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El país|Domingo, 7 de enero de 2007
LA FUNDACION DE LA TRIPLE A

La historia de una banda impune

Fue el vertedero donde confluyó lo peor de la ultraderecha fascista, falangista, maurrasiana y violenta. Pasaron treinta años y nunca prosperaron las causas abiertas contra este grupo moldeado por militares y militantes, policías y brujos.

Por Susana Viau
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El titular de Defensa Adolfo Savino (ex jefe de Asesores del general Roberto Marcelo Levingston), el canciller Alberto Vignes, el rector de la Universidad de Buenos Aires Alberto Ottalagano, el periodista Jorge Conti eran apenas algunos de la larga lista de nombres civiles que formó parte del paraguas ideológico de la Triple A y, en ciertos casos –el del periodista Conti es uno–, también constituyó su soporte material. A esa constelación endiablada pertenecían, de pleno derecho, el ministro de Bienestar Social José López Rega y sus colaboradores Pedro Vázquez, médico de Isabel-María Estela Martínez, Carlos Villone y José María Villone, secretario de Prensa de la Presidencia, el hombre que sostenía que “Perón no se morirá nunca, porque Perón es inmortal”. Al grupo de civiles notables de la Alianza Anticomunista Argentina se le sumaban dos jóvenes, el propagandista y director de El Caudillo Felipe Romeo, y un individuo de acción, Julio Yessi, jefe de la Juventud Peronista de la República Argentina, la “jotaperra”, presidente del INAC –Instituto Nacional de Acción Cooperativa– y mano derecha –en verdad su secretario, dicen– del ministro ocultista. Es precisamente de Julio Yessi de quien se ocupará esta nota, un personaje olvidado por casi todos, hasta por los jueces que se desprendieron de sus causas como de un clavo ardiente. Y allí permanecen, arrumbadas en el archivo federal del Palacio de Tribunales.

El comandante en jefe del Ejército Leandro Anaya había tenido una reunión con López Rega y Savino. Durante el encuentro explicó que las Fuerzas Armadas no veían con buenos ojos que grupos paraestatales tiraran más cadáveres a las calles. La reacción oficial fue inmediata. Savino desplazó a Anaya, puso en disponibilidad a su segundo, Jorge Rafael Videla, y envió a Rosario a Roberto Viola. Nombró en lugar de Anaya a Alberto Numa Laplane. El halcón que llegaba del V Cuerpo designó como jefe de Inteligencia al coronel José Meritello.

Ser o no ser miembro de la Triple A era una tómbola. Poco y nada diferenciaba a sus integrantes de individuos como Alejandro Giovenco, Jorge Cesarsky, Norma Kennedy o Alberto Brito Lima, alma mater del Comando de Organización, una patota conocida como “los cadeneros”. La cadena, bueno es recordarlo, caracterizó a los grupos de choque del peronismo, formó parte de su naturaleza. Procedían de la ultraderecha católica, de reservorios fascistas, falangistas, maurrasianos los más pensantes, y acabaron integrados al Movimiento Nacionalista Tacuara, a la Alianza Libertadora Nacionalista (liderada por Juan Queraltó), a la Concentración Nacional Universitaria (CNU), responsable del asesinato de la estudiante marplatense Silvia Filler) al C de O, a la Guardia Restauradora Nacionalista o el Sindicato de Derecho. Tenían el respaldo activo del coronel Jorge Osinde y del teniente Ciro Ahumada. Todos juntos chapaleaban en un territorio pantanoso, mezcla de militancia, sindicalismo, lumpenaje y servicios de Inteligencia, un universo donde las encarnaciones del odio eran los “zurdos” y la “sinarquía” y “el mejor enemigo era el enemigo muerto”.

De aquella mixtura floreció la “jotaperra”, el sello que acogió a Giovenco, Kennedy, Romeo y sobre el que se aposentó Julio Yessi para proyectarse a nivel nacional y disputar cartel con la JP encabezada por Juan Carlos Dante Gullo. En un comunicado de febrero de 1974 en el que relataba el encuentro que Gullo y Jorge Obeid habían mantenido con Juan Domingo Perón, Mario Eduardo Firmenich señalaba que Gullo había planteado en la entrevista el “falso enfrentamiento entre Patria Peronista y Patria Socialista. Nosotros comprendemos que el peronismo es el socialismo nacional”. Perón sostuvo entonces que el ERP formaba parte de una conspiración internacional “detrás de la cual está la CIA” y “diferenció claramente a los Montoneros de los grupos de ultraizquierda”. Luego, el general tranquilizó a sus interlocutores respecto de una posible bendición a la “jotaperra”. “Perón dijo que no había que hacerse problemas –informó Firmenich–, que su nombre (el de Julio Yessi) había surgido entre gallos y medianoche.” Era una mentira piadosa, la música que los jóvenes de la JP querían escuchar.

