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El mundo|Viernes, 2 de junio de 2006

Votá por mi candidato porque es el menos malo

En el cierre de la campaña electoral en Perú, los simpatizantes de Alan García y Ollanta Humala defienden a sus candidatos de acusaciones de corrupción y violaciones de derechos humanos

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Ollanta Humala recoge adhesiones en los barrios más pobres de Lima.
Por Carlos Noriega
Desde Lima


Los apristas juran que Alan García no es un ladrón. Los seguidores de Ollanta Humala aseguran que su líder no es un violador de derechos humanos. En la sedes partidarias de los candidatos, a pocas horas de la segunda vuelta electoral en Perú, más que elogios se escuchan justificaciones.

La estrella roja de cinco puntas con la sigla del APRA en el medio cuelga, ennegrecida por el humo, en la puerta de la sede histórica del aprismo. Los autos circulan en una marea incesante a lo largo de la Avenida Alfonso Ugarte. Los militantes apristas se reúnen en grupos alrededor de la puerta de entrada. El edificio lleva bien su nombre: la Casa del Pueblo. Algún turista argentino medio desprevenido podría pensar sin equivocarse demasiado que está frente a algo muy parecido a la sede del partido peronista: una suerte de hilo militante común empareja a los dos partidos de hondas raíces populares y cuya historia es una saga que envidiaría cualquier guionista de Hollywood. Víctor Raúl Haya de la Torre fundó al APRA en los años ’20 del siglo pasado y hoy sus militantes se preparan para la victoria. Por dentro, la Casa del Pueblo deja de parecerse a la sede de un partido. Se asemeja a una suerte de cooperativa social que ofrece casi todo lo que la gente no se puede pagar afuera. Hay un consultorio médico, otro de dentista, una farmacia, una consejería jurídica y, detrás del patio del fondo, aulas donde se preparan a los jóvenes para ingresar a la universidad. Toda una empresa social. El APRA es vertical, como lo fue el peronismo en tiempos de Perón. “Todo a su medida y armoniosamente.” La medida la dan los jefes, y pocos abren la boca si no se les ha dado permiso.

En el patio se mezclan jóvenes recién llegados al corazón del partido con históricos militantes de calvicies profundas. A Ramón Chávez, su padre lo metió al APRA cuando tenía 15 años. “Humala es un incapaz que se dedica a contar mentiras sobre Alan”, dice Chávez. Y a quienes acusan al candidato aprista de ladrón, el viejo militante responde: “No es su culpa; en la época de su primer gobierno, García no tenía experiencia, se abusaron de él, hubo ministros que robaron y terminaron responsabilizándolo a Alan por lo que no había hecho”.

Frente a Chávez, la juventud de Lizette Goya brilla como una estrella nueva. Con apenas 20 años, no es menos aguerrida que Chávez, de 80, a la hora de defender a García. “Alan García no es un ladrón. La juventud tendría que entender eso. Acá están todos mal informados, los medios de prensa viven manipulados por la derecha y nadie se entera del contenido de la verdad”, protesta Goya. La joven militante tiene una fe de acero.

“Si los peruanos votan por un militar como Humala, están locos”, dice Alfredo, un cincuentón medio agresivo que lleva tantos distintivos del APRA pegados en la ropa que parece una mariposa brillante. Alfredo se pronuncia con encono en contra de quienes dicen que Alan García es el mal menor. “El nos guía”, dice, señalando el cielo plomizo. “Nos conduce hacia el gobierno y al Perú hacia el progreso. Toda esa propaganda inmunda pagada por ese petrolero venezolano que se llama Hugo Chávez no comprará los votos de los peruanos. Somos un partido histórico. El Perú moderno fue forjado por el APRA y no va a ser un miliquito al servicio del petróleo venezolano quien va a entrometerse en este juego. Hugo Chávez y Humala son Judas que van a liquidar el país.”

Los apristas aprietan los labios. Los últimos sondeos les dan una ventaja sensible, pero le temen “al miedo de último momento”, según dice Enrique Martínez, otro aprista de cuarenta años. El hombre confiesa que durante el primer gobierno de Alan García sufrió la peor crisis de su vida, pero, agrega sonriente, “una idea política no se vende por un mal negocio. Alan no hizo buen gobierno, pero ahora ha aprendido”.

