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El país|Domingo, 10 de octubre de 2004
UN COMPAÑERO HABLA DEL CHE A 37 AÑOS DE SU MUERTE

“Vete a Perú a hacer una guerrilla”

Peruano, exiliado en Argentina, ex teniente aviador devenido periodista, Ricardo Napurí fue a Cuba con la madre del Che y se transformó en su amigo. Trató de disuadir a su primera mujer de ir a La Habana. Un retrato íntimo de Guevara con sus mujeres, su práctica y sus ideas.

Por Martín Piqué
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Napurí tiene 80 años y una vida de novela política.
“Anda y dile que no venga.” Sentado en un bar de Corrientes, a un par de cuadras del Parque Centenario, Ricardo Napurí recuerda el pedido que le hizo el Che en La Habana aquel lejano y eufórico 1959. Napurí, peruano, ex teniente de la Fuerza Aérea, deportado de su país en 1948 por negarse a bombardear una marcha del ala izquierda del Apra, se integró a la política argentina a partir del marxismo. Llegó a Buenos Aires en pleno gobierno de Perón, cayó preso y fue liberado por la mediación de Silvio Frondizi. El hermano de Arturo lo sumó a Praxis, un grupo marxista cercano al trotskismo. A fines de los ‘50, Napurí militaba, era periodista del diario La Razón y dirigente del gremio de prensa. Esa era su carta de presentación cuando llegó a Cuba en enero de 1959. El avión no sólo lo traía a él: también venían Celia de la Serna y Juan Martín Guevara, la madre y el hermano menor del Che. Napurí quería conocer de cerca a los barbudos y ofrecer su modesta colaboración.
“¿En qué ayudo? ¿Hago propaganda? Escribo en La Razón?”, le preguntó Napurí al Che el 9 de enero de 1959. Lo había presentado la madre, quien formaba parte –al igual que Napurí– del comité argentino de apoyo al M26 de julio. La respuesta del comandante fue sencilla: “Vete a tu país a hacer una guerrilla”. Pero no todo fue tan fácil. El peruano se quedó un tiempo en Cuba. Fue testigo de la adrenalina y la aparente improvisación con la que la revolución triunfante pretendía modificar las ideas que imperaban en los sindicatos –sus direcciones estaban ligadas a los gremios norteamericanos– y en las universidades. Trabajó con el Che en la preparación de una guerrilla en Perú, formada por el ala rebelde del Apra, que se llamaría MIR. Y también ayudó al director del Banco de Cuba en otras cuestiones, como la separación de su primera esposa, Hilda Gadea.
“Anda y dile que no venga”, le había pedido el Che. Napurí estaba preparando un viaje a Lima para contactarse con los rebeldes del Apra. Viajó entonces a Perú pero con una tarea más, por pedido del comandante. Debía convencer a Gadea de no viajar a Cuba. En La Habana, el Che ya había contado que su segunda esposa, Aleida March, estaba embarazada. Napurí fracasó en su objetivo y no logró persuadir a Gadea. En cuanto al otro pedido, la formación de la primera guerrilla peruana, se concretó poco después pero terminó trágicamente en 1966. Tras el fracaso del MIR, Napurí participó en la creación de Vanguardia Revolucionaria. Diez años más tarde formó parte del Frente Obrero Campesino Estudiantil y Popular (Focep), que se presentó a las elecciones para la asamblea constituyente en 1979: el frente sacó oficialmente el 21 por ciento de los votos y obtuvo 12 bancas. Fue el mejor resultado de la izquierda en muchos años. Napurí fue electo diputado, luego reelecto y vuelto a elegir como senador.
