A cien años de su nacimiento, el autor de “1984” vuelve a ser eje de una polémica: una mujer habría influido en su decisión de denunciar por “filocomunistas” a una treintena de artistas.
Por Marcelo Justo
Orwell confeccionó para los servicios secretos británicos una lista que incluía, por ejemplo, a Chaplin.
En cada vida hay un secreto bien guardado que a veces persigue hasta después de la muerte. El centenario del nacimiento del autor de 1984, George Orwell, que se celebra hoy, revela uno de esos hechos que cambian la percepción pública de un personaje. Porque según publica el historiador británico Timothy Gaston Ash en el matutino The Guardian, Orwell, el escritor independiente, “la conciencia de una generación”, el gran visionario de los peligros de un Estado burocrático y totalitario, confeccionó para los servicios secretos británicos una lista de 38 escritores, periodistas o actores a los que denunciaba por sus “simpatías filocomunistas”. El historiador descubrió, además, que este “trabajo” del escritor tuvo que ver con su amor por una hermosa mujer vinculada a una oficina de la Cancillería británica.
En esta lista de Orwell, entregada a los servicios secretos un año antes de su muerte, figuran Charles Chaplin, el actor Micheal Redgrave, padre de los famosos Vanessa y Corin, el historiador E.H. Karr, el biógrafo de Trotsky, Isaac Deutscher, y uno de los escritores ingleses más populares de la época: J.B. Priestley. La lista, publicada este fin de semana, contenía el nombre, la profesión y una columna dedicada a las observaciones, en las que Orwell calificaba a cada uno de los individuos de acuerdo a la afinidad que les sospechaba respecto de la Unión Soviética.
El método clasificatorio de Orwell distinguía entre simpatizantes, compañeros de ruta, criptocomunistas, dudosos (con signo de interrogación), miembros del Partido Comunista y algún que otro rasgo puramente individual como el caso del historiador de la revolución bolchevique E.H. Carr, a quien tildaba de “apaciguador”, por la política de no confrontación que había tenido con Adolf Hitler. A Charles Chaplin, Michael Redgrave y J.B. Priestley les cabía un signo de interrogación que significaba que el mismo Orwell no sabía si eran “criptocomunistas” o “compañeros de ruta”.
En algunos casos la columna de observaciones traía una descripción bastante completa de la opinión de Orwell. Es el caso del editor de la revista de izquierda New Stateman, Kingsley Martin: “Demasiado deshonesto para ser criptocomunista o compañero de ruta, pero pro-ruso en los temas importantes”. Con Isaac Deutscher es igualmente minucioso: “Simpatizante. Judío polaco. Previamente trotskista. Cambió de punto de vista por la cuestión judía. Podría cambiar nuevamente”.
Orwell estaba profundamente desencantado con la experiencia del comunismo soviético. En los años ‘30, Orwell había empezado por denunciar la explotación y miseria del proletariado británico durante la depresión y había terminado luchando con los republicanos en la guerra civil española, experiencia que volcaría en su famoso Homenaje a Cataluña. La guerra civil, que valoró por el heroísmo de los combatientes, inició un distanciamiento de los comunistas que se profundizó en los años posteriores.
En febrero de 1949, internado en un hospital debido a una tuberculosis, Orwell acababa de terminar 1984, una denuncia del peligro de una experiencia totalitaria en Gran Bretaña. El avance en toda Europa del estalinismo sumado a su pobre salud y a su soledad (había enviudado unos pocos años antes) lo habían sumergido en una profunda depresión. A su juicio, la guerra fría estaba casi perdida.
Pero estas razones político-históricas son apenas la punta de la madeja, según el historiador Timothy Gaston Ash, quien recibió la “lista de Orwell” que publicó en The Guardian de manos de Ariane Bankes, hija de Celia Kirwan. En 1949, Kirwan era una hermosísima y activa mujer que trabajaba en una oficina de los servicios secretos de la Cancillería británica, el Departamento de Información e Investigación (IRD, en las siglas inglesas). Orwell la había conocido en los primeros meses de su viudez en París, a través de su amigo y escritor Arthur Koestler, otro desilusionado del estalinismo (escribió la admirable Darkness at noon), casado con la hermana melliza de Kirwan. Poco después, Orwell le propuso matrimonio. Celia no lo aceptó, pero ambos permanecieron amigos y en 1949 cuando Kirwan regresó a Londres y se integró a la Cancillería, se puso en contacto con el escritor.
De ese contacto surgió la idea de que el escritor colaborara con los objetivos del IRD. El escritor abrazó la causa con entusiasmo como hace notar la misma Celia en su memorando oficial del encuentro: “Expresó su completa y entusiasta aprobación de nuestros objetivos”. De una lista original de 130 nombres, Orwell confeccionó una final de 38 personas, sobre las que no tenía duda que podían ser una barrera a los propósitos propagandísticos de la Cancillería.
En los meses que siguieron hasta poco antes de su muerte en 1950, Celia Kirwan y George Orwell mantuvieron una nutrida correspondencia. Para Timothy Gaston Ash, estas cartas revelan el trasfondo secreto de la “lista de Orwell”. Según el historiador británico, “en las cartas de Orwell se nota la penosa necesidad de complacer de alguien que está enamorado o desesperado por enamorarse”. Ash continúa: “Solitario, encerrado en un sanatorio, despreciando la idea de que a los 45 años ya estaba terminado, es posible pensar que necesitó combatir la muerte con el amor de una hermosa mujer. No se trata de trivializar su decisión política. Pero uno debe preguntarse: si en vez de Celia Kirman, la propuesta de colaborar con el departamento le hubiera llegado de uno de esos grises funcionarios de Cancillería, ¿habría hecho lo mismo?”.