Quizá nunca antes en la Catedral de Buenos Aires se lloró tanto. Se lloró mucho ayer en la misa que dio el cardenal Jorge Bergoglio. “Buenos Aires –a la que calificó de “tan casquivana y superficial”– trabaja, busca rosca, hace negocios, se preocupa por el turismo, pero no ha llorado lo suficiente esta bofetada. Buenos Aires necesita ser purificada por el llanto de esta tragedia y de tantas otras”, predicó el purpurado.
Al entrar los miles que colmaron la nave central, amontonados como en un recital donde las entradas han sido revendidas, debían pasar bajo un cartel negro con letras blancas: “Un año sin ellos... Que no se repita”. Por los costados la gente entraba despacio, avanzando como en una procesión, hasta el púlpito, donde se rezaba; para volver a salir y dar paso a otros feligreses que seguían con los ruegos. El primer tramo de la misa no llegó a emocionar a los presentes. Pero fue la antesala de un duro discurso de Bergoglio que les habló a los porteños, a los hijos de una ciudad, a la que definió como “distraída, dispersa y egoísta”.
“Hace un año la ciudad sufrió la bofetada de una tragedia, que segó el camino de esperanza de 194 vidas jóvenes que ya no están más y eran promesas, eran futuro”, dijo y consideró que “esta ciudad hace un año viene tratando de hacerse cargo de una tragedia”. Las palabras del religioso provocaron una catarsis fuerte entre los familiares, que se abrazaban en red, armando grupos de cuatro o cinco personas en duras escenas de llanto. Bergoglio dijo que “sus nombres, sus fotos son una muy dura advertencia” para los porteños. La mayoría de los presentes en la misa sostenía en sus manos carteles con imágenes de los ausentes.