Consiguió más Donald Rumsfeld con su corrosiva arenga de ayer en la conferencia de defensa de Munich, que Colin Powell con sus 75 minutos de pruebas dudosas contra Irak en el Consejo de Seguridad de la ONU esta semana. Es decir, el grupo de países que se está subiendo al tren de la invasión estadounidense a Irak está aumentando y no disminuyendo. Y el dispositivo militar está próximo a completarse.
“El efecto más probable es que Alemania y Francia corren el riesgo de aislarse en vez de aislar ellas a Estados Unidos”, dijo ayer el jefe del Pentágono ante 250 funcionarios y especialistas en defensa, entre ellos los de Alemania y Francia. Eso es estrictamente cierto. El 30 de enero último, poco después de que Rumsfeld minimizara la oposición de Alemania y Francia a la guerra como una expresión de “la vieja Europa” –contra una “nueva Europa” centrada en el Este–, ocho países europeos de la OTAN, en un inusual ejercicio de diplomacia pública, tomaron posición con EE.UU. en las páginas editoriales de los diarios: Polonia, República Checa, Hungría, Gran Bretaña, Dinamarca, Italia, España y Portugal. Esta semana, 10 países ex comunistas –todos aspirantes a entrar a la OTAN y a la Unión Europea– se unieron a la Europa de Rumsfeld: Eslovaquia, Lituania, Letonia, Estonia, Rumania, Bulgaria, Croacia, Eslovenia, Macedonia y Albania. El mismo día, el Parlamento de Turquía autorizaba a EE.UU. a modernizar sus bases allí con vistas al conflicto.
Ayer, hasta los antibelicistas empezaron a fluctuar. Alemania, que junto con Francia y Bélgica obstruye hasta ahora la entrega de material de defensa a Turquía en previsión de una guerra a Irak, acordó el envío de misiles Patriot después de que el dueño del circo recordara las obligaciones de la OTAN con Ankara en tanto miembro de la Alianza. Habrá que ver qué pasa mañana en el Consejo Atlántico de la OTAN, que debe discutir también el envío de aviones AWACS. La otra novedad fue que Michelle Alliot-Marie, ministra de Defensa de Francia, declaró que su país “nunca ha excluido ninguna acción militar en Irak”. Entretanto, habían ocurrido dos cosas: la oposición a la guerra, único punto de conexión entre el canciller socialdemócrata alemán Gerhard Schroeder y su electorado, no logró evitarle la peor derrota histórica de su partido en las elecciones regionales de Hesse y Baja Sajonia, mientras las órdenes de despliegues militares estadounidenses en el Golfo se sucedían vertiginosamente. Y es difícil imaginar que Francia elegirá quedarse sin su pedazo de la torta petrolera iraquí por una cuestión de principios, sobre todo cuando parte de esos principios radica en el acceso que Saddam Hussein le da a esa misma torta petrolera.
Es que, en este punto, lo militar ha pasado a predominar; los plazos no son políticos ni diplomáticos, sino logísticos. EE.UU. está desplegando un formidable dispositivo de fuerza frente a su enemigo, lo que estará completo entre mediados y fines de este mes. Pero una vez allí, el dispositivo no puede permanecer inmóvil de manera indefinida. Un motivo es el aumento de la temperatura, que en el verano iraquí llega a los 55 grados centígrados. Las tropas, que deberán combatir con pesados uniformes antiquímicos y antibacteriológicos, verían disminuida su capacidad de combate. Es cierto que EE.UU. tiene la ventaja tecnológica de poder hacer guerra nocturna –con temperaturas más bajas–, y que el verano también es verano para las tropas iraquíes, pero una larga permanencia en el lugar también tiene el efecto de debilitar la moral y el impulso de los combatientes. También es verdad que EE.UU. puede establecer un sistema de rotaciones, pero eso elevaría el costo de una guerra ya cara, y debilitaría su impulso político-militar. Por estos motivos, la mayoría de los especialistas recomienda que la guerra esté terminada para el 1º de mayo. Y el Estado Mayor Conjunto norteamericano ha pedido que las operaciones empiecen no después del 15 de marzo.
De aquí a esa fecha, lo que viene es incierto. El próximo viernes 14, los inspectores de armas de Naciones Unidas deben entregar sus informesfinales al Consejo de Seguridad. Mientras tanto, Estados Unidos se encuentra embarcado en un frenético ejercicio de compra de votos en ese mismo Consejo, para que apruebe una segunda resolución autorizando expresamente el empleo de la fuerza militar contra Irak. El motivo no es su adhesión a ninguna legalidad internacional, sino el hecho de que la mayoría de los norteamericanos (un 85 por ciento, según una encuesta divulgada ayer) apoyará una invasión respaldada por la ONU, mientras otra mayoría (del 59 por ciento, según la misma encuesta) estará en contra si no hay apoyo del organismo internacional. Pero es improbable que eso detenga la guerra.