En sus bastiones históricos de las afueras de Lima, los humalistas no ven las cosas con los mismos ojos ni con la misma moral. Los grandes cartelones con la foto de un Alan García bastante más joven de lo que luce hoy con la inscripción “Alan Perú: El cambio responsable”, se multiplican a lo largo de la caótica Avenida Próceres de la Independencia, que lleva del centro de Lima a San Juan de Lurigancho, que con poco más de un millón de habitantes es el distrito más poblado de la periferia pobre de la capital peruana. Pero esos carteles desaparecen cuando uno se interna por las zonas más empobrecidas del lugar y se tiene la sensación de haber ingresado a tierra humalista. En San Juan de Lurigancho, habitado casi en su totalidad por migrantes de las zonas andinas y que crece hacia los cerros del Este de Lima, Humala ganó la primera vuelta, casi duplicando la votación de García, que quedó tercero, detrás de la derechista Lourdes Flores.

Johnny es un mototaxista que trabaja 15 horas diarias para ganar menos de cinco dólares por jornada. Acaba de dejar a un pasajero en una esquina caótica de la Avenida Próceres de la Independencia. Después de pensarlo mucho y dejar claro que no nos revelará su apellido, confiesa que votará por Humala. “Le voy a dar mi voto a Ollanta porque en la época de Alan García había mucho terrorismo”, dice Johnny, quien llegó a San Juan de Lurigancho huyendo de la violencia en su pueblo en la selva, donde se enfrentaban militares y guerrilleros de Sendero Luminoso.

En el local partidario de Humala se terminan de confeccionar los carteles con la foto de Ollanta y su esposa Nadine, que se repartirán entre los asistentes al mitin con el que Ollanta cerró su campaña en Lima, antes de viajar al Cusco para dar ahí, en el corazón de los Andes, su último discurso de campaña. En la puerta de local humalista, cuelga una gran banderola en la que se puede leer: “No votaremos por un ladrón”. Por altavoz, una grabación convoca a la población al acto de “nuestro comandante”. Dentro del pequeño local distrital, su secretario general, Milton Hilario, un comerciante de 43 años, augura, optimista: “Aquí, Ollanta llegará al 80 por ciento de los votos”. Con simpleza, Hilario resume las razones de su militancia en el humalismo. “Tenemos un Estado con políticos que se enriquecen y un pueblo en extrema pobreza, y eso es lo que nosotros queremos cambiar con nuestro comandante Ollanta.”

Eliana Flores ha abandonado ese día su trabajo como peinadora en un salón de belleza del centro de Lima más temprano que de costumbre para llegar a tiempo a la manifestación de Humala. Luce una remera blanca con la inscripción “Las mujeres con Ollanta” y mucho maquillaje. “Humala nos va a dar grandes oportunidades. Lo primero que esperaría de él es que cree más empleo, porque eso es lo que necesitamos”, se ilusiona.

Detrás del gran estrado levantado para que desde ahí Humala hable más tarde, Victoria Vila tiene desde hace varios años un pequeño puesto de diarios. Desde ahí observa escéptica a los humalistas llegar al mitin con sus banderolas, cartelones y los gritos de “Sí se puede” y “Ollanta es del pueblo”.“Yo no voy a votar por ninguno. No me gusta Alan porque en su gobierno había que hacer colas para comprar comida y ha sido un mal presidente, y dicen que con Ollanta va a haber guerra”, explica Vila, mientras se prepara para cerrar su puesto antes que el lugar termine de ser invadido por los humalistas.

César Núñez pasa los 30 años y no tiene empleo, por lo que pasa la mayor parte del día ayudando a su padre en un pequeño negocio de tapicería. El también es un entusiasta humalista que ha llegado para escuchar a quien está convencido será el próximo presidente del Perú. “Queremos un cambio radical en este país, porque no hay oportunidades para los jóvenes, y yo espero que con el comandante eso cambie.” Cuando le preguntamos por los cuestionamientos de violaciones a los derechos humanos y de autoritarismo que se le han hecho a Humala, Núñez salta y dice: “Toda la prensa está vendida y esas son mentiras. Además, ¿de qué democracia hablan, si en este país la democracia no funciona?”.

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