Con dolorosa sorpresa he recibido –precedido por sonido de cacerolas– un e-mail que afirma que, junto con otras personas que se detallan, percibo una jubilación de $ 4498 la que, por una decisión del Congreso de la Nación, todos los mencionados cobramos en dólares y obviando las normas de restricciones financieras comúnmente llamadas “corralito” que sufren muchos argentinos.
En primer lugar, al respecto quiero dejar en claro que todo lo afirmado es absolutamente falso. No cobro jubilación alguna, lo que puede corroborarse en el Informe sobre Beneficios Jubilatorios Especiales de la Procuración del Tesoro Nacional (www.ptn.gov.ar/ Investigaciones/ informes.html). Tampoco el Congreso de la Nación votó normas de excepción para la percepción de haberes previsionales de privilegio en dólares e incumpliendo las limitaciones del corralito, lo que puede comprobarse a través de los Diarios de Sesiones y en el Boletín Oficial.
¿Qué objetivo se persigue difundiendo falsedades? ¿De qué conspiración se forma parte? ¿Se cree realmente que así se mejora la política y se refuerza la democracia? Los que difunden calumnias groseramente inexactas sin ratificar mínimamente su contenido, ¿son idiotas útiles o son los fundadores de una sociedad más ética? ¿Son personas bien intencionadas, aunque algo crédulas e irresponsables o, por el contrario, carecen de respeto por el honor de los demás y se prestan por aquello de que de la mentira siempre algo quedará, a deslegitimar arteramente a dirigentes honestos, como parte de un plan antipolítica sólo útil a los sectores económicos más concentrados que quieren retener a cualquier costo su enorme influencia en la toma de decisiones en el país?
La calumnia es infame. Hecha desde el anonimato es mucho más que infame.
Como decía Orlando Barone en un artículo, “...el auténtico escrache argentino nació de la ausencia de Justicia, pero su proliferación a troche y moche pone en riesgo la legitimidad de la demanda, la ética y la discriminación del objetivo. El escrache nació bueno, pero puede terminar malo...”. Desde ya que la violencia y la mentira lo transforma en esencialmente malo. Estos escraches informáticos anónimos son además definitivamente cobardes.
Soy absolutamente consciente de la necesidad de mejorar la política, de hacerla más transparente y más austera, de desterrar de sus filas a los corruptos, a los oportunistas y a los que se sirven de ella. La gente -con su protagonismo, sus movilizaciones, su participación y su exigencia de transparencia y controles en el manejo de la cosa pública y en la gestión de los funcionarios– tiene mucho que aportar en ese sentido.
Pero eso no implica destruir la política a través de la destrucción indiscriminada de sus dirigentes. Mi aporte de trabajo y de militancia estará al servicio de recuperar su legitimidad ante la gente y su funcionalidad como instrumento del pueblo para contribuir al bien común y para construir el país libre y soberano, justo y solidario que está hoy más pendiente que nunca.