Ahora tiene ochenta años. Vive en la Argentina desde mediados de los ‘80. Hijo de madre argentina, dice tener “formación argentina” por haber estudiado marxismo con Frondizi. El destino –y la política derechista del gobierno militar de Francisco Morales Bermúdez, que derrocó en 1975 al nacionalista de izquierda Juan Velasco Alvarado– lo hicieron toparse de nuevo con la Argentina: en 1978, Napurí fue secuestrado junto con quince personas y trasladado en secreto al regimiento de montaña 20 de Jujuy. Según el coronel argentino que los recibió, “era un acuerdo de los gobiernos y los estados mayores para intercambiar prisioneros de guerra”. Junto con Napurí estaban dos almirantes que habían formado parte del gobierno de Velasco Alvarado y el secretario general de la central obrera peruana.
Después fueron llevados al departamento central de policía, en la calle Moreno, cuando ya había empezado el mundial. “En un momento se filtró al extranjero lo de nuestra detención. En el mundo se decía que la derrota de Perú había sido impulsada por un acuerdo de los dos gobiernos donde nosotros estuvimos canjeados. Intervinieron el cónsul norteamericano y el gobierno sueco. No les quedó más remedio que deportarnos a donde quisiéramos. Algunos salimos para Francia”, cuenta Napurí. Veintiséis años después, el ex teniente reclama que se incorpore a Perú en las investigaciones sobre el Plan Cóndor.
Napurí habla con un acento extraño. Mezcla frases muy porteñas con modismos peruanos. Y cuando recuerda sus anécdotas de Cuba habla como lo haría un guajiro. Con la excusa del nuevo aniversario de la muerte del Che en Bolivia, que se cumplió el viernes, Napurí reconstruye anécdotas del tiempo que pasó junto al Che. De cuando se estaba preparando para la guerrilla del MIR de la que sería jefe militar. “Nosotros fuimos los primeros que llegamos del exterior. Con un privilegio: yo fui con la madre. Era muy afectuosa. Cuando llegué, le pregunté: “Bueno, ¿qué hago? ¿Hago propaganda? ¿Escribo en La Razón?” “Vete a tu país a hacer una guerrilla”, me dijo el Che.
–¿Y ustedes probaron?
–Probamos sí, pero a partir de un partido político. Con la izquierda del Apra. Fui a Perú, la conocí a Hilda Gadea, la primera mujer legal del Che pero ya tenía la segunda y la había embarazado en Santa Clara. Era bígamo. En ese tema era como un chico, él. “Que no venga carajo, que no venga a joder”, decía. Porque se había medio aburrido de ella (de Gadea). El Che era transeúnte con las mujeres. Caminaba. Entonces yo la conocía en Perú a ella, no la pude contener y se vino para Cuba. “Que me lo diga a mí”, dijo. Correcto. Yo estuve donde el Che se lo dijo.
–¿Usted la conocía de antes a Hilda Gadea?
–No la conocía, después fue mi compañera de partido. Mi amiga. La conocí bastante. Ella estaba en Perú esperando la orden de él. En La Habana, el Che me había dado la plata, la cartita y me había dicho “anda y dile que no venga”. Y yo fui a Perú como un cojudo. Fracasé y me volví con ella a Cuba. El Che la cuadró bien, correctamente, porque tenía una sensibilidad particular, una personalidad completa. Era terriblemente tierno en ciertos problemas. El Che tenía un aparato exterior no agresivo con las mujeres. Era casi tímido. Además no tenía el oficio de amar convencionalmente, porque él cogía nomás. Y con Hilda Gadea, que era una de las mujeres más feas de la tierra, se metió por otras cosas. El Che en ese momento era un jiposo y ella era ordenada. Era de la dirección aprista, tenía lecturas, lo metió a leer. Lo ayudó, le hizo leer a Mariátegui, ella cuenta todo esto en el libro Che Guevara: años decisivos. Es raro que el Che, que era casi lindo, se metiera con una mujer que no tenía atractivo personal. Hilda Gadea era una mezcla de chola, indígena y china. El Che no tenía amor por ella pero ella lo protegía. Como él se moría de hambre porque andaba como un hippie, ella lo buscaba, lo alimentaba. Y por todo eso se casa, convencionalmente, porque iba a tener un hijo. No había amor, el amor que vemos en la vida y en las novelas.

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