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El país|Martes, 23 de julio de 2002

A Estados Unidos y Suiza nunca les importó

Por Raúl Kollmann
El arrepentido testigo C., un oficial de inteligencia de Irán, declaró dos veces: la primera el 20 y 21 de abril de 1998 y la segunda el 22 y 23 de mayo de 2000. En esta última declaración dijo que a Menem le pagaron 10 millones de dólares depositados en el Banco de Luxemburgo, situado en Ginebra a 200 metros del hotel D’Rhon, que en verdad se llama Hotel Du Rhon. A lo largo de 24 meses el gobierno norteamericano no le dio ninguna importancia a esa declaración, ni siquiera cuando se hizo pública en la Argentina, y Suiza ni se dignó a informar si el depósito se hizo o no se hizo y quién efectivizó el pago. Al secreto bancario no le interesan 85 muertos, más todavía si se produjeron en un lugar remoto como Buenos Aires.
La publicación en The New York Times seguramente obligará ahora a rediscutir la credibilidad del testigo C.:
- Abolghasem Mesbahi, como se presentó, demostró saber mucho de la inteligencia iraní y había aportado datos precisos y concretos sobre la matanza del Café Mikonos, en Berlín, donde fueron asesinados opositores al régimen iraní. Era un arrepentido que venía precedido de un buen antecedente.
- En su primera declaración, la de marzo del 9’8, dijo que el atentado fue ordenado desde Irán. Sin embargo, no pudo dar ningún detalle sobre quién protagonizó la operación, por dónde entró a la Argentina, cómo se hizo la provisión de los explosivos o cuál fue el lugar en el que se armó la camioneta. El testigo C. sólo aportó generalidades, aunque obviamente la operación pudo estar tabicada: allá en Teherán la decidieron, pero sin saber los detalles que –según ellos– corrieron por cuenta de terroristas del Hezbollah.
- Sin embargo, en aquella primera declaración, Abolghasem Mesbahi, o C., no dijo nada ni de Menem ni de los diez millones.
- En su segundo testimonio, C. tampoco aportó datos concretos, precisos, sobre el atentado, pero sí dio elementos sobre el pago a Menem: mencionó una institución bancaria, una ciudad y una ubicación de la sucursal.
- También habló de un funcionario, cincuentón y con barba, que negoció en Teherán los diez millones a depositar en la cuenta de Menem para tapar la acusación contra el régimen de los ayatolas.
Como todo arrepentido, el testigo C. vive de denunciar a sus ex patrones –su sueldo de arrepentido depende de eso–, por lo que siempre es necesario poner en duda sus dichos. Ahora bien, sus datos pueden ser claves si es que encajan con algo que figure en la investigación, si llena con elementos concretos vacíos muy precisos. Algo que, hasta el momento, ni los investigadores ni la Justicia consiguieron.
Desde el principio, todos los gobiernos hicieron oídos sordos a los pedidos de información y de medidas determinadas de investigación.
- El juez y los fiscales le pidieron a Estados Unidos informes sobre la fortuna del comisario Juan José Ribelli –hoy sometido a juicio oral– en ese país. Tardaron siglos.
- Hasta hoy no hay respuesta de la justicia suiza sobre la cuenta de Menem y el supuesto depósito. Los datos que se conocen están relacionados con la causa Armas. Han pasado dos años y nunca el gobierno norteamericano insistió en pedir una respuesta que echaría luz a algo de la máxima importancia: si Irán estuvo detrás del atentado y si pagó por el encubrimiento.
- Los querellantes y sobre todo la ex titular de la investigación oficial, Nilda Garré, reclamaron que se le tomara una declaración a C. en la Argentina. El gobierno de De la Rúa echó a Garré. Fue la primera funcionaria que dijo públicamente que Menem encubrió el atentado y eso le costó el puesto, como denunció Página/12.
- El gobierno demoró, empantanó y metió en un cajón la idea de traer al testigo C. a que viera una montaña de fotos de funcionarios menemistaspara identificar al que supuestamente negoció con Teherán. Ni a Estados Unidos ni menos al gobierno de De la Rúa les importó esclarecer esa denuncia.
- Los sucesivos gobiernos de Estados Unidos ensalzaron a Menem y lo consideraron su aliado más preciado pese a las grotescas maniobras con las que se trabó la investigación. Fueron los familiares, en una entrevista personal con Hillary Clinton, los que consiguieron que viniera a la Argentina un grupo del FBI. Estuvo dos semanas, hizo un informe y se fue.
- Nadie movió un dedo cuando quienes seguimos el caso revelamos un dato dramático: en la investigación del caso AMIA trabajaban apenas 15 personas, a las que irónicamente llamaban “los poquitos”. Basta una comparación: para esclarecer el atentado de Oklahoma se volcaron a la pesquisa 5000 personas.
Los atentados en la Argentina fueron un adelanto de lo ocurrido el 11 de setiembre en Nueva York, pero a nadie le importó. Sólo los familiares de las víctimas, lunes a lunes, mes a mes, pelearon en soledad contra la justicia argentina, los gobiernos nacionales, los dirigentes cómplices y también la indiferencia de Washington o Berna. Las relaciones carnales y el secreto bancario fueron los altares en los que se sacrificó la búsqueda de la verdad.

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