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El país|Jueves, 20 de septiembre de 2012
Opinión

¿Las cacerolas tienen tema y melodía?

Por Martín Granovsky
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Desde Nueva York

La jornada será el 13 de octubre. Los organizadores esperan que el estallido resuene en el mundo entero. Eligieron un sábado, fecha rara para una protesta, por caso, en Sudamérica. ¿No les preocupará Sudamérica? Lo cierto es que se pusieron detallistas. Hasta explican cómo se hace ruido con cacerolas. Un apartado especial del llamamiento lleva un título que, traducido del inglés, queda así: “Cómo hacer ruido con utensilios de cocina”. Y luego viene el manual. “La idea básica que está detrás de hacer sonar la batería de cocina es simple”, dice el texto. “Recurra a cualquier cuchara o utensilio y golpee el fondo de un recipiente vacío, una sartén o cualquier objeto de cocina que no sea de vidrio. Nuestra experiencia dice que las cucharas de metal o madera se convierten en los mejores palillos de tambor.”

El objetivo es lograr un día de GlobalNoise, tal como aparece escrito en su original en inglés, con las palabras juntas como para que se convierta en un topic de Twitter, donde ya figura como #globalNOISE. El Ruido Global. Por eso, recomiendan los organizadores, quien prefiera cuidar la batería de cocina puede recurrir a pitos o matracas e incluso a vuvuzelas, prohibidas en los Juegos Olímpicos pero útiles, al parecer, para romper la indiferencia el sábado 13.

El documento de convocatoria explica que “históricamente, golpear un recipiente siempre fue una forma de llamar la atención”, tanto al estilo de simple tambor casero como haciendo las veces de alarma. Y da ejemplos: los cacerolazos se usaron para atraer la atención sobre temas como la reforma educacional, el hambre, la corrupción gubernamental y la inequidad en la utilización de los recursos disponibles. Revivió en los últimos meses en los movimientos de Occupy y en los Indignados españoles y de manera muy notoria entre el estudiantado canadiense. De aquí salió la idea de un cacerolazo mundial para que sea imposible ignorar “el disgusto y la frustración a escala internacional”.

Todos estos textos, tomados del movimiento de protesta norteamericano Occupy Wall Street, que acaba de cumplir un año, citan también un cacerolazo argentino. No el último, el del jueves 13 de septiembre, sino uno menor, realizado en junio, que atribuyen a reclamos contra la inflación. Pero la organización con raíz en la Argentina que tiene presencia en el mapa interactivo de la web no parece ser el corazón de los últimos cacerolazos sino otra, Amigos de la Tierra, una ONG que pelea contra la megaminería extractiva en sitios como La Rioja, San Juan y Catamarca.

Esta misma semana Occupy Wall Street viene coordinando esfuerzos con organizaciones, educadores, estudiantes y personalidades para la Free University Week, que busca consagrar la educación como un derecho y lo hace pidiendo explícitamente un acceso más justo al sistema educativo mediante 140 actos, seminarios, paneles y clases públicas.

Según The New York Times, el 75 por ciento de quienes participan en las manifestaciones de protesta en Wall Street y otros lugares de Nueva York critica las políticas del presidente Barack Obama y, a la vez, el 60 por ciento lo votará el 4 de noviembre contra el republicano Mitt Romney.

Las críticas apuntan a toda expresión favorable a la concentración del ingreso. Didácticos, los miembros de Occupy Wall Street acaban de elegir un ejemplo del martes último. Se trató de una visita de Obama al Club 40/40 para recaudar fondos de campaña gracias a la presencia del rapero Jay-Z y la cantante Beyoncé. Uno de los organizadores de Free University, Carwil Bjork-James, opinó lo siguiente: “El hecho de que el uno por ciento de la población pueda gastar 40 mil dólares en una noche mientras millones de personas tienen deudas de decenas de miles de dólares pendientes toda su vida por educarse muestra que el sistema está desbalanceado y que necesitamos educación libre para todos hoy más que nunca”.

El movimiento quedó enlazado con la larga huelga de los docentes de Chicago, de la que informó este diario.

