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Espectáculos|Sábado, 9 de octubre de 2004
ELEONORA CASSANO EN EL OPERA

Volver al origen, volver al clásico

Aunque sigue en el music hall, Cassano dice que “cuando bailo clásico, es lo mío”.

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Cassano y Bocca, en una de las muchas coreografías a dúo.
Por A. M.

Eleonora Cassano casi no necesita presentación. Con Bocca y el productor Lino Patalano llevó el ballet a las calles, al Luna y a las explanadas. Egresada del Instituto Superior del Teatro Colón, se entregó a la danza clásica hasta que, en 1996, probó con los tacos y las plumas. Así, se abrió hacia el music-hall en varios espectáculos. Su última renovación la vio interpretando a Eva Perón, en La Duarte. Integrará, entre el 15 y el 20 de octubre, uno de los tres programas del Ballet Argentino.
–¿Cuáles son sus proyectos inmediatos?
–Ahora voy a bailar con Julio el Tchaicovsky pas de deux, una coreografía de Balanchine muy fresca. Y en el 2005, salgo de gira con La Duarte a Europa, con 20 funciones en el Teatro Albéniz de Madrid, que continuarán por España e Italia.
–Clásico, music-hall, danza-teatro, ¿qué estilo prefiere?
–Me gusta todo, aunque... cuando bailo clásico, disfruto muchísimo y siento “esto es lo mío”. Pero también los cambios son buenos. Son una necesidad personal, de ganar nuevos aportes y los resultados son siempre positivos, con excelentes críticas.
–¿Cómo es su relación con Alessandra Ferri?
–Como bailarina, me encanta. Como compañera, estuvimos en funciones con Julio, donde ella hacía unos fragmentos y yo otros. En Other Dances, que va a bailar en el Opera, la hicimos en Nueva York Julio, ella y yo, los únicos bailarines autorizados por la gente de Jerome Robbins.
–¿Cómo es Julio Bocca, como compañero, como director?
–Es especial porque fue dotado desde la cuna, lo que se complementa con su técnica, talento, ángel y pasión. En el mundo hay muy buenos bailarines, hasta técnicamente mejores, pero él se destaca por lo interpretativo. Tenemos una muy buena relación, de compartir desayuno, almuerzo y cena, casi como un matrimonio, y eso se ve en escena. Hay cantidad de coreografías que hicimos juntos, que sabemos de memoria, que ya no tenemos necesidad de ensayar. Como director, para los estrenos, especialmente cuando son acá, mucho más que cuando son en el exterior, se pone muy nervioso.
–¿Qué opinión tiene acerca de su retiro?
–Julio hizo una carrera mundial vertiginosa desde los 18 años, cuando ganó el premio en Moscú, en 1985. Desde entonces, no paró. En cambio, yo tuve mis dos hijos y me tomé mis tiempos. El necesita decirse a sí mismo: “A los 40, me retiro” para sentir que en algún momento va a parar. Julio es una máquina de bailar.
–¿Los 40 son un límite?
–La vida útil del bailarín no es la misma que la del actor. A los 45, el cuerpo se llena de achaques. En el Colón, un bailarín se jubila a los 40 años. Es cierto que hubo grandes monstruos de la danza que siguieron, como Alicia Alonso o Maia Plisetskaia. Pero, sobre el escenario, predomina el deterioro por sobre el prodigio de continuar bailando. Es como ver bailar a tu abuela.
–¿Qué efectos tuvieron los espectáculos masivos que integró?
–Le sacamos al ballet el estigma elitista. Acercamos otras opciones: mostramos que no es necesario ser un entendido para emocionarse.
–¿Cuáles fueron su mejor y su peor noche bailando?
–La noche más emocionante fue la gala para el cambio de milenio en Ushuaia, que bailamos con Julio y se proyectó por TV. La peor fue cuando tuve que bailar después de la muerte de mi papá, hace siete años, haciendo La Cassano en el Maipo. Pero el show debe continuar.

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