones, los responsables iraníes suelen contestar que proponen convertir a la región en una zona libre de armamentos nucleares. Traducción: quieren eliminar, o al menos contrapesar, el secreto a voces que es el arsenal nuclear israelí. Incluso algunos religiosos iraníes que ya no detentan un cargo, pero retienen significativa influencia, como el ex presidente Ali Akbar Rafsanjani, han alardeado en forma pública de la futura capacidad de su República Islámica para borrar del mapa al Estado judío. Según las estimaciones coincidentes de los servicios de inteligencia norteamericanos e israelíes, faltan menos de cinco años para que Irán se haga del arsenal necesario.
Pero Irán, como hemos visto, es una sociedad inherentemente inestable. Casi dos tercios de su población tiene menos de 30 años, el desempleo es del 25 por ciento y la inflación del 20. En estas condiciones, movimientos como el de los estudiantes de Teherán parecen destinados a florecer. Aquí entra en juego la invasión estadounidense a Irak. Los ayatolas ya no tienen del otro lado de la frontera al oxidado ejército de Saddam Hussein, sino a 147.000 soldados estadounidenses muy bien entrenados y dotados de armamentos de última generación. Eso debería ejercer, para los ayatolas, un poder disuasivo, hacia adentro y hacia afuera de Irán. O bien obrar el efecto opuesto, endureciendo, radicalizando y por último precipitando el fin de una jerarquía político-religiosa que debería estar empezando a sentirse acorralada.
Es un efecto buscado. Durante los interminables meses de polémicas y discusiones internas norteamericanas que antecedieron a la invasión de Irak, solamente un argumento a favor informó de los motivos de fondo de los halcones: no se trataba –según su razonamiento– de impedir la inestabilidad de la zona, sino de asumirla como un hecho inevitable, y poner a Estados Unidos al frente de ella, a la manera de un agente revolucionario. “Libertad iraquí” significaba, en esta longitud de onda, “libertad siria”, “libertad saudita”... y “libertad iraní”. De estas”libertades”, la última es la decisiva, ya que el vértice más terrible del “eje del mal” es también el más convulso *y también, miembro clave de la OPEP(..
Pero también, por eso mismo, el más peligroso. Nadie sabe qué puede hacer el poder religioso si se siente acorralado. El ejército iraní no es la ruina que era el iraquí. Ni su economía está dañada por una década de guerras y sanciones económicas. La relación de fuerzas entre los clérigos nunca ha sido muy clara, pero la causa de los reformistas nunca ha salido del todo bien parada. En estas condiciones, la posibilidad de una violenta supresión interna no puede dejarse de lado. O tal vez es la baraja central para precipitar los efectos buscados del Imperio.