La búsqueda de ejemplos de lo que hace el uno por ciento más rico de la población frente al otro 99 por ciento, y ni que hablar del contraste de ese uno por ciento frente a los pobres e indigentes, es parte de la campaña permanente de estos movimientos que se definen a sí mismos como horizontales y que combinan una militancia de jóvenes, veteranos de otras luchas, damnificados directos por la crisis e intelectuales con formación de izquierda, anarquistas incluidos.

Estos días los porcentajes se pusieron de moda. Y Romney cumplió con su parte según trascendió, gracias a la publicación progresista Mother Jones, en un video privado del candidato republicano en un encuentro para recaudar fondos. Decía Romney que lo tiene sin cuidado el 47 por ciento de los norteamericanos que no pagan impuesto a las ganancias y vaticinaba que el voto de ese sector beneficiará a Obama.

La verdad, como escribió Ilyse Hogue en el semanario The Nation, ni siquiera es verdadera la afirmación de Romney. Sostiene Hogue que dentro de ese 47 por ciento hay desempleados, jubilados, gente que sí pagó impuestos toda su vida. Impuesto a las ganancias, impuesto al valor agregado, impuestos municipales, impuestos estaduales. En otras palabras, que incluso ese 47 por ciento no sólo revelaría el desprecio social de Romney sino la falacia de su construcción electoral.

En el mundo hay en danza una fuerte discusión entre figuras y organizaciones progresistas, de izquierda o de centroizquierda. Movimientos como Occupy Wall Street, ¿alcanzan? O, de manera más elemental, ¿sirven? Tarso Genro, el ex ministro de Lula que hoy gobierna Rio Grande do Sul, es uno de los dirigentes sudamericanos que le dedicó mayor tiempo de reflexión al tema. Y en el Forum Social de Porto Alegre, a fines de enero último, dijo que los llamados de atención con posiciones de izquierda podrían diluirse si en el futuro no crecen desde el punto de vista organizativo o no se conectan con organizaciones ya existentes.

Sin dudas ése es un buen punto de debate. Pero hay infinitos debates posibles. ¿Cacerolear, hoy, en el mundo, es una forma o es también un fondo? Ya que se habla de cacerolas, ¿acaso el fondo de cocción es el mismo para todos o hay un fondo de cocción único en cada cacerola? El cacerolazo y las protestas de Occupy Wall Street tienen un punto de partida en su propio nombre. El destinatario y contrincante es Wall Street, es decir la crema financiera de la elite de los Estados Unidos. También cuentan con una dosis de modestia (no se creen llamados a cambiar el mapa político de su país) pero también con una cuota de orgullo: se sienten capaces de llamar la atención sobre asuntos como la concentración del ingreso, que según el Nobel Paul Krugman se acentuó por decisión política desde que Ronald Reagan accedió a la presidencia en 1981.

Igualar todos los cacerolazos –el norteamericano y el canadiense, el español y el argentino– sería lo mismo que secundar la posición de los que dicen que las cosas transmitidas por Twitter son idénticas sólo porque Twitter las iguala. La forma sobre el fondo. Sin embargo, también empobrece cualquier análisis poner una etiqueta rápida o quitar a los cacerolazos su capacidad de llamar la atención y dejar de observar qué aspecto de los que están en juego puede tener raíz general y proyección política.

La Argentina ya vivió una gran experiencia de cacerolazos en el 2001. Como hoy en el mundo, cada cacerola tenía ingredientes distintos. Estaba el “Que se vayan todos”, el basismo de izquierda, la irritación contra el corralito, el cuestionamiento al estado de sitio de Fernando de la Rúa, el miedo ante la caída social abrupta y la pobreza, la realidad de la caída y la pobreza. Los temas eran infinitos. Pero, sin pretensiones científicas, podría decirse que, más allá de la protesta misma, del disgusto y la frustración, en todas las cacerolas figuraba la renovación de la Corte Suprema de mayoría automática que había creado Carlos Saúl Menem.

Saber si un cacerolazo es solo (o nada menos que) un llamado de atención y distinguir si hay un punto que se diferencia de los demás es un desafío apasionante para el que, quizá, todavía sea prematura una respuesta. Las cacerolas hacen siempre mucho ruido y políticamente ignorar un estruendo es peligroso. Pero, ¿suenan igual? O, preguntado de otro modo, ¿tienen una melodía que repite un tema?

martí[email protected]

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