Porque así, entre gallos y medianoche, Yessi ocupó por designación de Lopecito la dirección del INAC, el Instituto Nacional de Acción Cooperativa. El agente arrepentido Horacio Paino aseguró que era Conti, conductor de la prensa ministerial, el enlace entre los grupos de la AAA y López Rega y que a través de él se vehiculizaban los fondos para la compra de infraestructura operativa. Los cheques desviaban el dinero de Sucesos Argentinos, Télam y Honegger el taller donde se imprimía El Caudillo, para pagar el armamento de los parapoliciales de Julio Yessi, del subcomisario Rodolfo Almirón, de su suegro el comisario mayor Juan Ramón Morales y de Miguel Angel Rovira. Las armas, contó Paino, venían de Pedro Juan Caballero, una ciudad paraguaya en cuyas calles flotaba la atmósfera densa del trasiego de traficantes. Eran, dijo Paino, ametralladoras “Stein”. Quizá Paino se haya equivocado. Tal vez fueran ametralladoras “Sterling” con silenciador, iguales a las del cargamento de cuatro cajas que descubrieron por casualidad en un galpón del ministerio y que desaparecieron después de que un comando las sustrajera para devolverlas más tarde... vacías. Pero que las armas habían estado allí..., no cabía duda. Uno de los instructores de la causa no olvidará que “eran 10 MK7 o MK10 más silenciadores y una especie de escopetas pajeras”.

El origen de las armas era la Sterling Engineering Company, de Dagenham, en el condado de Essex, y los vendedores, o los intermediarios, unos tipos de nombre Binstock y Murdoch. Tiempo después del golpe militar de 1976, la Justicia argentina envió un exhorto a Londres. Pretendía que Su Majestad, o el Foreign Office, intercedieran ante el coronel a cargo de la Sterling para que suministraran los datos del pagador. Querían saber quién había sido el emisor del cheque o, en caso de que la compra se hubiera hecho en efectivo, el nombre del adquirente. Su Majestad respondió que todos los papeles relativos a aquella operación habían sido destruidos. La investigación pasó de mano en mano y nadie puso demasiado empeño en el esclarecimiento de la causa 7/77 “Yessi, Villone S/Denuncia art. 241”. No entusiasmó al primer magistrado interviniente, el titular del federal 1, Alfredo Nocetti Fasolino, ni a Juan Fégoli, tampoco a Eduardo Marquardt y mucho menos a María Romilda Servini de Cubría.

Es que no era una causa. Era un combo que incluía el revoleo de subsidios que Yessi había realizado desde el INAC y, claro, siempre pensando en los humildes, no había dejado fuera del reparto ni siquiera a su chofer, beneficiado con un crédito millonario. Al ser citado a declarar, el empleado relató que su jefe ahorraba dólares de oro amonedados y tenía una caja fuerte a nombre de ambos en el Banco de Misiones. Allí acudía periódicamente el chofer a guardar los valores que el presidente del INAC le entregaba. Otro hecho fortuito puso al descubierto la cultura de acumulación que, junto al gusto por la violencia, caracterizaban al joven cuadro peronista: la caja de seguridad vecina tenía la misma cerradura y en una distracción el chofer de Yessi había dejado en ella algunos de sus depósitos. El propietario de la caja equivocada, en un rapto de honradez que nadie le agradecería, informó al banco lo ocurrido. Yessi se presentó en la entidad para exigir explicaciones. Imposible negárselas a un funcionario y mucho menos si, como él, llegaba con la dotación de 5 automóviles Torino armada hasta los dientes.

Tráfico de armas, enriquecimiento ilícito... ni el secretario de Estado de Coordinación y promoción Social Carlos Villone ni el ministro López Rega fueron citados nunca a declarar. Julio Yessi lo hizo sólo una vez, recostado en el marco de una puerta del despacho del juez.

Después del golpe militar de marzo de 1976, Yessi fue llevado prisionero al buque “Bahía Aguirre”. Compartía la celda-camarote con el diputado peronista Eduardo Farías, integrante del “Grupo de Trabajo” de la Cámara baja, y era vecino de calabozo de José Stupenengo, un vocero lopezrreguista que reaparecería junto a José Luis Manzano en el Ministerio del Interior. Eran huéspedes de la Marina, la fuerza que ocupó el lugar de la ultraderecha peronista en los medios y en el Ministerio de Bienestar Social. Formaban parte del proyecto de continuidad de Emilio Massera, el más peronista –a lo mejor el único– de los caballeros del mar.

Julio Yessi, al parecer, aún vive. En Banfield, en el sur del conurbano bonaerense. Es probable que sus vecinos no asocien a este hombre con la historia negra del ministro ocultista, del cabo ascendido de golpe a comisario general, del hombrecito de voz fina, ojos acuosos y aspecto asexuado que creó la Triple A. Cómo imaginar que un habitante del reino de las tinieblas tiene un apodo inocente, cómo imaginar que hay tanta sangre detrás de Julio “Cuqui” Yessi.

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