Los trabajos y los días, en un barrio de Barcelona
“En construcción”, el fascinante documental del maestro catalán José Luis Guerín, tiene como eje el tiempo, con sus marcas en el paisaje humano.
“En construcción” es una película llena de sutilezas, que reflexiona sobre el amor, la soledad y el desarraigo.
Por L. M.
¿Qué dice un barrio de sus habitantes? ¿Cómo se expresan sus calles, sus balcones, su gente? ¿De qué manera cambia el paisaje humano cuando se transforma su planta urbana? De todo esto y mucho más habla En construcción, el fascinante documental del maestro catalán José Luis Guerín, dedicado –tal como lo expresa el film en sus títulos iniciales– “a cosas vistas y oídas durante la construcción de un nuevo inmueble en El Chino, un barrio popular de Barcelona que nace y muere con el siglo”. Si hacía falta una demostración definitiva de que el documental no tiene nada que envidiarle al cine de ficción en su capacidad de recrear un mundo y organizar un relato, aquí está para probarlo el film de Guerín, una obra de un rigor, una riqueza y una sensibilidad extraordinarias.
Se sabe: Guerín (Barcelona, 1960) es un cineasta que no tiene apuro y medita largamente cada uno de sus proyectos, siempre al margen de cualquier condicionamiento o explotación comercial. Desde su debut con Los motivos de Berta (1983), un auténtico film maldito, que exhibió el Festival de Buenos Aires 2001, apenas dirigió otros tres largometrajes: Innisfree (1990), un singular homenaje a los paisajes irlandeses de El hombre tranquilo, de John Ford; Tren de sombras (1997) una inquietante invocación al poder que tiene el cine de conjurar fantasmas y recuerdos; y finalmente En construcción, sin duda su película más accesible y luminosa, un film abierto al mundo y a la vida.
Unas imágenes de archivo en blanco y negro, que registran el fervor bohemio de El Chino en tiempos pasados –las bodegas repletas de parroquianos, niños jugando alegremente en la calle, el tranco apurado de alguna pareja ilícita o el paso sinuoso de un marinero borracho–, conforman el breve prólogo que anticipa el presente. La “piqueta del progreso”, como decía Roberto Arlt, se ensaña ahora con esos viejos muros, cargados de graffitti y recuerdos, y un nuevo complejo habitacional comienza a erigirse ante la mirada sorprendida de los vecinos. La cámara de Guerín, siempre ubicada en el mejor ángulo posible, contrasta a unos y otros: por un lado, el estridente ir y venir de albañiles y operarios; por otro las mujeres tendiendo silenciosamente sus ropas en los balcones o los hombres debatiendo en alguna mesa al paso. De aquí y de allá, Guerín elegirá un puñado de personajes y los seguirá con discreción a lo largo del tiempo, mientras caen unas paredes para dar lugar a otras, que se sospechan más efímeras.
El tiempo: ése parece el tema central de En construcción, un film que se realizó a lo largo de casi tres años, acompañando los trabajos y los días de un barrio que ve modificar no sólo su topografía sino también su composición social. Los habitantes naturales de El Chino –un viejo marinero que rememora sus viajes, una pareja joven que disfruta de un porro o una siesta compartidas, los niños que juegan en los andamios– se van mezclando con los albañiles que van poblando las obras: un vasco que llegó buscando nuevos horizontes o unos inmigrantes marroquíes que descubren una cultura diferente. Todos, unos y otros, en unos momentos increíbles de intimidad que consigue Guerín, van desgranando sus reflexiones sobre el amor, el trabajo, la soledad, el desarraigo, la religión y también la muerte, como en esa magnífica secuencia en la que enlos subsuelos de la obra aparecen unas tumbas romanas del siglo VI d. C. y chicos y grandes dan alegremente su parecer sobre ese destino inapelable.
Es notable la manera en que Guerín va desarrollando esos núcleos temáticos, con una fluidez y una libertad que le permite, por ejemplo, trazar un paralelismo entre lo que significaba el valor del trabajo antes y ahora con sólo citar una escena de Tierra de faraones (1955), de Howard Hawks, vista fugazmente en los televisores del barrio, en una bellísima secuencia nocturna. O revelar de qué manera los nuevos habitantes de El Chino (una burguesía acomodada que llega a ver los departamentos terminados) amenaza la identidad del barrio con sólo asomarse a la ventana. De esas sutilezas está hecha En construcción, un film que no deja de sorprenderse con todo aquello que encuentra por delante, un poco como esa vecina que ante la visión de una calavera polvorienta exclama... “¡Qué cosa, la vida!”